sábado, 6 de octubre de 2018

VAMOS A CALLEJEAR (3) (Calles Catalina Arroyo, Encobradero, Pozos Viriato, Numancia, San Pedro de Alcántara y La Pontezuela)



(Continuamos con la tercera entrega de la Visita Guiada “Vamos a Callejear”…)

Nos habíamos quedado en la intersección de la calle Hondonada con la calle Catalina Arroyo, justamente donde comenzamos esta tercera entrega. En este mismo punto nos sale al encuentro una dama, vestida a la usanza de principios del siglo XX, encarnada por Dolores Escobar, y esto fue lo que nos contó:



-¡Buenas noches, Señores!
-¡Qué alegría ver a tanta gente por esta calle que, en otros tiempos, fue de mi propiedad!
-Pero…perdonen ustedes mi falta de cortesía, pues no me he presentado:
Soy Catalina Arroyo, natural de esta bendita localidad de Madrigalejo; hija del zoriteño Manuel Arroyo, quien fuera sacristán y organista de nuestra iglesia de San Juan Bautista, y de Catalina Ramos, a quien llamaban “la Sabia”, y con razón, pues fue la auténtica gestora de un importante patrimonio que nos legaron a mis dos hermanos y a mí.



-Gracias a la “Sabia” de mi madre, no debí ser mal partido, pues hasta en tres ocasiones contraje matrimonio. Bien es verdad que, si quería hacer algo, necesitaba del respaldo de un hombre… ¡Ay, si yo hubiera vivido en estos tiempos que viven ustedes, otro gallo cantaría!
Pues sí, era aun muy jovencita cuando me casé con el abogado Felipe Fortuna y García de Orellana; con un patrimonio mayor que el mío, y con un prometedor futuro como político, pues no en vano fue elegido Diputado en las Cortes de Madrid por la provincia de Cáceres. Pero… ¡qué fatalidad!, con tan solo 28 años, Felipe falleció..., siendo yo aún menor de edad.
Al ser viuda, con dos hijas, y menor de edad, legalmente me declararon incapacitada para administrar el patrimonio de mis retoños y nombraron curadores para ello. ¿Lo podéis creer?

-Pero yo tenía que manejar nuestro patrimonio y, cuando tuve ocasión, me casé  de nuevo. Esta vez con el médico Carlos Viñuelas, que era natural de Guadalupe. Aunque tampoco me duró mucho mi segundo marido: lo suficiente para darme otra hija y estrenar la casa que habíamos construido en la calle San Juan, y que, a la postre, sería el domicilio familiar.

-Al enviudar por segunda vez, mi cuñado por parte de mi primer marido, Agustín Fortuna, que también era viudo y no tenía hijos, me propuso matrimonio. Sin duda lo hizo para proteger los intereses de su sobrina, mi hija Josefa. Y como no era tampoco mal partido, me casé con él.
Para huir del sofocante calor de nuestras tierras, solíamos veranear en Galicia, en Bayona concretamente. Pues en uno de estos veraneos, falleció mi marido Agustín. Y por tercera vez, quedé viuda.



-Ya no quise volver a pasar por el altar. Y entonces, sintiéndome con libertad para hacer y deshacer, me interesé por otros asuntos que me trajeron más de un dolor de cabeza y disgustos. En aquellos viajes y a través de los periódicos, supe de la posibilidad de obtener energía eléctrica a partir de saltos de agua. Ya conocía yo los beneficios de la electricidad para la iluminación y para producir fuerza…

-Y pensé… Si logro producir electricidad, haciendo una presa en el Guadiana, podría cambiar el progreso de toda la comarca.
Como no se me ponía nada por delante, hipotequé mis fincas, contraté a personas que se decían especializadas y me lancé a la aventura de la electricidad. En Cogolludo se levantó el muro, se colocaron las turbinas y comenzó a generarse electricidad.
El día de la inauguración fue una gran fiesta, pues con este salto de agua, la luz eléctrica llegó por primera vez a Madrigalejo, pero también a Acedera, las dos Orellanas, Navalvillar de Pela y Esparragosa de Lares. Y posteriormente llegaría a otras localidades de la zona.

