Existen dos tiempos fuertes en la
religión cristiana: Navidad, en la que se celebra el nacimiento de Cristo, y
Semana Santa, con la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro
Señor. Concretamente en la liturgia católica de Jueves Santo, la Eucaristía
tiene un lugar muy destacado, en la celebración de la Última Cena. Y para ese
día se levanta en los templos un monumento al Santísimo Sacramento.
El monumento es una exaltación del Cuerpo
de Cristo. Consiste en un montaje levantado para guardar las formas consagradas
durante la tarde de Jueves Santo hasta la tarde del Viernes Santo. Su finalidad
es crear un contexto adecuado para que los fieles adoren la Eucaristía. Por
todo el esmero que se pone en su montaje, el monumento puede ser considerado un
ejemplo de arte efímero.
En Jueves Santo se consagra un gran
número de formas para poder dar la comunión a los fieles que se acercan a
recibir la Eucaristía en la celebración de la Última Cena y en los Santos
Oficios de Viernes Santo, porque los cánones litúrgicos no contemplan celebrar
misa ni consagrar desde Jueves Santo hasta la Vigilia Pascual del Sábado Santo.
Las formas consagradas que no se
consumen en la celebración de la Última Cena, son llevadas en procesión solemne
desde el Altar hasta el monumento montado exprofeso para ello. Allí, en un
sagrario o en una arqueta portátil, se reserva el Santísimo para ser venerado y
velado hasta el momento eucarístico de la liturgia en Viernes Santo, que se
traslada de nuevo al Altar para ser distribuido a los fieles asistentes.
Después, las formas consagradas que queden se llevan, de una forma sobria y
discreta, hasta un lugar reservado en el templo; es el signo de que el Señor
permanece muerto en el sepulcro.
Como el monumento va a contener y a
reservar al mismísimo Jesús Sacramentado, se procura un gran esmero en su
decoración. El sagrario donde se reserva la Eucaristía debe estar en el centro
de la composición. No puede haber cruz, ni reliquias ni imágenes. El monumento
suele estar decorado con signos alusivos a la Eucaristía o a la Pasión, con
flores y luces -velas-. De hecho, tras la celebración de Jueves Santo, el “monumento”
es el único lugar del templo donde están presentes las luces y las flores, que
contrasta fuertemente con el Altar mayor sin vestir.
El carácter efímero de estas obras
hace que no quede rastro de ellas después de su desmantelamiento y que, sólo a
través de fotografías, podamos acercarnos a ellas -siempre en el caso de que se
hubieran hecho, y más probablemente en los últimos años-. Por eso, aunque es
una tradición con varios siglos de antigüedad, en pocas ocasiones podemos conocer
la estética de cada monumento concreto.
En el caso de Madrigalejo, tenemos
la suerte de contar con la descripción de lo que se armaba para montar aquellos
monumentos del Santísimo Sacramento con anterioridad a 1940, creando una
escenografía de gran espectacularidad. La descripción está recogida en el libro
Crónicas Lugareñas. Madrigalejo, de Lorenzo Rodríguez Amores:
Por entonces, se colocaban unos
grandes telones en el presbiterio, que procedían de un teatro madrileño, que
fueron adquiridos por el boticario del pueblo D. Anselmo Delgado. “Se trataba
de dos lienzos que lucían una pintura que simulaba la entrada y la galería de
un suntuoso palacio romano. El más grande era puesto a la subida del
presbiterio y el de tamaño más reducido pasaba a segundo plano. El escenario se
completaba con la silueta en madera de dos soldados pretorianos haciendo
guardia en la puerta palaciega y sujetos por la alta y hoy desaparecida
barandilla. En el fondo de todo, se exponía a Jesús Sacramentado para recibir
las acostumbradas visitas, diurnas y nocturnas, de los fieles en un acto de
recogimiento para hacer la vela al Santísimo.”[1]
“Era costumbre inveterada que la
primera vela la realizasen el señor Alcalde y el señor Juez, entregando sus
respectivos bastones de mando para ser puestos, cruzados, delante del
tabernáculo, cuya llave exhibirá al exterior y colgada al cuello el párroco, vestido
con sus mejores galas de manteo y teja, mientras dure la Exposición. Numerosos
cirios ardían junto al sagrario, lo cuales, luego, eran muy solicitados por los
feligreses para ser encendidos en sus hogares cuando los cielos se alborotaban
con la presencia de una temerosa tempestad de truenos y relámpagos, por la firme
creencia de que las velas que habían alumbrado al Santísimo tenían la gracia de
apaciguar el firmamento.”[2]
El tabernáculo donde se colocaba el
Santísimo todavía se conserva. Fue realizado entre 1909 y 1920 por los hermanos
Martínez, carpinteros y ebanistas locales que eran llamados los “Mecánicos”, por
encargo el párroco de entonces, D. Fernando Marcos.[3]
Sin embargo, para colocar toda
aquella gran parafernalia, sufrió bastante el precioso retablo plateresco que
tenemos en la parroquia. Era claveteado, a martillazos limpios y sin ningún
remilgo, con puntas gruesas para sujetar aquellos pesados telones[4].
Y aquellas grandes alcayatas que se le clavaron permanecieron en él hasta que
fue restaurado el retablo en 2008.
Más cercano a nosotros es el recuerdo de personas que lo vivieron en los años 50, siendo ya párroco D. José Blanco. El monumento se seguía montando en el presbiterio, delante del retablo, pero desaparece el decorado teatral y se instala una escalinata de madera, al final de la cual, en la hornacina donde habitualmente está San Juan, se coloca el tabernáculo. Cada escalón se decoraba con velas y flores. Las imágenes del retablo se tapaban con telas moradas, igual que todas las demás imágenes de la iglesia. Y también en estos momentos se sigue maltratando el retablo para asegurar la estabilidad de la escalinata.
Y terminamos con fotografías de los monumentos de Jueves Santo de los últimos años:
Guadalupe Rodríguez Cerezo.
Biografía y webgrafía:
L.
RODRÍGUEZ AMORES: Crónicas Lugareñas. Madrigalejo. Tecnigraf, S.A.
Badajoz, 2008. Pág. 290.