El proceso de recuperación de la Península Ibérica por
las tropas cristianas del dominio musulmán -lo que se conoce como la “Reconquista”-,
se desarrolló de una forma lenta y discontinua. El proceso fue tan dilatado en el tiempo que duró casi ocho siglos, aunque no siempre se luchó con la misma intensidad
-de ahí lo de discontinuo-, pues se intercalaron periodos de mayor actividad
bélica, con épocas mucho más tranquilas. Y conforme iba avanzando la Reconquista
hacia el sur, había que ir consolidando el territorio. Es lo que Sánchez
Albornoz resumió como “tras la batalla, la puebla, y tras la puebla, la batalla”.
Es decir, una vez conquistado un territorio, había que repoblarlo para que
quedara consolidado, y una vez consolidado, se avanzaba en la lucha a por otro
territorio.
En este avance hacia el sur, la recuperación definitiva
de nuestra zona por las tropas cristianas tuvo lugar cuando fue conquistada
Trujillo, en 1233. Y a partir de ese momento, comenzó su repoblación. El
sistema de repoblación que se llevó a cabo entre los ríos Tajo y Guadiana se
basó en el ALFOZ, es decir, se entregaba un amplio territorio de realengo a una
ciudad para que lo administrara en nombre del rey y, para ello, se le otorgaban
unos fueros particulares, como derechos o privilegios, que favorecieran su
repoblación. De esta forma, cuando se produjo la conquista de Trujillo,
Madrigalejo quedó integrada en su alfoz, siendo una de sus 32 aldeas.
Desde entonces y hasta el siglo XIX, el Cabildo trujillano ejerció el gobierno
sobre el lugar, a excepción de los asuntos de poca monta, para los que era
competente su Concejo. Y el Concejo de Madrigalejo estaba formado por dos
alcaldes ordinarios, dos diputados del común, un procurador síndico personero,
un mayordomo, dos escribanos y, a partir del siglo XV, dos alcaldes de la
Hermandad.
Entre los beneficios y privilegios que se otorgaron para consolidar el
asentamiento de la población en nuestro territorio, a Madrigalejo le
correspondió la concesión de su Dehesa Boyal. De esta forma, tan sólo treinta
años después de pasar del dominio musulmán al cristiano, Madrigalejo empezó a
gozar de su dehesa comunal, que le fue concedida por un documento fechado en 1264. Este documento
es el primer escrito privativo de nuestra localidad, donde ya aparece con su
nombre actual. En él, también se señalan los mojones que delimitaban la Dehesa
Boyal, lo que aporta una información preciosa para conocer algunos aspectos de ese
momento concreto en Madrigalejo, como la existencia de viñas y de tierras
labrantías o de un tejar, así como la referencia a enclaves tan significativos
como el Toro del Hito, el Molino de Arriba o la Fuentecilla de la Carrizosa.
Una vez superada la etapa musulmana, y desde muy temprano, se instalaron en suelo madrigalejeño dos grandes hacendados, que no ejercieron señorío sobre el lugar, aunque sí dejaron sentir su influencia en su devenir cotidiano. Estos dos grandes hacendados fueron la familia Vargas y el Monasterio de Guadalupe.
Los Vargas pertenecían al linaje trujillano de los Bejarano y recibieron su patrimonio en Madrigalejo -incluido su castillo- por derecho de conquista; por tanto, desde ese mismo momento gozaron aquí de grandes propiedades, que mantuvieron ininterrumpidamente hasta finales del siglo XX.
Y la primera posesión de la Iglesia de Guadalupe en Madrigalejo data de 1349, sólo unas décadas después de ser hallada la imagen de la Virgen en las Villuercas y cuarenta años antes de la llegada de los Jerónimos a Guadalupe. La escasez de terrenos cultivables en Guadalupe, tanto por su orografía como por la escasa profundidad de sus suelos, determinó que se fijaran en las tierras fértiles de cultivo de Valdepalacios y de Madrigalejo. La mayor parte de su patrimonio rústico en nuestra localidad se fraguó en los siglos XIV y XV, y estuvo formado por dehesas, tierras sueltas, viñedos, huertos y olivares, además de casas en el pueblo y de un molino en el Ruecas –el Molino de Arriba-.
