(Continuamos con la
tercera entrega de la Visita Guiada “Vamos a Callejear”…)
Nos
habíamos quedado en la intersección de la calle Hondonada con la calle Catalina
Arroyo, justamente donde comenzamos esta tercera entrega. En este mismo
punto nos sale al encuentro una dama, vestida a la usanza de principios del
siglo XX, encarnada por Dolores Escobar, y esto fue lo que nos contó:
-¡Buenas noches, Señores!
-¡Qué alegría ver a tanta gente por
esta calle que, en otros tiempos, fue de mi propiedad!
-Pero…perdonen ustedes mi falta de
cortesía, pues no me he presentado:
Soy Catalina Arroyo, natural de
esta bendita localidad de Madrigalejo; hija del zoriteño Manuel Arroyo, quien
fuera sacristán y organista de nuestra iglesia de San Juan Bautista, y de
Catalina Ramos, a quien llamaban “la Sabia”, y con razón, pues fue la auténtica
gestora de un importante patrimonio que nos legaron a mis dos hermanos y a mí.
-Gracias a la “Sabia” de mi madre,
no debí ser mal partido, pues hasta en tres ocasiones contraje matrimonio. Bien
es verdad que, si quería hacer algo, necesitaba del respaldo de un hombre… ¡Ay,
si yo hubiera vivido en estos tiempos que viven ustedes, otro gallo cantaría!
Pues sí, era aun muy jovencita
cuando me casé con el abogado Felipe Fortuna y García de Orellana; con un
patrimonio mayor que el mío, y con un prometedor futuro como político, pues no
en vano fue elegido Diputado en las Cortes de Madrid por la provincia de
Cáceres. Pero… ¡qué fatalidad!, con tan solo 28 años, Felipe falleció...,
siendo yo aún menor de edad.
Al ser viuda, con dos hijas, y
menor de edad, legalmente me declararon incapacitada para administrar el
patrimonio de mis retoños y nombraron curadores para ello. ¿Lo podéis creer?
-Pero yo tenía que manejar nuestro
patrimonio y, cuando tuve ocasión, me casé
de nuevo. Esta vez con el médico Carlos Viñuelas, que era natural de
Guadalupe. Aunque tampoco me duró mucho mi segundo marido: lo suficiente para
darme otra hija y estrenar la casa que habíamos construido en la calle San
Juan, y que, a la postre, sería el domicilio familiar.
-Al enviudar por segunda vez, mi
cuñado por parte de mi primer marido, Agustín Fortuna, que también era viudo y
no tenía hijos, me propuso matrimonio. Sin duda lo hizo para proteger los
intereses de su sobrina, mi hija Josefa. Y como no era tampoco mal partido, me
casé con él.
Para huir del sofocante calor de
nuestras tierras, solíamos veranear en Galicia, en Bayona concretamente. Pues
en uno de estos veraneos, falleció mi marido Agustín. Y por tercera vez, quedé
viuda.
-Ya no quise volver a pasar por el
altar. Y entonces, sintiéndome con libertad para hacer y deshacer, me interesé
por otros asuntos que me trajeron más de un dolor de cabeza y disgustos. En aquellos viajes y a través de los
periódicos, supe de la posibilidad de obtener energía eléctrica a partir de
saltos de agua. Ya conocía yo los beneficios de la electricidad para la
iluminación y para producir fuerza…
-Y pensé… Si logro producir
electricidad, haciendo una presa en el Guadiana, podría cambiar el progreso de
toda la comarca.
Como no se me ponía nada por
delante, hipotequé mis fincas, contraté a personas que se decían especializadas
y me lancé a la aventura de la electricidad. En Cogolludo se levantó el muro,
se colocaron las turbinas y comenzó a generarse electricidad.
El día de la inauguración fue una
gran fiesta, pues con este salto de agua, la luz eléctrica llegó por primera
vez a Madrigalejo, pero también a Acedera, las dos Orellanas, Navalvillar de
Pela y Esparragosa de Lares. Y posteriormente llegaría a otras localidades de
la zona.
