Desde
que los alcaldes de Don Benito y Villanueva de la Serena decidieran que el
municipio que saliera de la fusión de ambos se llamaría Vegas Altas, el
pueblo de “Vegas Altas”, nacido hace 64 años en el término municipal de
Navalvillar de Pela (Badajoz), comenzó una lucha por reivindicar su nombre, porque
sus vecinos no están dispuestos a compartir la denominación que los identifica.
Con este fin, se están movilizando y se han organizado en la plataforma “Vegas
Altas ya existe”, a través de la cual defienden sus derechos, el de su nombre
primigenio. Esta lucha se ha convertido en una disputa entre David y Goliat.
Entre
las actividades que la plataforma está llevando a cabo para dar difusión a esta
reivindicación, se celebró el día 10 de marzo la II Conferencia-Coloquio
“Vegas Altas: identidad y memoria colectiva”. El evento consistió en una
mesa redonda formada por seis ponentes, que aportaron sus conocimientos desde
distintos ámbitos. Junto a Esther Sánchez Tapia -Alcaldesa de San Gil
(Cáceres)-, Miguel Gregorio Martínez -Secretario General de FEEM Y FAEM-,
Antonia Esther Abujeta Martín -Doctora en Historia del Arte e Investigadora de
los Pueblos de Colonización Extremeños y Patrimonio Arquitectónico-, Andrés
Alberto Amarilla Toril -Cronista Oficial de Santa Marta de Magasca- y Cecilia
Gallego Sánchez -Dirigente del bufete de Gallego-Abogados-, participé en esta
mesa redonda como Cronista Oficial de Madrigalejo.
Mi
ponencia estuvo dedicada a los “Antecedentes históricos del entorno del pueblo
de Vegas Altas”, ponencia que a continuación reproduzco, no antes de agradecer
a la plataforma “Vegas altas ya existe” que pensaran en mí para colaborar en
esta interesante conferencia-coloquio:
Cuando
Óscar, presidente de la plataforma “Vegas Altas ya existe”, me invitó a
participar en esta jornada, empecé a plantearme cuál podría ser mi aportación
desde el ámbito en el que me muevo, que no es otro que el de la Historia. La
Historia de Vegas Altas, desde su fundación, la conocéis vosotros mucho mejor
que yo, porque vosotros, vuestros padres y vuestros abuelos, comenzasteis a
construirla. Fuisteis pioneros que, con mucho trabajo, dificultades y
añoranzas, pero también con una gran ilusión, os embarcasteis en la
construcción de una nueva comunidad, la comunidad humana que hoy es Vegas
Altas. Ese relato lo tenéis muy vivo aún y, me consta, estáis haciendo todo lo
que está en vuestras manos para conservarlo y pasarlo a las siguientes
generaciones. Pero, además, seguís haciendo Historia en estos momentos, en esta
lucha por defender vuestra identidad, en unidad y cargados de razón.
Por
estas razones, pensé que podía ser interesante esbozar los antecedentes
históricos del entorno físico donde hoy está enclavado el pueblo de Vegas Altas
y sus tierras aledañas. Partiendo de la base de que la Historia la construyen
los hombres en su trajinar por un territorio determinado, la presencia humana,
con su incidencia en el paisaje, se ha dejado sentir por estos contornos desde
tiempos muy remotos.
No
podemos saber quiénes fueron los primeros hombres que pisaron estas tierras,
pero tenemos la certeza, a través de restos arqueológicos cercanos, de que el
hombre estaría presente por estos lugares en sus idas y venidas desde, al
menos, dos castros habitados en la Edad del Hierro. Se trata de restos de
construcciones prerromanas enclavadas en las cuevas de Villavieja, en la Sierra
de Pela, y en el cerro del Castillejo, en Madrigalejo. Los habitantes de
aquellos asentamientos pertenecían a los Vetones, pueblo de origen celta que
vivían en castros fortificados situados en zonas elevadas y eran eminentemente
guerreros y ganaderos. Precisamente esta es la zona más meridional del
territorio ocupado por los vetones, cuyo ámbito territorial se circunscribía a
las actuales provincias de Salamanca, Ávila, Cáceres y algo de Toledo. Es fácil
imaginar a aquellos moradores, guerreros y ganaderos, aunque también cazadores,
campando a sus anchas por estos parajes en busca de alimentos y recursos.
