domingo, 15 de septiembre de 2019

VAMOS A CALLEJEAR 6. CALLE CAVA


La visita guiada llega a la encrucijada con la calle de la Cava y del Palomar, donde se detiene y ocurre lo siguiente:
 En este punto nos podemos fijar en las esquinas. Son todas redondeadas o achaflanadas, como en algunas de las esquinas de la zona más antigua de nuestra localidad. La razón es muy sencilla: los carros –que eran los vehículos que circulaban por estas vías- no tenían dirección asistida y tenían que abrirse para no comerse las esquinas.


 De la calle del Río, sale la Calle de la Cava. El término cava, en las ciudades medievales, hacía alusión al foso que defendía poblados o fortalezas. Otro término que también tiene un significado similar es el Coso. Y justamente, en Madrigalejo, contamos con dos calles que llevan el nombre, respectivamente, de la Cava y del Coso. Ambas serían el límite del núcleo de población más antiguo y sus zonas defensivas.



Sobre la calle de la Cava vamos a contar la siguiente historia escrita por Lorenzo Rodríguez Amores, basada en la tradición oral y en documentos parroquiales. Escuchamos a Satur Ciudad.

Contaban los antiguos, quienes a su vez se lo escucharon a otros más viejos que ellos, que, en los tiempos de estos últimos, había en Madrigalejo una mocita sin igual por linda y garbosa. Ignoramos su nombre y apellidos, pues sólo era conocida por la “Cava”, un apodo que tampoco sabemos si se debe a que tenía su morada en la calle con esta misma denominación, la cual aún conserva, o la citada vía tomó el nombre del mote, tal vez heredado, de la moza.

La “Cava”, con sus singulares atractivos, de buen parecer y natural alegre, siempre haciendo gala de saber estar en su sitio, por honesta y juiciosa, poseía un “aquel” que volvía mochales al mocerío del pueblo y de su entorno. Ni qué decir tiene que no le faltaban pretendientes y así fue preguntada, o dicho de otro modo, requerida de amores por no pocos de sus entusiastas admiradores. Pero ella resistía sin comprometerse, tal vez reservándose para cuando se acercase a ella algún buen mozo que le entrase por el ojo. La ocasión no se hizo esperar. La mocita cayó en las redes que le tiende un apuesto militar con unas perspectivas de brillante futuro profesional, pues a los veintiséis años lucía las tres estrellas de capitán.

La disciplina militar no es pródiga en permisos de asuetos, de aquí que el enamorado no pierda ocasión, cuando se le presenta cualquier coyuntura, de acercarse a Madrigalejo para disfrutar de tiernos paliques amorosos. En una de esas visitas, a nuestro capitán le llega la hora de la separación, ya que es reclamado por sus deberes profesionales y debe cortar esos idílicos momentos de “pelar la pava”, cuando todo era felicidad en la pareja. El capitán Gorbea recibe la orden de incorporarse a su guarnición toledana con urgencia.

No le queda otro recurso que tomar la diligencia en Miajadas, que le llevaría a Madrid. Para llegar hasta allí, debe hacer una penosa andadura de siete u ocho leguas, que es la distancia que separa Miajadas de Madrigalejo, y ha de hacerlo cuando la noche se viene encima, y la noche no es buena consejera para una marcha por senderos desconocidos y solitarios. Nada más iniciar el camino, las criaturas nocturnas rompen el opaco silencio de la oscuridad: la mochuelada con sus machaqueos insistentes de posesivo como si fuese suyo todo el monte, los lamentos quejumbrosos de las cornejas o corujas, el semigrito lánguido del búho mientras se atusa el plumaje para llamar la atención a la pieza de caza que se atreve a salir de su guarida y el siseo de la espectacular lechuza… en realidad seres inofensivos, no así el taimado y mítico lobo, cuya  desagradable y frecuente compañía se detecta sin necesidad de verlo, que sigue y persigue al caminante con sus castañeteos de dientes , ojos como ascuas y  tristísimos aullidos que, debido al tufo que expele, provoca verdadero pavor, tanto a las personas como a los animales, a quienes puede decirse que le ponen los “pelos de punta” y “el vello de carne de gallina”, lo que en términos campesinos se conoce con el apelativo de “enlobarse”. 

