En la Semana Santa celebramos la
Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Y con el Hijo,
acompañándole en el sufrimiento, pero también viviendo la alegría y el gozo de
la Resurrección, está la Madre. Una de las manifestaciones más populares de la
Semana Santa es la de acompañar en el dolor y en el gozo a las imágenes que
representan la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios. Por ello, y
desde tiempo inmemorial, sacamos a nuestras calles a la Virgen de las
Angustias, al Nazareno con la Cruz a cuestas, al Cristo de la Victoria –crucificado-,
al Santo Entierro, a la Virgen de los Dolores, al Resucitado y a la Virgen del
Rosario en las procesiones de Jueves Santo, Viernes Santo y en la Carrerita.
Vamos a hacer un poquito de historia y tradición con las imágenes marianas de nuestra
Semana Santa.
El nombre que llevan las distintas
imágenes de la Virgen responde a las distintas advocaciones, ya sea por el
lugar donde se veneran o por el momento de la vida de María que se quiera
revivir. En cada uno de los casos, estas imágenes se representan de una determinada
manera, es lo que se llama iconografía.
(Fotografía cedida por Choco)
Tanto en Jueves Santo como en Viernes
Santo, abre la procesión la Virgen de
las Angustias, que va portada por niños, vestida con manto negro
para la ocasión. Es una escultura de pequeñas dimensiones, tallada en madera
policromada, de factura barroca de buena calidad, que puede ser datada en el
siglo XVII. Durante todo el año se encuentra en la ermita que lleva su
nombre, presidiendo el altar desde el vano que se abre desde el camarín a
través del retablo. Con las manos entrelazadas en actitud de oración, lleva
clavado un puñal en el pecho, siguiendo el pasaje evangélico de Lucas 2,
34-35, cuando el viejo Simeón profetiza “…este niño está destinado a causar
la caída y el levantamiento de muchos en Israel y a crear mucha oposición, a
fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones”, y dirigiéndose
a María, “en cuanto a ti, una espada te atravesará el alma”.
La imagen de la Virgen de las Angustias estaba muy deteriorada a finales del siglo pasado. Le faltaban partes de
los dedos y del puñal, y había perdido buena parte de su policromía. Por ello
fue restaurada siendo párroco entonces D. Julián Sánchez, y el resultado es el
que luce en la actualidad.
La Virgen de la Angustias previa a su restauración.
Si la Virgen de las Angustias abre las
procesiones de Jueves Santo y Viernes Santo, la Virgen de los Dolores es quien las cierra. Porque María vivió –sufrió,
mejor dicho- esos momentos de pasión, llevándolo en su interior: ver a su Hijo sangrando, con la cruz a cuestas, su crucifixión y su cuerpo sin vida. La
procesión hace presente el dolor de María, desde la profecía de Simeón hecha realidad en las
Angustias, hasta su Soledad por haber perdido al Hijo.
La Virgen de los
Dolores es una imagen vestida de luto; de las que llaman de vestir, porque túnica y mando de tela cubren todo su cuerpo, dejando ver solamente el rostro y las manos, que son de madera
policromada. Sus ojos miran a lo Alto, y todo su rostro expresa dolor y
sufrimiento. Al mismo tiempo, extiende los brazos hacia abajo –unos brazos que
son articulados-, con las manos abiertas. Son unos gestos que hablan, que
expresan que todo está en manos de Dios.
(Fotografía cedida por Choco)
Además de la túnica y el manto, la imagen lleva como aditamentos una corona y un corazón con siete puñales
clavados. Son complementos de la imagen de "quita y pon", reservándose los de gala para salir en procesión. Vamos a fijarnos en el corazón con los
siete puñales, porque es la expresión plástica de los siete dolores de María. Es la identificación de los dolores que sufrió la Virgen desde la infancia de Jesús -los tres primeros dolores-, hasta su pasión y muerte en la cruz, al que se
refieren los cuatro restantes.
El primero de los dolores tiene que ver
con la circuncisión de Jesús y con la profecía de Simeón; es la primera vez que
la Virgen ve la sangre de su Hijo y tiene conciencia de lo que va a sufrir
por Él. El segundo dolor es la angustia de María huyendo a Egipto, para evitar que Herodes matara al Niño Jesús, en la matanza de los Santos Inocentes. El tercero de los
dolores se refiere al momento de incertidumbre por haberse perdido el Niño en
Jerusalén, cuando tenía doce años. El cuarto dolor tuvo lugar en la Vía de la Amargura, cuando María se topó
de bruces con su Hijo flagelado, coronado de espinas y con la cruz a cuestas.
El quinto dolor lo vive María a los pies de la cruz, acompañando a su Hijo
crucificado y viéndole morir. El sexto dolor es estrechar entre sus brazos el
cuerpo sin vida de su Hijo. Y el último, el séptimo dolor, es ver colocar a su
Hijo en el sepulcro y correr su losa.
El culto a la Virgen de los Dolores se
extiende por toda Europa a partir del siglo XVI. No sabemos desde cuando se le empezó a dar culto en nuestra parroquia de San Juan Bautista. La escultura de nuestra
Virgen de los Dolores reproduce la tipología de la imaginería procesional del
barroco final, de finales del siglo XVIII, que llega hasta nuestros días, -pues
todavía se siguen esculpiendo imágenes religiosas barrocas-. Suelen ser
esculturas para ser vestidas, que llevan una serie de aditamentos.