Además,
las fuentes antiguas hablan de dos ciudades vetonas, que no estarían muy
lejanas de aquí, en las que se produjo un gran proceso de romanización. Se
trata de Lacimurga, identificada su localización en los restos arqueológicos de
Cogollugo, y Lacipea, sobre cuya ubicación no hay teorías concluyentes y en las
que no vamos a entrar. Estamos ya en época romana y restos de esta civilización
se han encontrado en abundancia por la zona. Además, la calzada 25 del
itinerario de Antonino, que unía Mérida con Zaragoza por Toledo, no transcurría
lejos de aquí. Estas consideraciones llevan a pensar que también los romanos
estuvieron hollando y explotando el terreno que hoy ocupa Vegas Altas.
También
debemos referirnos a la presencia islámica en sus 500 años de ocupación en la
comarca. Su presencia se constata, por ejemplo, en el topónimo de una de las
fincas de la tierra de Vegas Altas, concretamente de “Moheda Bajera”. Moheda es
una palabra de origen árabe que significa “lugar oculto con monte espeso”, lo
que invita a pensar en una vigorosa vegetación. Uno de los grupos más importantes
que deambularon por estos parajes en época musulmana, y de los que se tiene
noticias, pertenecía a los Nafza, tribu de origen bereber que tenían su centro
en el castillo de Mojáfar, el que hoy conocemos como castillo de la Encomienda,
en Villanueva de la Serena.
El
fin de la etapa islámica por estos contornos debemos colocarlo a partir de la
toma de Trujillo por los cristianos, en torno a 1232/1234. Desde entonces, el
terreno que hoy pisamos empezó a formar parte del alfoz de la “Tierra de
Trujillo”, como tierra de realengo. Esto quiere decir que todo este territorio
dependía directamente de la Corona, a través de la delegación del poder
político y jurídico (civil y penal) en el Concejo de Trujillo. Una de las
aldeas del alfoz trujillano era Madrigalejo, a cuyo término pertenecían
entonces las tierras donde hoy se asienta Vagas Altas.
El
poblado de Vegas Altas está enclavado en la finca “El Campillo”, una heredad
que está bastante bien documentada desde antaño. Se sabe que una tal doña Inés
fue propietaria de El Campiello -como se conocía entonces- en una fecha
anterior a 1362. Y que, en 1382, Sancho Blázquez, quien debía ser su dueño
entonces, se la vendió a la Iglesia de Guadalupe por 1.800 maravedíes. Desde
esa fecha hasta 1835, el Campillo formó parte de la hacienda de este
monasterio, lo mismo que varias fincas aledañas como la Parrilla, el Palacio de
Nuño Matheos -lo que hoy se conoce como Palazuelo- o los Cinchos. Y es que la
Iglesia de Guadalupe, por la necesidad que tenía de adquirir tierras de pan y
de pastos, buscó tierras fértiles, llanas y despejadas en los lugares de
Valdepalacios y Madrigalejo, donde se hicieron con un enorme patrimonio. Y digo
Iglesia, porque estas heredades fueron adquiridas antes de que se constituyese
el monasterio, hecho que tuvo lugar en 1389 con la llegada de la Orden
Jerónima. Podemos decir, sin equivocarnos, que los beneficios que se obtenían
de la explotación de estas tierras contribuyeron a engrandecer el monasterio, a
sostenerlo y a sufragar hospitales, obras pías y obras de arte. Sin duda, los
frailes se caracterizaron por administrar sus bienes de la forma más
provechosa.
¿De
qué forma se explotaron estas heredades? Las fincas en las que actualmente se
asientan, tanto el pueblo de Vegas Altas como sus tierras, estaban dedicadas a
la labor y a la ganadería. Concretamente, en el “Campillo” se cultivaba cereal
(cebada, centeno y trigo), mientras que, en las dehesas de la “Paridera”,
“Moheda Bajera” o el “Chaparral” -que llevan topónimos tan sugestivos para el uso
pecuario- estuvieron dedicadas a la explotación ganadera, fundamentalmente de
ovino. Y ya que hablamos de actividad ganadera, por aquí pasarían también
numerosos rebaños de la Mesta, en su trashumancia desde las zonas de montaña
hacia las tierras de pastos de la Serena. No olvidemos que un ramal de la
“Cañada Real Leonesa Oriental” pasa muy cerquita de aquí.
