Mi
primer recuerdo del Cristo de la Victoria es viéndolo colgado delante de los
esgrafiados de la Asunción de María, en el hueco frontal del lado del
evangelio, junto al presbiterio de la iglesia de San Juan Bautista en
Madrigalejo. En este mismo lugar, hoy está colocada una imagen de la Virgen de
Guadalupe, sobre un muro blanco. Después, me fui enterando de que,
anteriormente, el Cristo de la Victoria presidía un pequeño retablo barroco, que se hallaba en el mismo sitio. La imagen del Cristo estaba protegida por un cristal y tapada
por una cortina, que se descorría en las celebraciones o cuando los devotos lo
pidiesen. Le envolvía un halo de misterio que impresionaba a los niños.
El
retablo del Cristo de la Victoria se vendió cuando se restauró la iglesia en 1964. Cuando se retiró el retablo y otro de características similares en
el lado opuesto, aparecieron unos esgrafiados figurativos. Los esgrafiados de la iglesia ya han sido tratados en un post anterior:
Aquellos esgrafiados fueron víctimas de la picota en la siguiente restauración de la iglesia, la realizada entre 1992/1994. A partir de entonces, la
imagen del Cristo de la Victoria se colocó en el muro izquierdo del primer
tramo de la nave, donde continúa hasta hoy.
Fotografía cedida por Choco.
La pérdida de los esgrafiados debe movernos a reflexionar sobre la pérdida de nuestro patrimonio, del legado hemos recibido de nuestros antepasados y que estamos obligados a cuidarlo y conservarlo para las generaciones venideras. No olvidemos que quien
pierde su patrimonio pierde su identidad. La mejor manera de conservarlo es
amarlo y, para quererlo, es necesario que lo conozcamos. Si ya perdimos el retablo y los esgrafiados, por fortuna, todavía conservamos el Cristo de la Victoria, una joya de nuestro patrimonio.
Fotografía cedida por Choco.
La
imagen del Cristo de la Victoria en una escultura de bulto redondo, en madera policromada, que representa a Cristo Crucificado, clavado con tres
clavos en la cruz. Es un
Cristo vivo, con los ojos levemente abiertos, de gran sobriedad, que nos
muestra a un Dios hecho hombre
abatido, más que sufriente. La talla quiere buscar cierto naturalismo, a través de una musculatura más esquemática que realista, en un cuerpo desnudo, apenas
tapado por el paño de pureza -o perizoma- con nudo. El sufrimiento del crucificado se manifiesta en la sangre del rostro -la que brota de las heridas provocadas por
la corona de espinas-, en la sangre de las manos y los pies -lacerados por los clavos-, en la que brota de las rodillas-provocada por
las caídas- y la que mana de la herida del costado -traspasado por la lanza-.
El Cristo de la Victoria sigue la estética del Gótico y está datado en una etapa tardía, ya
entrado el siglo XVI.
Fotografía cedida por Choco.
En
el siglo XVIII, se hicieron intervenciones en su policromía, tanto de la imagen como en la cruz, y en el paño de pureza. La cruz, que en su origen era dorada, se pintó en negro, ocre y con dibujos en verde, como luce en la actualidad. El perizoma –o paño de pureza-, que era dorado y estofado, se cambió a azul y dorado en el siglo XVIII, y le serraron el nudo,
para que le pudieran colocar la faldilla púrpura, como correspondía a la estética de la época
de vestir a las imágenes con telas. El Cristo tuvo colocada la faldilla hasta 1964.
Fotografías cedidas por Choco
La
imagen fue restaurada en 2009 por el Taller de Restauración
“Virgen del Rosario”, de Holguera (Cáceres), y sufragada por la cofradía del
Cristo de la Victoria. Los trabajos de limpieza, de fijación de la policromía
y de restitución de trozos que faltaban fue importante, aunque lo fundamental fue evitar que desapareciera nuestro Cristo a causa de un ataque de xilófagos
–insectos que se alimentan de la madera- quepadecía. Gracias a esta intervención, hoy
podemos seguir rezando ante su imagen y disfrutando de su estética. Porque el Cristo
de la Victoria ha significado –y sigue significando- un pilar importante de la fe popular, ante quien los fieles
de Madrigalejo depositan muchas de sus plegarias.
