jueves, 4 de junio de 2020

MEDIDAS ANTE LA PESTE DE FINES DEL XVII EN MADRIGALEJO


Epidemias y pandemias han sido unas constantes cíclicas a lo largo de la Historia de la Humanidad, ante las que las ciudades y los pueblos se preparaban en la medida de sus posibilidades. A través de estas líneas, voy a dar a conocer dos documentos que se conservan en el Archivo Municipal de Madrigalejo, en los que se aborda una misma temática, con seis años de diferencia. Se trata de las medidas que adopta el Concejo del lugar de Madrigalejo ante la última gran epidemia de peste que sufrió España, la que se vivió en el decenio comprendido entre 1675/1685.
Lo que en principio podría parecer una problemática de ayer, estamos viendo que hoy está de plena actualidad

Breves apuntes históricos
La peste negra, también llamada peste bubónica, fue una de las grandes pandemias que asoló el continente euroasiático en la Edad Media y en la Edad Moderna. Aparecía y desaparecía de forma cíclica, según encontraba el caldo de cultivo adecuado para su propagación. Aunque nadie estaba libre de ser contagiado, la peste se cebaba especialmente con las personas más vulnerables, que estaban mal alimentadas debido a la carencia de alimentos, que solía estar provocada por alteraciones climáticas y por las malas cosechas subsiguientes. Al ser una enfermedad contagiosa, se desarrollaba con mayor rapidez en los núcleos urbanos, donde las aglomeraciones y el contacto entre los individuos es más frecuente. A ello se añadía la falta de limpieza, de higiene y de medidas profilácticas propias de aquellas épocas.[1]
En realidad, la peste es una enfermedad animal, que se desarrolla en ratas y pulgas. El hombre se infecta a través de la picadura de una pulga que previamente estuviera contagiada por una rata. La pulga, de esta manera, transmite el bacilo al ser humano, que pasa a los vasos linfáticos y a la sangre, y provoca inflamación de los ganglios, vómitos, hemorragias internas, fiebre alta y crisis cardiaca. Inevitablemente, seis de cada diez infestados encuentran la muerte.[2]
El siglo XVII, en España, fue una centuria difícil, ya que estuvo aquejada de una profunda crisis económica, demográfica y política. Las malas cosechas se fueron repitiendo periódicamente en buena parte del seiscientos. Las guerras también fueron una constante, tanto las mantenidas en el exterior, debidas a la nefasta política de los Austrias para conservar la hegemonía, como a conflictos internos: la revuelta que se produjo en Cataluña en 1640 y la guerra con Portugal, iniciada ese mismo año. Con todas estas circunstancias, las epidemias tuvieron un campo abonado para proliferar.[3]
A lo largo del siglo XVII, se produjeron tres grandes oleadas de peste negra en España. Comenzó la centuria con la epidemia que había entrado en 1596 y perduró hasta 1602. A mediados de siglo se produjo otra, entre 1647 y 1652. Y la que se propagó entre los años 1676 y 1685 está considerada la última gran irrupción de la peste en la península Ibérica y es a la que se refieren los documentos que se van a tratar[4].
Este último brote de peste entró en 1676 por el puerto de Cartagena, de donde se extendió a Murcia, Lorca, Totana, Elche y otros municipios[5]. Desde esta fecha hasta 1685, va teniendo diferentes brotes, parando en invierno y recrudeciéndose en primavera, cuando la humedad y las altas temperaturas favorecen su propagación. Va remitiendo en unas ciudades y va apareciendo en otras. Andalucía y Murcia fueron las zonas más afectadas por esta oleada. Dentro de Andalucía, Córdoba sufrió de una forma especial el azote de la enfermedad, que también la había padecido a principios y mediados del siglo. De hecho, su población quedó diezmada en 20.000 personas al finalizar la centuria, en una población inicial de 50.000 almas[6].