-Pero la fiesta duró poco. En la primera gran riada del poderoso Guadiana, la presa fue a tomar vientos… Aunque no me di por vencida, y la rehíce de nuevo. Pero otra vez, el río se la llevó… Tuve que escuchar muchos sermones y consejos en contra de mis proyectos… Aun así, por tercera vez lo intenté…Esta vez fue ya demasiado, no solo me arruiné, sino que tantos disgustos me llevaron derecha a la tumba, que ocurrió en 1916, a los 53 años.

-Y antes de despedirme, os diré que si seguís por esta misma calle, llegaréis hasta la fábrica electro-harinera, la que yo construí. Pues, para estar al pie del cañón en todos estos negocios, abrí esta calle particular, desde la puerta trasera de mi casa hasta la fábrica. Algunos años después de mi fallecimiento, allá por 1925, mi familia cedió la calle al Ayuntamiento. Como muestra de agradecimiento, la corporación ofreció a mi yerno la facultad de poner nombre a la calle, y a pesar de todos los disgustos que les di, mi familia quiso que la calle llevara mi nombre, el de Catalina Arroyo.

-Bueno, con esto me despido hasta otra ocasión.
¡Que pasen buenas noches! ¡Y cuidado con las pantaruyas!

(Una vez que nos despedimos de Dª Catalina Arroyo, el tío Sabino con su carro nos conduce a la calle Encobradero)



Desde las Cuatro Esquinas hasta La Pontezuela, discurre la calle Encobradero. La raíz de esta palabra viene de cobre. Y la primera vez que, hasta el momento, hemos visto escrito “calle Encobradero” es en la contribución industrial de 1913, donde Antonio Gallego Durán tenía una taberna.

Justamente el tío Sabino nos había parado en una de las casas de esta calle. ¿Qué tiene de particular esta casa? Que fue morada de la familia Almodóvar, donde vivió el gran cineasta Pedro Almodóvar.



(Vuelve a moverse el tío Sabino con su carro, y nos para unos pasos más allá, aunque en la acera de enfrente, donde se está desarrollando una escena en otros tiempos habitual, el trabajo de los lateros, encarnados por Josefa Fernández, Juan Antonio Carrero y José Luis Sojo)

Si miramos atrás en el tiempo, esta calle tiene relación con algunos trabajadores del metal a los que se ha llamado hojalateros o lateros, sin más. Hay que tener en cuenta que hasta mediados del siglo XX, los materiales que se empleaban en el menaje de las casas (recipientes y utensilios de cocina) son, principalmente, la cerámica, el latón, el hierro y la porcelana. Los lateros realizaban un trabajo fundamental en los pueblos, porque hacían y reparaban cantidad de utensilios. En latón hacían cántaros y  jarros para el aceite, los faroles de asa para alumbrar en las casas y llevar luz al cementerio el día de los santos; los farolillos de mano para alumbrar en las procesiones de Semana Santa, algunos con cristales de colores que encantaban a los niños; los candiles, los moldes para hacer las roscas fritas y las flores, las latas para cocer en el horno las perrunillas y los bollos dormidos… Y reparaban, restaurando con estaño y remaches, los agujeros abiertos en la porcelana (ya sean pucheros, perolas, palanganas o azafates) y en el hierro, como los potes de calentar el agua, a los que a veces se les rompía una pata de las tres que tenían... También arreglaban cántaros y objetos de cerámica con lañas o grapas. Seguro que en nuestra casa tenemos algunos objetos de barro antiguos reparados de esta manera. Podemos enseñárselos a nuestros hijos y nietos para demostrarles que nada se tiraba en aquellos tiempos en que la sociedad no era de consumo, acostumbrada a usar y tirar, sino que antes lo habitual era la escasez y había que conservar las cosas lo más posible... También arreglaban las varillas de los paraguas, y solían llevar uno bajo el brazo cuando pregonaban por las calles ofreciendo su servicio y recogiendo los cacharros que había que arreglar.


