La
visita guiada llega a la encrucijada con la calle de la Cava y del Palomar,
donde se detiene y ocurre lo siguiente:
En este punto nos podemos fijar en las
esquinas. Son todas redondeadas o achaflanadas, como en algunas de las esquinas
de la zona más antigua de nuestra localidad. La razón es muy sencilla: los
carros –que eran los vehículos que circulaban por estas vías- no tenían
dirección asistida y tenían que abrirse para no comerse las esquinas.
De la calle del Río, sale la Calle de la Cava. El término cava, en
las ciudades medievales, hacía alusión al foso que defendía poblados o
fortalezas. Otro término que también tiene un significado similar es el Coso. Y justamente, en Madrigalejo,
contamos con dos calles que llevan el nombre, respectivamente, de la Cava y del
Coso. Ambas serían el límite del núcleo de población más antiguo y sus zonas
defensivas.
Sobre
la calle de la Cava vamos a contar la siguiente historia escrita por Lorenzo
Rodríguez Amores, basada en la tradición oral y en documentos parroquiales.
Escuchamos a Satur Ciudad.
Contaban los antiguos, quienes a su
vez se lo escucharon a otros más viejos que ellos, que, en los tiempos de estos
últimos, había en Madrigalejo una mocita sin igual por linda y garbosa.
Ignoramos su nombre y apellidos, pues sólo era conocida por la “Cava”, un apodo
que tampoco sabemos si se debe a que tenía su morada en la calle con esta misma
denominación, la cual aún conserva, o la citada vía tomó el nombre del mote,
tal vez heredado, de la moza.
La “Cava”, con sus singulares
atractivos, de buen parecer y natural alegre, siempre haciendo gala de saber
estar en su sitio, por honesta y juiciosa, poseía un “aquel” que volvía
mochales al mocerío del pueblo y de su entorno. Ni qué decir tiene que no le
faltaban pretendientes y así fue preguntada, o dicho de otro modo, requerida de
amores por no pocos de sus entusiastas admiradores. Pero ella resistía sin
comprometerse, tal vez reservándose para cuando se acercase a ella algún buen
mozo que le entrase por el ojo. La ocasión no se hizo esperar. La mocita cayó
en las redes que le tiende un apuesto militar con unas perspectivas de brillante
futuro profesional, pues a los veintiséis años lucía las tres estrellas de
capitán.
La disciplina militar no es pródiga
en permisos de asuetos, de aquí que el enamorado no pierda ocasión, cuando se
le presenta cualquier coyuntura, de acercarse a Madrigalejo para disfrutar de
tiernos paliques amorosos. En una de esas visitas, a nuestro capitán le llega
la hora de la separación, ya que es reclamado por sus deberes profesionales y
debe cortar esos idílicos momentos de “pelar la pava”, cuando todo era felicidad
en la pareja. El capitán Gorbea recibe la orden de incorporarse a su guarnición
toledana con urgencia.
No le queda otro recurso que tomar la
diligencia en Miajadas, que le llevaría a Madrid. Para llegar hasta allí, debe
hacer una penosa andadura de siete u ocho leguas, que es la distancia que
separa Miajadas de Madrigalejo, y ha de hacerlo cuando la noche se viene
encima, y la noche no es buena consejera para una marcha por senderos
desconocidos y solitarios. Nada más iniciar el camino, las criaturas nocturnas
rompen el opaco silencio de la oscuridad: la mochuelada con sus machaqueos
insistentes de posesivo como si fuese suyo todo el monte, los lamentos
quejumbrosos de las cornejas o corujas, el semigrito lánguido del búho mientras
se atusa el plumaje para llamar la atención a la pieza de caza que se atreve a
salir de su guarida y el siseo de la espectacular lechuza… en realidad seres
inofensivos, no así el taimado y mítico lobo, cuya desagradable y frecuente compañía se detecta
sin necesidad de verlo, que sigue y persigue al caminante con sus castañeteos
de dientes , ojos como ascuas y
tristísimos aullidos que, debido al tufo que expele, provoca verdadero
pavor, tanto a las personas como a los animales, a quienes puede decirse que le
ponen los “pelos de punta” y “el vello de carne de gallina”, lo que en términos
campesinos se conoce con el apelativo de “enlobarse”.