¿Cómo se combatía la peste?
Felipe II, a finales del siglo XVI, mandó a su médico de cabecera, Luis de Mercado, escribir un tratado sobre la peste, en el que, entre otros aspectos como su naturaleza y condición, se establecieran pautas para su prevención y curación. Pero el tratado estaba escrito en latín y, como era una obra de consulta de gran importancia, Felipe III mandó traducirla al español. En la segunda parte del tratado, se exponían una serie de medidas colectivas para evitar la propagación en masa, como era impedir la entrada en pueblos y ciudades de personas procedentes de lugares infectados, así como la limpieza de las calles y el control de aguas estancadas.[7]
De acuerdo con la teoría de Mercado, cuando la peste se declaraba en una localidad, se establecían una serie de medidas de aislamiento, que consistían en cerrar las puertas de las murallas y repasar sus muros, tapiar casas que estuvieran fuera del recinto amurallado, prohibir la entrada y salida de personas y mercancías, cerrar ermitas y ventas, establecer medidas de vigilancias, etc.[8] Además, había que aislar a los enfermos infectados, los cuales, dependiendo de su condición, eran sacados fuera de la población, si eran pobres, o se les permitía quedarse en casa, incomunicados, si eran ricos[9]. También se recomendaba quemar todos los enseres de los enfermos y sus casas[10]. Sin embargo, para el médico Alonso de Burgos, la única medida eficaz contra la peste era “huir rápido, cuanto antes, mejor, y regresar cuanto más tarde, mejor”[11].
Todas estas ordenanzas y regulaciones llevaban a una gran ruina económica para las localidades y hogares que padecieran las epidemias. Por ello, era frecuente que, tanto las autoridades como los particulares, ocultasen los primeros casos que aparecían de la enfermedad, favoreciendo así su propagación. Las familias, incluso, enterraban a sus difuntos por peste en sus mismos corrales para que no se enterasen los vecinos.[12]
En una época de profunda religiosidad, cuando entraba la peste en una ciudad, sus habitantes miraban enseguida a Dios, para implorarle que les librara de la enfermedad y para buscar consuelo. Salían en masa a las calles, sacando en procesión a los santos protectores contra la peste, como San Roque o San Sebastián. En las procesiones se mezclaban sanos e infectados, por lo que la enfermedad se propagaba exponencialmente.[13]
Además, estaba el sentimiento de culpa, pues veían la enfermedad como un castigo divino. Así lo refleja el siguiente documento del Consejo Real dirigido a las ciudades y fechado en junio de 1682, por el que se pedía que cesaran los espectáculos, no para evitar contagios por la concentración de personas, sino porque no eran del agrado de Dios: 
Su Majestad Dios le guarde con el Santo y piadoso çelo que le assiste con las seguras noticias que llegan de que cada día creçe el contagio del Reyno de Córdoua y se ba estendiendo a otros lugares, se a seruido mandar çessen las representaciones de comedias y fiestas de toros para que obligado nuestro Señor con esta moderaçion y con las Rogatibas y oraciones públicas ussando de su misericordia ponga término al contagio, de que advierte a V.m. el Consejo para que lo tenga entedido y lo haga observar puntualmente en esse distrito no permitiendo la repressentación de comedias ni corridas de toros.” (A.M.T. Sanidad (pestes), 1676-1681). [14]

Y después de haber visto las medidas y recomendaciones de carácter general para protegerse de la peste y fundamentalmente en las ciudades y localidades más pobladas, pasamos a ver a continuación los casos concretos que nos ocupan.


