lunes, 4 de julio de 2022

LORENZO R. AMORES. UN SIGLO DE SU NACIMIENTO


Cuando se cumplen cien años del nacimiento de Lorenzo Rodríguez Amores -mi querido padre- he seleccionado algunas fotografías de las que se guardan celosamente en álbumes y cajas, unas instantáneas que van a ser las columnas que sustenten el presente trabajo. Este trabajo que no tiene otra pretensión que la de repasar toda una vida a través de las imágenes. Y, como suele decirse, no son todas las que están ni están todas las que son. Lo primero, porque la selección es necesaria, y lo segundo, porque toda una vida no cabe en unas fotografías.

Lorenzo Rodríguez Amores nació en Madrigalejo el día 5 de julio de 1922. Sus padres fueron Domingo Rodríguez Silva, labrador de Acedera, y María Amores Pizarroso, natural de Madrigalejo. Domingo y María se habían casado el 27 de febrero de 1909 y fijaron su residencia en Acedera. Cuando iba a dar a luz, mi abuela María, se instalaba en Madrigalejo, en casa de su madre. Aquí nacieron sus hijos Antonio y Lorenzo. No fue así en el caso del segundo hijo, Vicente, que se adelantó el parto y nació en Acedera.

La fotografía que acompaña es de estudio, con disfraz incluido. Fue tomada en Córdoba en la luna de miel de mis abuelos, Domingo y María.

Fueron tres los hijos del matrimonio Rodríguez Amores. La fotografía es el retrato de los dos hijos mayores: Antonio -montado en triciclo- y Vicente -de pie-. Cuando se hizo la instantánea, todavía no había nacido Lorenzo, pues se llevaba 10 y 12 años respectivamente con ellos. En sus dos hermanos mayores, Lorenzo tenía el ejemplo a seguir. Siempre estuvieron muy unidos los tres hermanos.

 


Tras la enfermedad y muerte del padre, en 1933 la familia ya estaba instalada en Madrigalejo. Siguiendo los pasos de sus hermanos, estuvo interno en el Colegio San Luis Gonzaga de Sevilla, donde estudió los tres primeros años de bachillerato. En esta fotografía de grupo, Lorenzo aparece el 4º empezando por la derecha de la 2ª fila desde abajo. La foto fue tomada en 1936, poco antes del comienzo de la Guerra Civil. Al estallar la guerra en julio, le pilló durante sus vacaciones en Madrigalejo. Los tres años de la guerra los pasó en Madrigalejo con su madre, siguiendo sus estudios de bachillerato de forma libre. Iba a examinarse a Trujillo y a Cáceres. Terminó la etapa de bachillerato de nuevo en Sevilla.  

 


Y de Sevilla se fue a Córdoba, a estudiar Veterinaria, licenciándose en esta disciplina en 1948. En él dejó un lugar muy especial Córdoba y sus años de estudiante. Le vemos en este retrato de su época de estudiante.

 

Como cualquier joven, también le gustaba practicar deporte, concretamente el fútbol. Vestido con camiseta, calzones, medias y botas para salir al campo, le vemos en el extremo derecho.


Hizo el Servicio Militar en las Milicias Universitarias, con el grado de Alférez de Caballería. Estuvo destinado en Badajoz y en Ronda. Frecuentemente contaba la siguiente anécdota: que estando realizando unas prácticas montando a caballo, se cayeron por un barranco el caballo y él; rápidamente el superior se acercó a ver si le había pasado algo al caballo, pero, en ningún momento, llegó a interesarse por él. Le vemos en la fotografía con el uniforme de Alférez.



Estando ya en relaciones con quien sería su esposa, Anita Cerezo, disfrutaba de la Feria de Madrigalejo. Son dos instantáneas del mismo día. En la primera, llevando en la carreta a sus futuras sobrinas engalanadas para ir los toros. En la segunda fotografía, están ya colocados en la plaza para ver la corrida. Llaman la atención los mantones de Manila. Era un gran aficionado a los toros y, además, como veterinario, en alguna ocasión ejerció como tal en algunas corridas.



El 5 de febrero de 1950 se celebró en Guadalupe la boda entre Lorenzo Rodríguez Amores y Ana Cerezo Fortuna. Cuentan quiénes lo vivieron, que fue un día infernal de frío, agua y nieve; nevando en Guadalupe y lloviendo a mares en Madrigalejo.

 

Sentados en un velador en Baños de Montemayor, el joven matrimonio con sus sobrinas Nina y Pepi. Allí solían pasar algunos días de descanso en verano, en la casa llamada “Buenos Aires”, que era propiedad de su suegro.

 


Tras vivir los primeros años en la calle San Juan nº7, hicieron una casa en la Calle Luisa Fortuna nº1, en cuya puerta está tomada la fotografía, recién trasladados a la nueva vivienda. Para entonces ya eran familia numerosa, aunque todavía faltaba por llegar la pequeña.

 

Le vemos aquí en una de las facetas que le caracterizaban, la de gran conversador y narrador. En el comedor de su casa, rodeado de familia, está de espaldas, pero todas las miradas se dirigen hacia él, hacia lo que está hablando. Seguro que estaba contando algo apasionante y ameno, por el interés que suscita en los contertulios.

