Este verano está siendo especialmente duro y crítico
en cuanto a los incendios forestales en Extremadura y en otras zonas de España,
a pesar de los medios y de los recursos que hoy en día existen para
combatirlos. Durante estos días, que hemos vivido con angustia por las personas
que se están enfrentando a los fuegos descontrolados y por toda la gente y los pueblos
que sufren las consecuencias de todo ello, nuestra mirada también ha sido al
recuerdo y a otros tiempos, cuando los incendios se combatían de forma
diferente y con otros medios mucho más precarios. Hoy, como ayer, en la lucha
contra el fuego, va la vida, porque en un momento puede irse al traste, no solo
la cosecha de un año, sino que, con frecuencia, se pierde el fruto de toda una
vida y hasta la misma vida.
Por las terribles consecuencias que puede acarrear,
nuestros mayores tuvieron siempre mucho respeto al fuego: trataban de
prevenirlo; estaban vigilantes en los tórridos veranos; cuando se producía
algún incendio, el aviso era generalizado y una avalancha de gente salía, con
los recursos que tenían a mano para apagar el fuego.
La
prevención
La
prevención se hacía de forma natural, con el uso y disfrute de los recursos que
da el monte. El ganado, en régimen extensivo, se alimenta del pasto y de los
brotes de matorral. Hasta no hace mucho tiempo, las fincas solían tener todo
tipo de ganado, pues lo que no se comen la vacas, lo consumen las ovejas y, donde
no llegan éstas, las cabras lo alcanzan, siendo, de esta forma, todas ellas
complementarias para mantener el monte limpio de material de combustión. Aparte, la leña, el picón y el carbón eran
productos de primera necesidad para el hogar, pues eran la energía con la que calentaban
sus viviendas y con la que cocinaban los alimentos. Estos productos se obtenían
de la poda de las encinas, pero también limpiando el monte de la leña seca que
se generaba de forma natural y, si aún había exceso de materia vegetal seca, se
amontonaba y se quemaba cuando las condiciones climáticas eran propicias para
no crear problemas. Además, una práctica muy común, y que llega a nuestros días,
es hacer contrafuegos con los que, en caso de incendio, se pudiera atajar y
controlarlo mejor.
Los contrafuegos o “arrayos” se siguen haciendo hoy
con mejores medios que antaño, con cultivadores y gradas de las que tiran grandes
tractores, levantando la tierra con poco esfuerzo y en poco tiempo. En épocas
pasadas, la fuerza motriz para mover la tierra eran las bestias, por lo que los
contrafuegos se realizaban de una forma mucho más costosa.
Existe constancia documental de la práctica de hacer
contrafuegos en nuestra localidad. Vamos a ver un ejemplo de hace cuatro siglos,
a través de un acuerdo del Concejo, celebrado el 18 de agosto de 1624, por el
que se decide hacer unos “matafuegos” en la Dehesa comunal:
…dixeron que por quanto el concejo deste
dicho lugar tiene echada la raya a las dehessas y concexil del concexo deste
dicho lugar, y respeto de los grandes pastos que ay y los fuegos que cada día
se levantan en vnas y otras partes, conviene echar un matafuego a la dicha
raya y, que para que el dicho fuego no se suelte y ni haga daño y para la
guarda y conservación de los montes y de los pastos de las dichas dehessas,
conviene que todo el lugar y sus vecinos acudan a ello…
Parece ser que,
en aquel verano, se habían producido sucesivos fuegos, a pesar de estar hechos
sus correspondientes “arrayos”, por lo que convenía reforzar los ya existentes
en los terrenos comunales (Dehesa del Monte, Dehesa de la Quebrada y Concejil).
Al ser propiedad del común, a estas tareas estaban llamados a colaborar todos
los vecinos, así:
…para ello, acordaron e mandaron que el
dicho matafuego se eche mañana lunes diez y nueve deste dicho presente mes (19
de agosto de 1624) e, para ello, acuda, de cada casa, una persona,
pena de dos reales (si no se hiciera).