Documento fechado el día 2 de agosto de 1676
Con fecha de dos de agosto de mil seiscientos setenta y seis, se reunió el Concejo del lugar de Madrigalejo, de la jurisdicción de la ciudad de Trujillo, al son de campana tañida. El ayuntamiento estuvo formado por el alcalde ordinario, Juan Martín Ramos, los regidores Juan Sánchez Orejudo y Cristóbal Sánchez Tripa, y dieciséis vecinos. Entre todos ellos se confirió sobre el guardar el lugar por las calles de la peste y para cunplir con lo mandado del Sr. Correxidor de dicha ziudad azerca de lo referido, resumieron unánimes y conformes, nemine discrepante, que desde luego se enpieze a tapiar las calles y se guarden las calles guardas, pidiendo a los que vinieren de afuera testimonio de donde son. Firmaron el documento el alcalde ordinario y tres vecinos más, además del escribano, Francisco Arias.[15]
Trujillo ya había padecido en 1507 los efectos devastadores de la peste, a pesar de que se habían seguido una serie de disposiciones para evitarlo, como guardar los caminos para impedir la entrada de gente procedente de zonas infectadas; limpiar los pozos, fuentes y calles; quemar los terrenos que la rodeaban o controlar la entrada y salida de vecinos[16]. Posteriormente, cada vez que llegaban noticias de una nueva oleada de tan temible enfermedad, se establecían los protocolos preventivos, ya fueran dictados desde la corte o desde el mismo ayuntamiento[17]. Tal es el caso, por ejemplo, del 11 de julio de 1603, cuando se establecen las normas para guardar la ciudad de la peste y, entre las disposiciones, dice que se notifique al sesmero de la tierra, que está presente, haga que se guarde en los lugares desta jurisdiçion[18]. Por tanto, las medidas que se proponen en Trujillo, no solo afectan a la ciudad, sino también a la tierra que forman parte de su alfoz, como es el caso de Madrigalejo.
Volvemos a 1676. Recordemos que la peste había entrado a través del puerto de Cartagena y que el foco estaba localizado en Murcia y sus alrededores. Aún estaba lejana. Pero cuando llegan noticias a la ciudad de Trujillo de la irrupción de esta nueva oleada de peste, su Corregidor manda al concejo del lugar de Madrigalejo que se pongan en marcha las medidas preventivas oportunas. Y este concejo las ratificó de forma unánime y quien así lo dijeron firmaron de sus mercedes los que supieron y de los vecinos[19].
Teniendo en cuenta que una localidad amurallada es más fácil de guardar, nos encontramos ante una aldea que no tiene recinto murado. En este caso una de las disposiciones es la de tapiar las calles, que consistía en tapar aquellas vías que daban directamente al campo. Solo quedarían abiertas las calles de entrada oficial a la población. La segunda medida, relacionada con la anterior, fue la de poner guardas en las calles. Los guardas custodiarían esas entradas oficiales al municipio, por las que se accedía desde los caminos que enlazaban con otras localidades. El camino real que se dirigía desde Sevilla a Guadalupe, atravesando Madrigalejo, estaría especialmente vigilado, por ser el más transitado y por proceder los viandantes de lugares más lejanos. Y ante la llegada de gente forastera, los guardas tenían la obligación de preguntar el lugar de procedencia –tercera medida-, para que nadie que viniera de zonas infectadas pudiera acceder al núcleo de población.