Pero, en ocasiones, son más peligrosos los lobos que se refieren al género humano. El viajero que se lanzó a la andadura, un pie tras otro, con la intención de caer en Miajadas al amanecer, para subirse a la diligencia que le llevará a Madrid, utilizando el camino común de Alcollarín y Campo Lugar, tuvo que atravesar los arenosos adehesamientos de la Torrecilla de Abajo, las Abiertas y Carrascalejo, por donde se hunde el cauce del río Pizarroso. Ya dice el refrán que “entre las doce y la una, anda la mala fortuna”. Pero el caminante no pensaba en peligros, sin duda ensimismado en los recuerdos de los deleites amorosos… En la orilla contraria del río había gente apostada y bien oculta entre la espesura de los junquerales. No tuvo tiempo el capitán Gorbea de asustarse y mucho menos de defenderse, pues fue asaltado por los agazapados con tal rapidez, ensañamiento y violencia, que le quitaron la vida casi en el acto.

De este modo, la Cava, la guapísima Cava, vio romperse, con la pérdida del adorado prometido, una felicidad para la que no encontraba consuelo y alivio.
El capitán Gorbea fue enterrado en la iglesia parroquial del lugar de Madrigalejo, como pobre de solemnidad, el 19 de marzo de 1811.  



Hasta hace poco tiempo la calle de la Cava era conocida por la calleja de la Panadería, por ser una calle de poca entidad donde estaba enclavada la panadería de Chamizo. Por esta razón, aunque calleja, era una vía con un gran trajín y movimiento de gente.

Al oír esas últimas palabras, dos clientas de la Panadería de Chamizo. (Rosi Arias y Magda Rodríguez) nos llevan a otros tiempos de las panaderías:
-Vecina 1.- Trajín y movimiento de gente es lo que ven mis ojos
-Vecina 2.- ¡Mi madre…! ¡Cuánto gentío…! ¡No vendrán tos estos a por pan…
-Vecina 1.- ¡Calla, mujer! ¿Cómo van a venir a por pan si no son horas?
-Vecina 2.- ¿Pos no venimos nosotras de la panadería sin ser hora de despachar pan?
-Vecina 1.- Tú sabrás a lo que has venío… pero si yo no vengo, mañana no comemos pan… Me quean unos mendrugos pa unas pringás, no más. Ni pa unas migas tengo.
-Vecina 2.- Por eso no t´apures; yo te hubiese emprestao alguno, qu´entavía me quean en el costal.
-Vecina 1.- T´estoy mu agradecía. Ya estoy apañá. Mi marío fue al molino pa que le molieran el grano. Una vez molío, trajo los costales d´harina a la panadería. Y ahora he venío yo pa que me dieran los vales que m´han correspondío. A ver si los conduro pa una buena temporá.
-Vecina 2.- No te creas, que comiendo pan pa ´l desayuno, pa ´l almuerzo, pa la merienda, pa la merendilla de los muchachos, pa la latega del marío, pa la cena… ¡Uf…! necesitamos dos vales de pan al día, como poco.
-Vecina 1.- Mientras tengamos granos que moler… no nos faltará el pan de cada día.
-Vecina 2.- Ni pa los dulces…, que unas perrunillas o unas bollas de chicharrón hacen mu buen apaño pa´l desayuno… Que d´eso vengo yo, de llevar unas latas de bollas pa que me las cuezan esta noche en el horno.
-Vecina 1.- Y… digo yo… toa esta gente ¡qué bien nos hubieran venío en la siega…!, que la mucha gente…si no es pa comer…qué bien viene siempre…
-Vecina 2.- Pos no sirve darle vueltas… La cosecha s´ha terminao y el grano ya está recogío en el granero
-Vecina 1.- (Dirigiéndose al público) Oigan ustedes, al año que viene, pa San Juan, aquí les quiero ver con el jocino bien afilao p´ayudarnos a la siega… Pero pa comer…, cada uno a su casa…
-Vecina 2.- No hagan caso… Que perro ladrador, poco mordeor… Ya ven, p´abrir boca, aquí hemos preparao unos dulces entre las comadres…
-Vecina 1.- Y tiramos la casa por la ventana…
-Vecina 2.- ¡Ea, con Dios!¡Que los disfruten!



Cuando terminan su plática las vecinas, un grupo de mujeres de la Asociación de Amas de Casa reparten galletas de coco que ellas mismas habían elaborado.

Continuará…