Todo
el tráfago agropecuario que generaba el Monasterio de Guadalupe por estos
contornos se administraba desde la Casa de Santa María de Madrigalejo, edificio
en el que, en 1516, moriría el Rey Fernando el Católico. Y así fue hasta que, a
principios del siglo XVIII, el Monasterio decidió construir otra edificación
que descongestionara la gran actividad que soportaba la Casa de Santa María. Es
el origen de las llamadas Casas de San Isidro y que hoy conocemos como Cortijo
de San Isidro, cuya silueta estáis tan acostumbrados a ver los vegasalteños.
Hablan
los documentos que:
“…la
obra de la tinada que se haze en el Campillo término de Madrigalejo se comenzó
el día 4 de noviembre de 1733 = y se puso la primera piedra el día 11 día de
San Dámaso.”[1](Es
decir, el 11 de diciembre)
Así, el cortijo de San Isidro se levantó
entre 1733 y 1737, siendo prior Fray Alonso de San Juan y estando al frente de
las obras el maestro Juan Fernández. Es una construcción de grandes
proporciones, fabricada con mampostería, adobe y ladrillo, con puertas y
ventanas de cantería labrada[2]. Se planteó el conjunto
distribuyendo las distintas dependencias en torno a un gran patio central
cuadrangular. Había espacios destinados a la actividad agro-pecuaria, así como
aposentos reservados para hospedería y vivienda: había celdas, alcobas con
chimeneas francesas, cocinas, hornos, quesera, pozo, caballerizas, graneros y
hasta una capilla u oratorio[3]. La existencia de una
quesera nos remite también a la transformación de los productos, de la leche de
oveja al queso elaborado. Y la capilla parecer ser que contaba con una
torrecilla para la campana y todos los aditamentos y objetos sagrados
necesarios para celebrar misa, algunos de los cuales procedían de los que se
custodiaban en la sacristía del Monasterio[4]. También a través de los
documentos sabemos que, hasta el cortijo de San Isidro, se trasladaba el
administrador religioso de la Casa de Santa María en vísperas de festivos
para oficiar el Santo Sacrificio de la Misa[5].
Si durante varios siglos no hubo cambios
en el sistema de propiedad de estas tierras ni en su adscripción
jurisdiccional, todo cambió con las reformas liberales del siglo XIX, cuyas
leyes afectaron sustancialmente a la zona que estamos tratando. En 1833, se
llevó a cabo una reorganización administrativa, a través de la cual se dividió
el territorio español en 49 provincias, que se agruparon a su vez en regiones.
A partir de entonces, las provincias se convirtieron en el soporte básico de la
nueva organización centralizada de la nación, en sus funciones administrativa,
judicial, fiscal y también militar. En nuestro caso, la región de Extremadura
se dividió en dos provincias: Cáceres y Badajoz. Y si, hasta ese momento, las
tierras ocupadas hoy por Vegas Altas habían pertenecido jurisdiccionalmente a
la Tierra de Trujillo, la nueva distribución territorial en provincias trazó el
límite entre Cáceres y Badajoz en esta zona, de tal forma que, a partir de
entonces, pasaron a pertenecer a la Provincia de Badajoz y al término de
Navalvillar de Pela, mientras que Madrigalejo pasó a formar parte de la
provincia de Cáceres.
Del mismo modo, también las leyes
desamortizadoras de Mendizábal supusieron un cambio en la propiedad de estas
tierras. Con los decretos de 1835 y 1836, la comunidad jerónima de Guadalupe
fue exclaustrada y expulsada del convento, al mismo tiempo que se expropiaron
sus bienes para salir posteriormente a la venta en pública subasta. En general,
los compradores que accedieron a las tierras expropiadas por la Desamortización
fueron personas acaudaladas: burgueses, terratenientes, nobles o funcionarios
bien posicionados. De esta forma, las
fincas que hasta entonces habían pertenecido al Monasterio de Guadalupe
cambiaron de manos y, en el caso del Cortijo de San Isidro y las fincas
Campillo, Paridera, Moheda Bajera y Chaparral, junto con otras dehesas
aledañas, pasaron a ser propiedad del Marqués de Gorbea.