Documento fechado el día 5 de julio de 1682
Seis años más tarde, el concejo de Madrigalejo aborda otra vez el tema de la peste. En esta ocasión, detentan la autoridad local Miguel Sánchez Moreno y Pedro Sánchez Delgado –alcaldes ordinarios- junto con Juan Sánchez y Juan García Ruiz –regidores-, los cuales, con veinte vecinos más, acuerdan lo siguiente:
“…todos juntos unánimes y conformes y de un mismo acuerdo y parecer, (…) dijeron que, por quanto su Magestad, que Dios guarde, y el Sr. Corregidor en su nombre, pida por lo de enfermedad del contagio, se guarde la frontera de Guadiana por la detención de los vecinos de la Puebla y los que están de aquella parte de Guadiana y, para que se detengan y guarde, es nescesario seguir el repartimiento –ilegible-, el que estén tres honbres efectivos en dicha guardia y, para que se alimenten y se den su socorro ordinario y que pasen los vecinos que estuvieren, y para questén más seguros y efectivos, se acordó que se les dé para su sustento, para cada un día a cada uno, a razón de tres reales, y estos que tengan las justicias obligación de pagarlos, nombrando para  ello persona que lo cobre de todos los vecinos, y que el omiso que no acuda al pagamiento a destar sujeto a yr a la guarda, apremiándole la justicia por todo rigor de derecho, y questo se oserve y guarde hasta tanto que aya otra cosa de nuevo por este concejo y vecinos, y que no aya en esto dilación alguna, con grandes penas a los que no contribuyeren a la paga, haciendo tres memoriales en tres partes el lugar, para questemos de pronto nombrando una persona de cada parte, para que se junte con más brevedad y puntualidad, y esto se acordó  y vinieron a ello, y que se cunpla y ejecute en todo y por todo por convenir así al bien común deste lugar y salud del Reyno…”[20]
El documento lo firman seis vecinos junto con el escribano, Gonzalo Martín Roldán.
En 1682, la amenaza de la peste estaba más cercana. Hasta Córdoba había llegado ya el contagio desde Málaga, a pesar de que se había establecido una barrera defensiva en el río Genil. Sin embargo, la enfermedad atravesó la barrera y llegó a localidades como Lucena, Cabra, Priego y también a la ciudad de Córdoba[21]. Desde que apareciera el primer foco en 1676, la enfermedad no se había erradicado. Permanecía latente en invierno y volvía a aparecer en primavera, por lo que los protocolos preventivos deberían seguir vigentes. Y ante la proximidad de la peste en 1682, según vemos en el documento del 5 de julio que reproducimos, se activa una nueva medida, la de establecer una barrera defensiva en el río Guadiana. La orden, que viene dada por el Rey a través del Corregidor de la ciudad de Trujillo, pretende evitar que ningún vecino de Puebla de Alcocer o cualquier otro lugar de la margen izquierda del Guadiana, cruce a la otra parte. Este era un punto estratégico para guardar la frontera natural, ya que Puebla de Alcocer se encontraba en el itinerario de uno los caminos más directos para llegar a Córdoba desde Madrigalejo y otros pueblo comarcanos, y, para ello, había que cruzar el río Guadiana a través del vado de Casas de Don Pedro[22].
La puesta en marcha de la guardia tenía unas repercusiones económicas. El documento nos dice que se necesitaban tres hombres para que hicieran la guardia y, a estas personas, había que pagarles su sustento –alimentación y socorro ordinario-, que se había establecido a razón de tres reales a cada uno y cada día. Se recurre al repartimiento para hacer frente a estos gastos extraordinarios; es decir, se sufragaría a través de la contribución o carga gravada a los vecinos. Por tanto, aunque tengan las justicias obligación de pagarlos, son los vecinos los que se hacen cargo de los gastos que ello supone. Al pagamiento están llamados todos los vecinos, y el que no acudiera, estaría sujeto a yr a la guarda, apremiándole la justicia por todo rigor de derecho, con grandes penas a los que no contribuyeren a la paga.
La recaudación debía llevarse a cabo sin dilación alguna, con la mayor brevedad y puntualidad. Para agilizarlo, se emitirían tres documentos de petición –memoriales-, en tres partes del lugar. En cada una de estas partes, se nombraría a una persona, que estaría encargada de cobrarlo a los vecinos. Y todo esto, que debía cumplirse y ejecutarse, estaba justificado por convenir así al bien común deste lugar y salud del Reyno.