Fotografía cedida por Choco.
A
través de los documentos, sabemos que, en 1575-1576, el Concejo de Acedera vino
hasta Madrigalejo en procesión para suplicar a Nuestro Señor que enviase aguas,
en tiempo de sequía. Y hasta épocas muy recientes, se ha estado sacando al Cristo de la Victoria y a la Virgen de las Angustias, en rogativas, para pedirles agua de
lluvia para nuestros campos en épocas de sequía. Así dicen las coplas:
Al
Cristo de la Victoria,
le
venimos a rogar,
que
nos conceda la lluvia,
que
hay mucha necesidad.
***
Entre
cuatro labradores,
le
sacaron de su casa,
para
que vea los campos
la
necesidad que pasan.
De
1790 tenemos noticias de cinco cofradías que había en
Madrigalejo. La imagen del Cristo de la Victoria era la titular de la "hermandad la de la Cruz", que se celebraba con misa y sermón, con su procesión el día
de la invención de la Santa Cruz -14 de septiembre-. Y en el libro de fábrica de la parroquia, se
hace alusión al Santísimo Cristo de los Hermanos en 1866 y 1892. Son ejemplos
que prueban la existencia de una cofradía relacionada con el Cristo de la Victoria, al menos desde el siglo XVIII.
Fotografía cedida por Casi Tapia.
Llegada
la Semana Santa, en las noches de Jueves y Viernes Santo, salían en procesión
la Virgen de las Angustias –portada por los niños-, el Nazareno, el Cristo de
la Victoria, en Santo Entierro –solo en Viernes Santo- y cerrando la comitiva,
la Virgen de los Dolores. Es en las procesiones donde el pueblo, de un modo
especial, manifiesta su fervor y su fe ante un Dios hecho hombre que sufre, que padece como y con nosotros. Con faroles y velas, se acompañaba a las
imágenes cantando canciones de penitencia, como “Perdona a tu pueblo, Señor…” o “Perdón, oh Dios mío…”. En
los últimos años del siglo pasado, las procesiones, en Madrigalejo, habían entrado en
decadencia. Costaba encontrar a personas que portaran las andas. Se optó al
final por construir andas con ruedas, y que fueran llevadas con más facilidad.
Mucha gente sufría ante esta decadencia.
Fotografía cedida por la familia Moreno Hortet.
Sin
embargo, en el año 2000, se creó la “Cofradía del Cristo de la Victoria”, con
un numeroso grupo de cofrades. Los lánguidos cantos penitenciales se tornaron en golpes de
tambor y toque de trompetas que, con solemnidad, acompañan al Cristo de la Victoria,
portado sobre andas nuevas por los cofrades, vestidos de túnica. A esta cofradía se
incorporaron poco después la de la Virgen de los Dolores –totalmente femenina-,
la del Nazareno y la del Santo Entierro. Desde entonces, nuestra Semana Santa ha vuelto a resurgir y, año tras año, se va superando. Teniendo en cuenta que, para organizar las procesiones, es necesario el trabajo de mucha gente, es una suerte que hayan surgido las cofradías, pues llevan el peso de la organización de los pasos, los engalanan, cuidan de las imágenes, renuevan sus
accesorios, etc., en definitiva, contribuyen esencialmente a mantener la tradición que nos ha llegado de nuestros mayores. Desde aquí me gustaría agradecer la gran labor de las cofradías, no solo por su contribución al mantenimiento y conservación de nuestro patrimonio material, sino también porque dan vida al patrimonio inmaterial de una manifestación de fe religiosa acumulada durante siglos.
Fotografía cedida por Ana Pérez.
Intentemos,
cada uno con nuestras posibilidades, conservar todo este patrimonio para que
puedan disfrutar de él las generaciones venideras. De nosotros depende.
Guadalupe Rodríguez Cerezo.