Probablemente la imagen de nuestra Virgen de los Dolores sea del Siglo XIX.
(Fotografía cedida por Choco)
Gracias a Choco, que ha compartido con
nosotros una fotografía de la Virgen de los Dolores en procesión, portada por
cuatro mozos, podemos ver cómo era hace más de cincuenta años. Aunque la talla
es la misma, los aditamentos sí que han cambiado. Tanto la corona como el traje
y el manto eran más severos, más sencillos y austeros, más castellanos que como luce en la actualidad. En el último cuarto del siglo pasado, cuando hubo problemas para encontrar cargadores, las andas de la Virgen de los Dolores llevaban ruedas. También de aquellos años es el traje y el manto de gala con los que procesiona la imagen, que fueron realizados gracias a la
colecta y colaboración de los parroquianos.
En 2001, un grupo de mujeres decidió
formar la Cofradía de la Virgen de los Dolores, que, junto a las cofradías del
Cristo de la Victoria, del Nazareno y, más recientemente del Santo Entierro,
han revitalizado nuestra Semana Santa. Y como también hicieron los cofrades del
Cristo de la Victoria, han dotado a la imagen y a la cofradía con todos los
elementos necesarios para dar mayor lustre al paso procesional –andas, farolas,
flores, pañuelo, rosario, así como una nueva corona y corazón-. También cuidan de su conservación, llevándola a restaurar cuando ha
sido necesario. Por todo ello, todo nuestro agradecimiento a todas las
cofradías en general y, en este caso, a la Cofradía de Nuestra Señora de los
Dolores.
En Sábado Santo, también rezamos ante
el sepulcro. Desde que estuvo como párroco D. Alfonso Raúl Masa, se coloca en
el presbiterio a la Virgen de los Dolores, sufriente, ante su Hijo yacente –escultura
del paso del Santo Entierro-. Tengamos muy presente esa imagen en este Sábado
Santo tan especial.
Como diría San Pablo (1 Cor 15, 14), Y si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra predicación, vana es también nuestra fe. Malos cristianos seríamos
si nos quedáramos en el dolor y el sufrimiento de la Pasión y Muerte de Jesús,
y no celebráramos con alegría la Pascua de Resurrección. Y lo mismo que estuvo
en el dolor y en el sufrimiento, también María está en la alegría y en el gozo,
como bien lo celebramos en “La Carrerita”. En esta vertiginosa procesión, junto con
el Resucitado, sale la Virgen del Rosario. Mejor dicho, juntos no, porque salen cada uno
por separado, poco antes del amanecer. La Virgen viste manto negro y lleva en
sus manos unas flores como símbolo de esperanza. La llevan los mozos al
punto convenido…y cuando llega el momento del Encuentro, echan a correr, se cae el manto de tristeza de la Virgen y deja al descubierto un manto adamascado, blanco y amarillo, símbolo de la
alegría de encontrar a su Hijo Resucitado, al que llevan las mozas, en veloz carrera, para unirse con su Madre. Se juntan las imágenes con una genuflexión de los
portadores, que juntos, entre el repique de
campanas y el bullicio de la gente, se dirigen a la iglesia, donde comenzará la
Santa Misa.
(Fotografía cedida por Choco)
La imagen de la Virgen del Rosario habitualmente se encuentra en la ermita de Nuestra señora de las Angustias, en una hornacina lateral. Es una escultura de las llamadas de vestir -como la
Virgen de los Dolores-, solo muestra el rostro y las manos. Viste túnica y
manto con rostrillo –adorno que
llevaban las mujeres alrededor de la cara y que suelen llevar muchas imágenes
de la Virgen-. Posee un rostro inexpresivo, lo que hace que según el manto que
lleve, puede expresar tristeza o alegría. Y en sus manos, lleva un
rosario de nácar.
Esta escultura está documentada
llegando a Madrigalejo en 1789, pues fue recibida con grandes festejos, incluidos
fuegos artificiales; por cierto, fue la primera vez que los hubo en la localidad. Y
también sabemos por el interrogatorio de la Audiencia Territorial de Cáceres
que, en 1791, existía una cofradía dedicada a Nuestra Señora del Rosario.
Y con la Virgen del Rosario, terminamos
este recorrido por las imágenes marianas de nuestra Semana Santa. Pongamos al pie de la Virgen a todas las personas que, de una forma o de otra, están sufriendo esta pandemia.
Bibliografía:
-Escultura
Barroca Española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la Sociedad del
Conocimiento. Entre el Barroco y el
Siglo XXI. ExLibric. Antequera, 2016.
-RODRÍGUEZ AMORES, L. Crónicas Lugareñas. Madrigalejo. Tecnigraf editores. Badajoz, 2008.
-SANCHOYERTO, P. B. Visita al Partido de Trujillo por el
magistrado D. Pedro Bernardo Sanchoyerto de la Audiencia Territorial de Cáceres
a raíz de su creación en 1791.
Guadalupe Rodríguez Cerezo.