Hoy como ayer
Solemos referirnos a la Peste como algo del pasado, totalmente superado. En general, muchas de las enfermedades infecto-contagiosas que eran temidas por nuestros antepasados, como la peste, el cólera, el tifus, la viruela o el sarampión, prácticamente están erradicadas gracias a las vacunas, a los antibióticos, a los buenos hábitos higiénico-sanitarios y a la imprescindible infraestructura de saneamiento en los núcleos de población.
Sin embargo, hoy, como ayer, el mundo tiembla cuando se producen epidemias y pandemias. A principios del siglo XX, la gripe de 1918 fue de tal gravedad que está considerado uno de los ejemplos de mayor crisis de mortalidad. Más recientemente, el SIDA, provocada por el VIH –virus de inmunodeficiencia humana- apareció en la década de los ochenta del siglo pasado y sigue siendo una enfermedad contagiosa de gran magnitud. Y entramos en siglo XXI con epidemias y pandemias tan destacadas como la Gripe Aviar, la Gripe A, el Ébola y, la que nos está asolando en estos momentos, el COVID-19.
Salvando las distancias, hoy se están repitiendo algunas de las circunstancias que se vivían con la peste, de forma cíclica, en la Edad Media y en la Edad Moderna. En primer lugar, hoy como ayer, estamos asistiendo al miedo y al temor a lo desconocido, al contagio. Hemos visto y estamos viendo cómo las grandes concentraciones favorecen la propagación, si entonces eran las procesiones, ahora son los partidos y eventos deportivos, lúdicos o culturales, concentraciones o manifestaciones, romerías, etc. Si en otros tiempos la falta de higiene y de limpieza favorecía el contagio, en nuestros días, la gran movilidad de la población contribuye a que se propague vertiginosamente la enfermedad. También sigue siendo coincidente la estrecha línea que separa las enfermedades propias de los animales y de los seres humanos, cómo saltan de unos a otros y mutan para adaptarse al nuevo huésped. Además, tener localizados los focos de infección era esencial para combatirlo entonces, lo mismo que ahora. Igual que ayer, en la actualidad se utilizan medidas de aislamiento y de cuarentena para evitar que siga avanzando el mal, para lo que era y es necesario reforzar la seguridad. Si el temor a las pérdidas económicas que acarreaba toda epidemia hacía que se retrasaran las medidas que habían de tomarse, también en la actualidad influyen las consecuencias económicas en su gestión. Incluso la huida de los lugares problemáticos parecía algo del pasado y se ha repetido en nuestros días, favoreciendo esta diáspora su propagación. En definitiva, hoy como ayer, se han tenido que arbitrar una serie de medidas excepcionales para hacer frente a la pandemia del COVID-19. Y sus consecuencias se verán en unos años.

Guadalupe Rodríguez Cerezo.


BIBLIOGRAFÍA:

-J. HERNÁNDEZ FRANCO: “Morfología de la peste de 1677-78 en Murcia”. Estudis, nº 9. Valencia. 1983.
-J.J. MARTÍN BARBA. “El itinerario del cortejo fúnebre de Fernando el Católico: de Madrigalejo a Granada”. Actas de los IX Encuentros de Estudios Comarcales Vegas Altas, La Serena y La Siberia. Diputación de Badajoz. Badajoz, 2017.
-F. MARTÍNEZ GIL. Muerte y Sociedad en la España de los Austrias. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca, 2000.
-A. RODRÍGUEZ GRAGERA: “La crisis de mortalidad en la Extremadura del siglo XVII. Una primera aproximación”. Revista Alcántara, nº 16. Cáceres, 1989.


FUENTES:
-Archivo Municipal de Madrigalejo. Signatura 15. 



[1] J. HERNÁNDEZ FRANCO: “Morfología de la peste de 1677-78 en Murcia”. Estudis, nº 9. Valencia. 1983. (Págs. 102 y 103). A. RODRÍGUEZ GRAGERA: “La crisis de mortalidad en la Extremadura del siglo XVII. Una primera aproximación”. Revista Alcántara, nº 16. Cáceres, 1989. (Pág. 70). https://sevilla.abc.es/andalucia/cordoba/sevi-como-sobrevivio-cordoba-peste-201801210127_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F
[11] Ibidem.
[12] Ibidem.
[14]F. MARTÍNEZ GIL. Muerte y Sociedad en la España de los Austrias. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca, 2000. Pág. 147.
[15] Archivo Municipal de Madrigalejo. Signatura: 01.01.02.01.00015.
[17] Ibidem.
[18] Ibidem.
[19] Archivo Municipal de Madrigalejo. 01.01.02.01.00015.
[20] Archivo Municipal de Madrigalejo. Signatura: 01.01.02.01.00015.
[22] J.J. MARTÍN BARBA. “El itinerario del cortejo fúnebre de Fernando el Católico: de Madrigalejo a Granada”. Actas de los IX Encuentros de Estudios Comarcales Vegas Altas, La Serena y La Siberia. Diputación de Badajoz. Badajoz, 2017. Pág. 457.