 


Un día en el campo, como otros muchos. Encinas, retamas, el monte… ¡Cuánto empeño ponía en cuidar y conservar el monte! Cuando a nadie le interesaban las encinas y se arrancaban por miles, no solo las conservó y procuró mantener el monte intacto del Valle Judío, sino que le parecía una barbaridad el arranque indiscriminado de encinas.

Y su viejo Land Rover… No se caracterizó por ser buen conductor, más bien lo contrario; pero le dio mucha independencia.

 

Apasionado de la Historia, en los libros y a pie de campo, curioso donde los haya, le encontramos aquí visitando y enseñando la cueva de Villavieja, en el término municipal de Navalvillar de Pela, donde habitaron pueblos prerromanos. Tomo prestadas las palabras de Ángel Ruiz del Árbol, de la entradilla al poema acróstico -todo un homenaje- que le dedicó cuando murió: “Cuando los hombres trabajan en el silencio del pasado, su obra se convierte en un grito de emoción y de esperanza”.

 

También podíamos encontrarlo en congresos, certámenes y simposios de Historia, como en esta foto de familia de los participantes de una de las ediciones de los Coloquios Históricos de Extremadura, que se celebran cada septiembre en Trujillo, una cita a la que no faltó mientras le fue posible. Y es que tuvo una gran vinculación a los Coloquios desde el principio, hasta el punto que la primera comunicación de la primera edición de los Coloquios, allá por 1971, fue suya y llevaba el título de “La casa de Fernando el Católico en Madrigalejo”.



 Y precisamente, durante muchos años, su gran caballo de batalla fue salvar de la ruina a la Casa de Santa María -donde había fallecido el Rey Fernando el Católico y donde había firmado su último testamento-. Trabajó incansablemente por ello y para que fuera declarada Monumento Nacional. Ambas cosas se lograron. Aquí le vemos husmeando en las obras de restauración de la Casa de Santa María.

 

También trabajó por reivindicar a Madrigalejo como parada obligada en el camino de Guadalupe. Por ello, no dudó en promover que se hiciera una gran acogida a los primeros jinetes de la “Marcha de la Hispanidad” que decidieron hacer el camino tradicional a Guadalupe a caballo pasando por Madrigalejo.



 Un interés especial tuvo por la figura y la obra de Reyes Huertas, a quien dedicó varios de sus trabajos. Ese interés le llevó a acercarse a la familia del escritor, a la que visitaba con frecuencia en “Campos de Ortiga”, la casa familiar en La Guarda. Trabó una buena amistad con su yerno, José María Basanta. La fotografía es un momento del acto celebrado en Campanario en homenaje a Reyes Huertas en el 25 aniversario de su fallecimiento, acto del que fue colaborador.

Aparece aquí con el cigarro en la boca, pues, hay que decirlo, era un fumador empedernido.

 

Y también fue muy especial el homenaje a D. Aquilino Ramos Lozano, en el día de su jubilación, un acto de reconocimiento y agradecimiento, por su gran dedicación, a toda una carrera en el ejercicio del magisterio. D. Aquilino y mi padre se funden en un abrazo como muestra de su gran amistad, después de haberle dedicado unas palabras, que debieron haber sido muy emotivas, si observamos los rostros del mismo D. Aquilino, de su mujer, Dª Victoria, y de su hijo Javier.



También le llegó a él la hora de su jubilación. Ambas fotografías representan dos actos distintos tras llegar a su retiro, que tuvo que ser antes de tiempo por enfermedad. La primera reproduce el momento de la entrega de una insignia en el homenaje que el Colegio de Veterinarios de Badajoz rindió a los profesionales de esta disciplina que se jubilaron a lo largo de aquel año (1987). La segunda es el día del homenaje de jubilación que le tributaron sus amigos de Quintana de la Serena, donde estuvo ejerciendo la Veterinaria a lo largo de dos décadas. 

 

Y tras la jubilación, emprendió un proyecto que le ocupó la etapa final de su vida. Sin prisa, pero sin pausa, se dedicó a escribir el libro de la Historia de Madrigalejo, de la que tanto sabía. El libro, Crónicas Lugareñas. Madrigalejo, vio la luz en marzo de 2008, cuando la enfermedad había hecho mella en él. Y, a su manera, disfrutó de la presentación de su obra, que tuvo lugar el 17 de marzo, en la Casa de la Cultura de Madrigalejo. La siguiente fotografía (21) es una instantánea de aquel día, y la última vez que se le vio en un acto público, que estuvo arropado por numerosos convecinos, amigos, algunos de los cuales se desplazaron desde otras localidades, y familia.

 

Falleció en Madrigalejo el 6 de marzo de 2009.


El último homenaje fue el de su pueblo, a través de su institución más destacada, el Ayuntamiento de Madrigalejo, el cual, en pleno y por unanimidad de todos los ediles, acordaron poner a una calle el nombre de Lorenzo Rodríguez Amores. Presidía entonces la Corporación Municipal D. Tomás Durán García. Al poco tiempo, hubo cambio en la Alcaldía y, al inicio de la legislatura de D. Sergio Rey Galán, tuvo lugar el acto de colocación de la placa en la calle que lleva su nombre. 

Muchas gracias a todos.

 

Guadalupe Rodríguez Cerezo.