-Pero la fiesta duró poco. En la
primera gran riada del poderoso Guadiana, la presa fue a tomar vientos… Aunque
no me di por vencida, y la rehíce de nuevo. Pero otra vez, el río se la llevó…
Tuve que escuchar muchos sermones y consejos en contra de mis proyectos… Aun
así, por tercera vez lo intenté…Esta vez fue ya demasiado, no solo me arruiné,
sino que tantos disgustos me llevaron derecha a la tumba, que ocurrió en 1916,
a los 53 años.
-Y antes de despedirme, os diré que
si seguís por esta misma calle, llegaréis hasta la fábrica electro-harinera, la
que yo construí. Pues, para estar al pie del cañón en todos estos negocios,
abrí esta calle particular, desde la puerta trasera de mi casa hasta la
fábrica. Algunos años después de mi fallecimiento, allá por 1925, mi familia
cedió la calle al Ayuntamiento. Como muestra de agradecimiento, la corporación
ofreció a mi yerno la facultad de poner nombre a la calle, y a pesar de todos
los disgustos que les di, mi familia quiso que la calle llevara mi nombre, el
de Catalina Arroyo.
-Bueno, con esto me despido hasta
otra ocasión.
¡Que pasen buenas noches! ¡Y
cuidado con las pantaruyas!
(Una
vez que nos despedimos de Dª Catalina Arroyo, el tío Sabino con su carro nos
conduce a la calle Encobradero)
Desde
las Cuatro Esquinas hasta La Pontezuela, discurre la calle
Encobradero. La raíz de esta palabra viene de cobre. Y la primera vez que, hasta el momento, hemos visto escrito “calle
Encobradero” es en la contribución industrial de 1913, donde Antonio Gallego
Durán tenía una taberna.
Justamente
el tío Sabino nos había parado en una de las casas de esta calle. ¿Qué tiene de
particular esta casa? Que fue morada de la familia Almodóvar, donde vivió el
gran cineasta Pedro Almodóvar.
(Vuelve
a moverse el tío Sabino con su carro, y nos para unos pasos más allá, aunque en
la acera de enfrente, donde se está desarrollando una escena en otros tiempos
habitual, el trabajo de los lateros, encarnados por Josefa Fernández, Juan
Antonio Carrero y José Luis Sojo)
Si
miramos atrás en el tiempo, esta calle tiene relación con algunos trabajadores
del metal a los que se ha llamado hojalateros o lateros, sin más. Hay que tener
en cuenta que hasta mediados del siglo XX, los materiales que se empleaban en
el menaje de las casas (recipientes y utensilios de cocina) son,
principalmente, la cerámica, el latón, el hierro y la porcelana. Los lateros
realizaban un trabajo fundamental en los pueblos, porque hacían y reparaban
cantidad de utensilios. En latón hacían cántaros y jarros para el aceite, los faroles de asa
para alumbrar en las casas y llevar luz al cementerio el día de los santos; los
farolillos de mano para alumbrar en las procesiones de Semana Santa, algunos
con cristales de colores que encantaban a los niños; los candiles, los moldes para
hacer las roscas fritas y las flores, las latas para cocer en el horno las
perrunillas y los bollos dormidos… Y reparaban, restaurando con estaño y
remaches, los agujeros abiertos en la porcelana (ya sean pucheros, perolas,
palanganas o azafates) y en el hierro, como los potes de calentar el agua, a
los que a veces se les rompía una pata de las tres que tenían... También
arreglaban cántaros y objetos de cerámica con lañas o grapas. Seguro que en
nuestra casa tenemos algunos objetos de barro antiguos reparados de esta
manera. Podemos enseñárselos a nuestros hijos y nietos para demostrarles que
nada se tiraba en aquellos tiempos en que la sociedad no era de consumo,
acostumbrada a usar y tirar, sino que antes lo habitual era la escasez y había
que conservar las cosas lo más posible... También arreglaban las varillas de
los paraguas, y solían llevar uno bajo el brazo cuando pregonaban por las
calles ofreciendo su servicio y recogiendo los cacharros que había que
arreglar.