Lo recaudado con la sanción impuesta a quienes no
acudieran a hacer el “arrayo” se destinaría para los gastos del dicho matafuego
y para el Concejo. El acuerdo debía ser de dominio público y, para que lo
supieran todos los vecinos, también se mandó que se echara un pregón.[1]
La
vigilancia
Los
veranos, cuando las temperaturas alcanzan valores elevados y la vegetación está
muy seca, son especialmente temporada proclive para la proliferación y
propagación de incendios. Actuar sobre ellos en los primeros momentos es
esencial para poder ser controlados. En este sentido, la vigilancia era- y es-
uno de los factores que ayudaban -y ayudan- a controlar los fuegos. Las
personas de campo, en los calurosos estíos, se convertían en verdaderos
centinelas con ojo avizor para descubrir cualquier humeón que apareciera en el
horizonte. Algunas viviendas de grandes propietarios, en lo más alto de sus
tejados, tenían una especie de pequeñas azoteas desde donde controlar algún
posible conato de incendio que se produjera en sus tierras o en los
alrededores. Ante cualquier humeón que se descubriera, se daba la voz de alarma
para que empezaran a tocar las campanas de la iglesia.
Llamados
a apagar fuego
En nuestro recuerdo está el toque frenético de las campanas a fuego…
unas campanas que seguían sonando mientras el fuego estuviera activo…tocadas de
forma manual, sólo interrumpidas para poder saciar la sed, desentumedecerse o para
cambiar de campanero, porque, al toque de campanas, se unían varias personas,
tanto para hacerlas sonar, como para asistir a quienes lo hacían. Al oír las
campanas, el pueblo se ponía en movimiento, porque el fuego no entiende de
lindes: cuando empieza en un lugar, si no se ataja, puede devorarlo todo.
Había quienes preguntaban dónde era el fuego y quienes
directamente voceaban el paraje que estaba ardiendo. Los agricultores sacaban
sus tractores -en tiempos más antiguos, los labradores llevaban sus bestias de
trabajo-, los demás acudían con cubos, escobas de espino y agua para beber y
refrescarse. La experiencia acumulada por generación y generación de
antepasados era la sabiduría con la que se enfrentaban a los incendios. Con las
escobas de espino, se atacaba directamente a la base de las llamas, lo mismo
que, si hubiera agua cerca, se empleaban cubos llenos de agua. Sin embargo, la
forma más eficaz de controlarlo era adelantarse al fuego. En los lugares hacia
donde se dirigían las llamas, se hacían contrafuegos o se reforzaban los ya
existentes. Pero, además, se practicaban “quemas controladas”, prendiendo y
apagando algunas zonas hacia las que se dirigía el monstruo, para que muriera
allí, donde ya no tuviera vegetación para alimentarse.
Una vez apagado, cesaban de tocar las campanas. Los
hombres llegaban agotados y, si eran sus tierras las que se habían quemado, con
la angustia de sufrir sus consecuencias…
En
la actualidad
Hoy,
en Madrigalejo, los fuegos los vivimos de otra manera desde que buena parte de
nuestro término municipal está rodeado de cultivos de regadío y desde que la
gestión de los incendios está en manos de los servicios públicos del INFOEX. Se
siguen produciendo incendios, pero éstos son de escasa entidad y, de ellos,
sólo se entera el doliente y algunos vecinos a los que les pudiera afectar. Sin
embargo, nos dolemos con quienes sufren sus graves consecuencias, con los
pueblos que padecen los devastadores incendios que estamos viendo a través de
los medios de comunicación y redes sociales, y con el medio ambiente; estamos
con ellos y nos solidarizamos, porque se está quemando nuestro patrimonio y el
medio de vida de tantos compatriotas. Nuestro agradecimiento a quienes están
trabajando para sofocarlos y en socorrer a los afectados, de la forma que sea. Y
de una forma muy especial, nos unimos al dolor por las personas que han perdido
la vida.
Guadalupe Rodríguez Cerezo.
[1] Archivo
Parroquial. Libro de Acuerdos, Poderes y Protocolos del concejo de Madrigalejo.
18 de agosto de 2024.