Si en la actualidad asociamos las campanadas con la
Nochevieja, el 31 de diciembre de 1838 las campanas de la iglesia de
Madrigalejo debieron llamar a la población de una forma frenética y para nada
festiva. Hasta hace algunas décadas, las campanas eran el medio habitual para
avisar y comunicar a los vecinos cualquier evento o eventualidad, con un código
previamente establecido. Con su toque habitual, se llamaba a los fieles a los
actos litúrgicos y a la oración, o el escuchar su doble lastimero era señal del
fallecimiento de algún vecino, lo mismo que hoy. Pero antiguamente, además, al
son de campana tañida, se convocaba a los lugareños para asistir a la Junta de
Concejo, donde se trataban las cosas “tocantes y pertenecientes” al bien común
del lugar. Y si había un sonido que nadie quería escuchar y que ponía los pelos
de punta, era cuando se tocaba a “rebato”, es decir, cuando se avisaba a la población
de un peligro inminente y del que tenían que salir a defenderse. El más
habitual de los peligros con los que se enfrentaron durante siglos era cuando
ardían los campos y los vecinos acudían rápidamente a la llamada para apagar el
fuego.
Aquel último día del año de 1838 las campanas de la
torre tocaron a rebato con especial desenfreno, porque sobre la población se
cernía un gran peligro: se acercaba la temible partida manchega de los
“Palillos”, una banda de guerrillas de las que combatían en la primera Guerra
Carlista. Este hecho está recogido en el capítulo 32 del libro Crónicas Lugareñas. Madrigalejo, de L. Rodríguez Amores (pp. 441-445)[1].
Las guerras carlistas
Fernando VII firmó, en su lecho de muerte,
el restablecimiento de la “Pragmática Sanción”, por la cual se derogaba la “Ley
Sálica” implantada por Felipe V en 1713, ley que no permitía el acceso al trono de
las mujeres siempre que hubiera un varón en una línea sucesoria colateral. Al morir el monarca en 1833, heredó el trono su hija Isabel, de
tres años, y que, por ser menor de edad, asumió la regencia su madre, la reina Mª
Cristina de Borbón Dos Sicilias. La derogación de la Ley Sálica fue la excusa
para que se levantara una buena parte de la sociedad española contra el régimen
constituido, en lo que se llamarían las Guerras Carlistas. Aunque, en realidad, el enfrentamiento de dos
concepciones políticas opuestas fue la esencia de todo el conflicto. Por una
parte, estaban los seguidores del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, que defendían
una monarquía tradicional, según los valores del Antiguo Régimen, cuyo lema era
“Dios, Patria y Rey”. Era el bando carlista. Y, por otro lado, estaban los
isabelinos o cristinos, partidarios de Isabel II y de la regente Mª Cristina, que
se apoyaron en los liberales moderados para mantenerse en el trono, que promovían
seguir llevando a cabo una serie de reformas políticas a través de un gobierno
constitucional y parlamentario.
El conflicto se enquistó a lo largo del
siglo XIX, llegando a sucederse hasta tres guerras carlistas: la primera entre 1833-1840,
la segunda entre 1846-1849 y la tercera entre1872-1876. Los carlistas no tenían
una estructura militar bien organizada, frente al ejército gubernamental que sí
lo estaba; por ello, la lucha de los rebeldes se desarrollaba en forma de guerra
de guerrillas a través de una serie de “partidas” distribuidas por distintos
territorios, que se movían con rapidez. Estas partidas guerrilleras crearon un gran
clima de inquietud en la población rural, pues, con la excusa de hacerse con
recursos para su causa, saqueaban los pueblos, arrasaban cosechas y se llevaban
todo lo que encontraban a su paso.
La
banda de los Palillos
Al frente de la llamada banda de los “Palillos”
estaban los hermanos Vicente y Francisco Rujero, naturales de Almagro y
antiguos militares que habían sido degradados en las reformas de la milicia que
había practicado el gobierno en el reinado de Fernando VII. Esta partida, con
200 hombres a caballo, venían de hacer sendas incursiones en Almagro y en
Talarrubias, sin encontrar apenas oposición.
Ante la amenaza de que se aproximaba a Madrigalejo la
temible partida de los Palillos, los vecinos, avisados por el toque de las
campanas, salieron con sus viejas armas a defenderse. Y los carlistas, que
venían de victoria en victoria, se encontraron con los paisanos haciéndoles frente.
