Si
hay algún tipo de alojamiento que puede perderse en la noche de los tiempos y
que ha seguido utilizándose hasta pasada la segunda mitad del siglo XX, ese no
puede ser otro que el chozo.
Se
trataba de una construcción efímera, fabricada a base de materiales vegetales.
Hasta hace algunos decenios, por estos parajes, los chozos servían de vivienda
ocasional a pastores, porqueros, carboneros, temporeros… que, por su oficio,
tenían que vivir en el campo, ya fuera de forma transitoria o más o menos fija,
según si el empleo de los ocupantes era estacional o se dilataba a lo largo del
año. Precisamente el tamaño del chozo y que estuviera mejor o peor montado dependía
su temporalidad y de que conviviera allí toda la familia.
La
estructura de todos ellos era similar. Sobre una planta circular, se formaba un
armazón con grandes ramas de encina, colocadas en sentido vertical desde la
base del círculo hasta juntarse en el centro de la techumbre y, en sentido
horizontal, se entrecruzaban unas varas de mimbre. Esta estructura podría
recordar a la de una jaula de perdigón. Después se procedería a rellenar los
huecos del armazón con la vegetación del monte que se tenía a mano (retamas,
taramas…) y con paja de centeno, principalmente. La inclinación de la cubierta
y la buena cobertura vegetal hacía qua el agua resbalara y no penetrara en su
interior.
Su
estructura ligera facilitaba que pudieran ser transportados fácilmente. Hasta
tiempos relativamente recientes, el pastoreo consistía en estar continuamente
con el ganado, llevándolo allí donde había buenos pastos, de forma que el
rebaño fuera rotando por toda la dehesa. Cuando se agotaba la hierba de un lugar
y quedaba bien estercolado para el futuro, se mudaban a otro terreno, llevando la
casa a cuestas -el chozo- que iba allí donde se instalaba la majada.
En
el centro del chozo se instalaba el hogar para la lumbre y, en los laterales,
se disponían las camas o los camastros. Los asientos eran sillas de eneas y
rudimentarias banquetas hechas de las horcaduras de ramas de encina.
Junto
al chozo, estaba el chozuelo, que
servía para almacenar las prendas de vestir, alimentos y accesorios, etc. Hacía
la misma función que la despensa y los armarios en la actualidad.
Ocasionalmente también servía como dormitorio para el zagal, cuando éste no
pertenecía a la familia que ocupaba el chozo principal.
Y
en la puerta del chozo, se situaba el escaramancho
o caramancho. Consistía en una rama
grande, fuerte y seca de encina, que se hincaba en la tierra y donde se
colgaban los enseres de uso cotidiano: sartenes, pucheros, cinchas, liares,
zurrones…
Los chozos han sido parte de nuestra historia, y para que no lo olvidemos, aquí la compartimos.
-Las fotografías que acompañan a estas líneas han sido cedidas por las familias Moreno Hortet y Rodríguez Cerezo.
Guadalupe Rodríguez Cerezo.