 Entrañable trabajo el de los lateros que  merece el recuerdo que hoy les dedicamos. Terminamos observando un curioso hecho: cómo la calle en la que antiguamente se establecieron los trabajadores del cobre, ha atraído la instalación, en ella o en sus proximidades, de familias de lateros y otros trabajos relacionados con el metal, como la recogida de chatarra e, incluso, la carpintería mecánica: el primer taller de Andrés Gallardo Aragoneses estuvo situado junto a los Almacenes Paredes.

De Encobradero salen una serie de calles, todas de urbanización posterior a ella, ya en el siglo XX, que se caracterizan por ser calles rectilíneas, bien trazadas. Son las Calles de los Pozos, Viriato, Numancia y San Pedro de Alcántara.
La Calle de los Pozos ya estaba habitada en 1932, pues en esa fecha, sus vecinos solicitan el enrollado de la calle porque era un verdadero fangal. No tuvieron que romperse mucho la cabeza para poner el nombre a esta calle, pues en esta zona el nivel de la capa freática está muy elevada y fácilmente se podían construir pozos, por lo que la mayoría de sus viviendas tienen este elemento, tan necesario en aquellos tiempos en los que no había llegado el agua corriente.



(El tío Sabino levanta su carro y sigue conduciendo al grupo, al mismo tiempo que reparte polos de hielo entre la gente, y se para en la calle Numancia)


Estas otras calles que salen de la calle Encobradero, Viriato (que la corta perpendicularmente), Numancia y San Pedro de Alcántara, son posteriores a 1951. Las denominaciones “Viriato” y “Numancia” responden a una época concreta, aquella en la que se exaltaban los hechos históricos-heroicos y a sus personajes, para contribuir a fomentar el patriotismo. Y también “San Pedro de Alcántara”, el patrón de Extremadura, en su doble condición de catolicismo y extremeñidad.

Seguimos con la visita hasta La Pontezuela:
La calle Encobradero desemboca en La Pontezuela. Si nos hemos dado cuenta del camino recorrido, la calle Encobradero no sigue un trazado rectilíneo, sino que obedece al curso del desagüe natural de las aguas de escorrentía que bajan de los cerros cercanos a la Calle Nueva y que desembocan  en el río Ruecas.
 Estamos en el sitio llamado “La Pontezuela”, llamado así porque en este lugar había un pequeño puente, que permitía, a quienes salían del pueblo por la calle Luisa Fortuna, salvar las aguas de lluvia que bajaban por la calle Encobradero. Porque, en las épocas de lluvia, esta zona se convertía en un auténtico lodazal.
(Para ilustrarlo, en la visita, se proyectó un pequeño puente antiguo en la fachada de una de las casas)


Para aprovechar estas aguas de escorrentía que terminaban en el río, en torno a 1910, aquí se construyó una fuente que también tomó el nombre de “Fuente de la Pontezuela”. Sin embargo, este pozo no dio el fruto que se esperaba, pues solo almacenaba lo llovido y, en verano, cuando más falta hacía, se secaba. La construcción de esta fuente se hizo por suscripción popular y, cuando fue inaugurada, se colocó un letrero prohibiendo su uso a personas significativas que no habían contribuido a sufragar la obra

             No hace mucho tiempo, se cantaba una copla que decía:

Al entrar en Madrigalejo
lo primero que se ve
la casa de la tía Abubilla
y la Pontezuela al pie.

Es una lástima que se hayan perdido tanto el puente como la fuente de La Pontezuela, y que también se esté perdiendo el topónimo “Pontezuela” (buena parte de nuestros jóvenes desconocen este nombre). Por eso sugerimos al Ayuntamiento que el parque sea bautizado como “Parque de la Pontezuela”.

Texto: Antonia Loro y Guadalupe Rodríguez.

Terminamos esta tercera entrega en La Pontezuela.
Continuará…


3 comentarios:

  1. Hola. ¿Ha pensado publicar un libro con todas estas historias cotidianas?

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    1. Por ahora no se me había ocurrido. ¿Quién sabe si más adelante se pudiera hacer algo.
      Muchas gracias

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