Entraron los guerrilleros y cayó en sus manos aproximadamente una tercera parte
de la población; mientras tanto, algunos vecinos se habían encerrado en la
iglesia para aguantar el ataque hasta las últimas consecuencias.
Como venganza por la resistencia encontrada, y antes
de emprender la retirada, la partida de los Palillos dejó una gran desolación:
doce personas fallecidas, numerosas casas quemadas -26 según algunas fuentes o
40 según otras-, saquearon todas aquellas a las que pudieron acceder y quemaron
numerosos enseres del Ayuntamiento, entre ellos, una parte del archivo
municipal.
El
día después
Fray Crispín Aynat, franciscano del
convento de Puebla de Alcocer que era entonces párroco en Madrigalejo, dejó recogido
en el libro de difuntos del archivo parroquial el entierro colectivo de la
mayor parte de las víctimas, que tuvo lugar el 1 de enero de 1839. Sus nombres
eran los siguientes:
-José
Rodríguez, viudo de Librana Puerto.
-Juan
Fernández, marido de Mª Jerónima Liviano.
-Francisco
González, conjunta persona de Catalina Moreno.
-Luisa
Arroba, mujer de Andrés Romero.
-María
Fernández, conjunta persona de Francisco Sojo.
-Gregorio
Arnaz, conjunta persona de Mª Bera, natural de Caravaca de la Cruz, reino de Murcia
y vecino de Llerena.
-Andrés
Moreno, marido de Francisca Canchalejo, natural y vecino de Orellana la Vieja.
-Mª
Jimeno, viuda de Juan Francisco, natural y vecina de Navalvillar de Pela.
-Vicente
Canal, marido de Josefa, y natural y vecino de Orellanita.
-Antonio
Tapias, natural y vecino de Villanueva de la Serena.
Informa fray Crispín que todos resultaron muertos en la desgracia que
sufrió este pueblo ayer 31 de diciembre, día de San Silvestre, por la facción
titulada de “Palillo”. Se hizo Oficio General de Difuntos, gratis, con Misa
Cantada. Fueron enterrados en el Camposanto del lugar, el que hoy conocemos
como cementerio viejo, que estaba situado entre las actuales calles Pizarro y
Avda. de Villanueva de la Serena.
Y terminamos
Los testigos recordarían toda su vida
aquel acontecimiento tan aciago. Entre los más afortunados, estarían quienes
perdieron por el fuego o el saqueo bienes materiales. También nos dolemos por
el menoscabo de una parte de nuestro patrimonio común, como fueron los legajos
del archivo municipal quemados, de los que ya nunca conoceremos lo que allí
estaba escrito. Pero, entre las familias que perdieron algún miembro en aquel
desdichado día, su recuerdo pasó de generación en generación. Y así ha llegado
hasta hoy lo sucedido a María Fernández -mujer de Francisco Sojo-, tatarabuela
de mi padre, quien fue abordada por los carlistas con una serie de preguntas, a
las cuales no respondió. Esta actitud de no colaboración le costó la vida,
aunque no fue por un acto de heroísmo, sino porque la pobre era más sorda que
una tapia.
Guadalupe Rodríguez Cerezo.
[1]Las
noticias están tomadas de las siguientes fuentes:
-ANTONIO PILARA, Historia
de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, hasta le regencia de
Espartero. 2ª Edición. Imprenta y Librería Universal. Madrid. 1869.
- JUAN PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO, “Crónica de la
Provincia de Cáceres”. Crónica General de
España o sea Ilustrada y Descriptiva de las provincias…Tomo X. Madrid. 1870.
-Diccionario
Madoz.
-Archivo Parroquial de la Iglesia de San Juan Bautista
de Madrigalejo.
-Tradición oral familiar.
Interesante, me gusta conocer estos retazos de nuestra historia, pena por la quema de documentos que darian luz sobre nuestro pasado
ResponderEliminarSí, cada vez que perdemos parte de nuestro patrimonio, se reducen las oportunidades de conocer más nuestro pasado.
EliminarMuchas gracias.
Enhorabuena por el artículo, es muy interesante conocer estos fragmentos de la historia que tuvieron lugar en nuestro pueblo, aunque de hechos tan desgraciados se trate.
ResponderEliminarMuchas gracias. Como la vida misma, momentos de bonanza y momentos de calamidad; tiempo de nacer y tiempo de vivir; días de placidez y días de tragedia. Así es la historia.
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