Entrañable trabajo el de los lateros que merece el recuerdo que hoy les dedicamos.
Terminamos observando un curioso hecho: cómo la calle en la que antiguamente se
establecieron los trabajadores del cobre, ha atraído la instalación, en ella o
en sus proximidades, de familias de lateros y otros trabajos relacionados con
el metal, como la recogida de chatarra e, incluso, la carpintería mecánica: el
primer taller de Andrés Gallardo Aragoneses estuvo situado junto a los
Almacenes Paredes.
De
Encobradero salen una serie de calles, todas de urbanización posterior a ella,
ya en el siglo XX, que se caracterizan por ser calles rectilíneas, bien
trazadas. Son las Calles de los Pozos, Viriato, Numancia y San Pedro de
Alcántara.
La
Calle de los Pozos ya estaba habitada en 1932, pues en esa fecha, sus
vecinos solicitan el enrollado de la calle porque era un verdadero fangal. No
tuvieron que romperse mucho la cabeza para poner el nombre a esta calle, pues
en esta zona el nivel de la capa freática está muy elevada y fácilmente se
podían construir pozos, por lo que la mayoría de sus viviendas tienen este
elemento, tan necesario en aquellos tiempos en los que no había llegado el agua
corriente.
(El
tío Sabino levanta su carro y sigue conduciendo al grupo, al mismo tiempo que
reparte polos de hielo entre la gente, y se para en la calle Numancia)
Estas
otras calles que salen de la calle Encobradero, Viriato (que la corta
perpendicularmente), Numancia y San Pedro de Alcántara, son posteriores
a 1951. Las denominaciones “Viriato” y “Numancia” responden a una época
concreta, aquella en la que se exaltaban los hechos históricos-heroicos y a sus
personajes, para contribuir a fomentar el patriotismo. Y también “San Pedro de
Alcántara”, el patrón de Extremadura, en su doble condición de catolicismo y
extremeñidad.
Seguimos
con la visita hasta La Pontezuela:
La
calle Encobradero desemboca en La Pontezuela. Si nos hemos dado cuenta del
camino recorrido, la calle Encobradero no sigue un trazado rectilíneo, sino que
obedece al curso del desagüe natural de las aguas de escorrentía que bajan de
los cerros cercanos a la Calle Nueva y que desembocan en el río Ruecas.
Estamos en el sitio llamado “La Pontezuela”,
llamado así porque en este lugar había un pequeño puente, que permitía, a
quienes salían del pueblo por la calle Luisa Fortuna, salvar las aguas de
lluvia que bajaban por la calle Encobradero. Porque, en las épocas de lluvia,
esta zona se convertía en un auténtico lodazal.
(Para
ilustrarlo, en la visita, se proyectó un pequeño puente antiguo en la fachada
de una de las casas)
Para
aprovechar estas aguas de escorrentía que terminaban en el río, en torno a
1910, aquí se construyó una fuente que también tomó el nombre de “Fuente de la Pontezuela”.
Sin embargo, este pozo no dio el fruto que se esperaba, pues solo almacenaba lo
llovido y, en verano, cuando más falta hacía, se secaba. La construcción de
esta fuente se hizo por suscripción popular y, cuando fue inaugurada, se colocó
un letrero prohibiendo su uso a personas significativas que no habían
contribuido a sufragar la obra.
No hace mucho tiempo, se cantaba
una copla que decía:
Al entrar en Madrigalejo
lo primero que se ve
la casa de la tía Abubilla
y la Pontezuela al pie.
Es
una lástima que se hayan perdido tanto el puente como la fuente de La
Pontezuela, y que también se esté perdiendo el topónimo “Pontezuela” (buena
parte de nuestros jóvenes desconocen este nombre). Por eso sugerimos al
Ayuntamiento que el parque sea bautizado como “Parque de la Pontezuela”.
Texto: Antonia Loro y Guadalupe Rodríguez.
Terminamos esta
tercera entrega en La Pontezuela.
Continuará…