Algunas décadas después, en 1878, una
peregrinación muy especial pasó por aquí con destino a Guadalupe, formada
aproximadamente por unas 50 personas, que habían partido desde Villanueva. Era,
a la vez, una marcha cultural, reivindicativa y religiosa, encabezada por el
escritor y bibliófilo extremeño Vicente Barrantes, cuya misión era llamar la
atención sobre el abandono y la desolación en la que se encontraba en aquellos
momentos el Monasterio de Guadalupe tras la expulsión de los frailes jerónimos.
A la vuelta, pararon a pernoctar en el Cortijo de San Isidro, donde dicen que
fueron acogidos de mil amores. Fruto de aquella peregrinación fue la
declaración de Monumento Nacional del Monasterio de Guadalupe al año siguiente[6].
Avanzando el tiempo, ya en el siglo XX,
llegamos hasta la Guerra Civil, donde estas tierras fueron escenario de aquel
enfrentamiento fratricida, pues aquí estuvo situado el frente bélico desde que
comenzó la guerra hasta julio de 1938, cuando se inició la ofensiva que
terminaría con la caída de la “Bolsa de la Serena”.
Como habéis visto, hemos hecho un
recorrido a lo largo de los siglos por estos lugares, cuyos recursos agrícolas
y ganaderos han sido aprovechados y explotados desde antiguo. Fueron heredades
que estuvieron destinada a cultivo de labor en las tierras de pan y a la
explotación ganadera en sus dehesas, caracterizándose por un inmovilismo
secular. Pero todo esto cambió a mediados del siglo XX con la llegada del
regadío del Plan Badajoz, que supuso una transformación radical. Las fincas que
en otro tiempo pertenecieron al Monasterio de Guadalupe y, con posterioridad a
la casa de Gorbea, pasaron a manos de un buen número de colonos. Y junto al
gran cortijo de San Isidro, se creó un pueblo al que se puso el nombre de una
comarca recién creada: las Vegas Altas del Guadiana, surgida como consecuencia
de la puesta en regadío de estas tierras. El nombre de Vegas Altas para este
pueblo fue muy acertado si tenemos en cuenta que estamos en la cabecera de esta
joven comarca. Desde entonces, cambiaron los cultivos, cambió la distribución
de la tierra, aumentó su rentabilidad, se crearon infraestructuras, se modificó
el paisaje y cambió el ecosistema.
Y, a través de este proceso, el pueblo de
Vegas Altas, que vive de sus recursos, ha creado comunidad con una identidad
propia, conformada por el alma de sus vecinos, que han luchado y siguen
luchando por que así sea. Esta comunidad también se ha identificado con su
historia y con el trabajo del campo, así eligió por patrón y titular de su
parroquia a un santo humilde y entrañable campesino, San Isidro Labrador.
Guadalupe Rodríguez
Cerezo.
BIBLIOGRAFÍA:
L. RODRÍGUEZ AMORES: Crónicas
lugareñas. Madrigalejo. Tecnigraf S.A. Badajoz, 2008.
https://www.funcas.es/wp-content/uploads/Migracion/Articulos/FUNCAS_PEE/020art07.pdf
http://cronistasdeguadalupe.blogspot.com/2019/07/vicente-barrantes-siempre-en-la-memoria.html
https://navalvillar.com/conocenos/historia/
[1]ARCHIVO DEL MONASTERIO DE
GUADALUPE. Legajo 62. Tomado de J. MALDONADO ESCRIBANO, “Fundación y
levantamiento del Cortijo de San Isidro por el Monasterio de
Guadalupe:1733-1737”. Norba-Arte, ISSN 0213-2214, vol. XXVII (2007)
111-122, p. 112.
[2]Ibidem.
[3]Ibidem.
[4]Ibidem.
[5]Archivo del Real Monasterio de
Santa María de Guadalupe, legajo FAMILIA RODRÍGUEZ-ESTEBAN, Expediente y
Respuesta del Fiscal General del Obispado de Plasencia, D. Blas García Cañas, a
fray Juan de la Victoria…,pp. 5 y 6.
[6]http://cronistasdeguadalupe.blogspot.com/2019/07/vicente-barrantes-siempre-en-la-memoria.html