Pero, en ocasiones, son más
peligrosos los lobos que se refieren al género humano. El viajero que se lanzó
a la andadura, un pie tras otro, con la intención de caer en Miajadas al
amanecer, para subirse a la diligencia que le llevará a Madrid, utilizando el
camino común de Alcollarín y Campo Lugar, tuvo que atravesar los arenosos
adehesamientos de la Torrecilla de Abajo, las Abiertas y Carrascalejo, por
donde se hunde el cauce del río Pizarroso. Ya dice el refrán que “entre las
doce y la una, anda la mala fortuna”. Pero el caminante no pensaba en peligros,
sin duda ensimismado en los recuerdos de los deleites amorosos… En la orilla
contraria del río había gente apostada y bien oculta entre la espesura de los
junquerales. No tuvo tiempo el capitán Gorbea de asustarse y mucho menos de
defenderse, pues fue asaltado por los agazapados con tal rapidez, ensañamiento
y violencia, que le quitaron la vida casi en el acto.
De este modo, la Cava, la guapísima
Cava, vio romperse, con la pérdida del adorado prometido, una felicidad para la
que no encontraba consuelo y alivio.
El capitán Gorbea fue enterrado en la
iglesia parroquial del lugar de Madrigalejo, como pobre de solemnidad, el 19 de
marzo de 1811.
Hasta
hace poco tiempo la calle de la Cava era conocida por la calleja de la
Panadería, por ser una calle de poca entidad donde estaba enclavada la
panadería de Chamizo. Por esta razón, aunque calleja, era una vía con un gran
trajín y movimiento de gente.
Al
oír esas últimas palabras, dos clientas de la Panadería de Chamizo. (Rosi Arias
y Magda Rodríguez) nos llevan a otros tiempos de las panaderías:
-Vecina 1.- Trajín y
movimiento de gente es lo que ven mis ojos
-Vecina 2.- ¡Mi madre…!
¡Cuánto gentío…! ¡No vendrán tos estos a por pan…
-Vecina 1.- ¡Calla,
mujer! ¿Cómo van a venir a por pan si no son horas?
-Vecina 2.- ¿Pos no
venimos nosotras de la panadería sin ser hora de despachar pan?
-Vecina 1.- Tú sabrás a
lo que has venío… pero si yo no vengo, mañana no comemos pan… Me quean unos
mendrugos pa unas pringás, no más. Ni pa unas migas tengo.
-Vecina 2.- Por eso no
t´apures; yo te hubiese emprestao alguno, qu´entavía me quean en el costal.
-Vecina 1.- T´estoy mu
agradecía. Ya estoy apañá. Mi marío fue al molino pa que le molieran el grano.
Una vez molío, trajo los costales d´harina a la panadería. Y ahora he venío yo
pa que me dieran los vales que m´han correspondío. A ver si los conduro pa una
buena temporá.
-Vecina 2.- No te
creas, que comiendo pan pa ´l desayuno, pa ´l almuerzo, pa la merienda, pa la
merendilla de los muchachos, pa la latega del marío, pa la cena… ¡Uf…! necesitamos
dos vales de pan al día, como poco.
-Vecina 1.- Mientras
tengamos granos que moler… no nos faltará el pan de cada día.
-Vecina 2.- Ni pa los
dulces…, que unas perrunillas o unas bollas de chicharrón hacen mu buen apaño
pa´l desayuno… Que d´eso vengo yo, de llevar unas latas de bollas pa que me las
cuezan esta noche en el horno.
-Vecina 1.- Y… digo yo…
toa esta gente ¡qué bien nos hubieran venío en la siega…!, que la mucha
gente…si no es pa comer…qué bien viene siempre…
-Vecina 2.- Pos no
sirve darle vueltas… La cosecha s´ha terminao y el grano ya está recogío en el
granero
-Vecina 1.-
(Dirigiéndose al público) Oigan ustedes, al año que viene, pa San Juan, aquí
les quiero ver con el jocino bien afilao p´ayudarnos a la siega… Pero pa
comer…, cada uno a su casa…
-Vecina 2.- No hagan
caso… Que perro ladrador, poco mordeor… Ya ven, p´abrir boca, aquí hemos
preparao unos dulces entre las comadres…
-Vecina 1.- Y tiramos
la casa por la ventana…
-Vecina 2.- ¡Ea, con
Dios!¡Que los disfruten!
Cuando terminan su
plática las vecinas, un grupo de mujeres de la Asociación de Amas de Casa
reparten galletas de coco que ellas mismas habían elaborado.
Continuará…
Lo pasamos muy bien con estas actividades lastima que la pandemia nos obligó a dejarlo
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