Tanto los Vargas como el Monasterio de Guadalupe tenían carta de vecindad en Madrigalejo, porque ambos tenían casa abierta en el lugar, con los mismos derechos y obligaciones que el resto de los vecinos. Así era en teoría, aunque en la práctica, los grandes herederos aprovechaban mejor los recursos de los bienes comunales. Estas ventajas provocaban el recelo de los vecinos que, junto con las fricciones entre propiedades y condominios, fueron la causa de innumerables conflictos entre los pobladores de Madrigalejo –amparados por la ciudad de Trujillo- y el Monasterio de Guadalupe.
Más complicado fue el conflicto generado por García de Vargas entre 1470 y 1477. Desde su castillo en Madrigalejo, García de Vargas, con una banda de unos 130 hombres, se dedicó a cometer todo tipo de tropelías, atropellos y robos en la zona, que fueron de tal calado, que el Monasterio de Guadalupe –el más perjudicado en sus múltiples propiedades- abandonó temporalmente sus explotaciones en Madrigalejo por esa causa. La situación se resolvió cuando la reina Isabel la Católica mandó derribar la fortaleza, en 1477, como castigo ejemplarizante para otros señores levantiscos, como la Condesa de Medellín o el Maestre de Alcántara D. Gómez de Solís.
También hay que tener en cuenta la afluencia de peregrinos que empezaron a llegar hacia Guadalupe desde que se produjo el descubrimiento de la imagen de la Virgen en las Villuercas y la difusión de su fama. La afluencia se peregrinos se incrementó a raíz de la protección real por parte de Alfonso XI de Castilla, que lo hizo agradecido por la victoria conseguida en la batalla del Salado en 1340. A partir de entonces y en poco tiempo, Guadalupe se convirtió en uno de los lugares de peregrinación más importantes de la cristiandad. Hacia el santuario mariano se dirigían numerosos romeros y Madrigalejo se constituyó en un lugar de paso para aquellos que procedían del suroeste, utilizando la brecha natural que supone el río Ruecas hacia las Villuercas.
Al principio, los peregrinos utilizaron para llegar a Guadalupe el camino de Cañamero –que discurría por la margen derecha del río Ruecas-. Esta vía después se convirtió en el “camino viejo de Guadalupe” cuando comenzó a ser más transitado el que pasaba por Valdepalacios -más cómodo de andar- y pronto pasaría a ser camino real. Este camino real tenía como última parada Madrigalejo o la primera si se trataba de la vuelta. Por tanto, los peregrinos que se dirigían a Guadalupe procedentes del suroeste solían tomar este camino real, cruzando Madrigalejo por la calle del Rey (1418) o calle Real (1426), que después fue llamada con el significativo nombre de calle “Mesones” y que actualmente corresponde a la calle “Luisa Fortuna”.
Por tanto, en la Baja Edad Media, Madrigalejo era un lugar de realengo, perteneciente a la jurisdicción de la ciudad de Trujillo. Desde fechas muy tempranas, empezó a gozar de su Dehesa Boyal. En su territorio se asentaron dos grandes hacendados: los Vargas y el Monasterio de Guadalupe, aunque también había otros herederos con propiedades más pequeñas. Y por Madrigalejo pasaba gran número de peregrinos hacia Guadalupe que, sin duda, influyeron, en buena medida, en la vida cotidiana de nuestra localidad.
Guadalupe Rodríguez Cerezo
BIBLIOGRAFÍA:
-M.A. LADERO QUESADA, Los últimos años de Fernando el Católico
1505-1517. Editorial Dykinson, S.L. Madrid. 2016
- L. RODRÍGUEZ AMORES. Crónicas
Lugareñas. Madrigalejo. Tecnigraf
S.A. Badajoz, 2008.
- F.P. de ALHOBERA. Libro de la Hacienda del Monasterio de
Guadalupe.
- A. RAMIRO CHICO. “La última visita
de Fernando el Católico a Guadalupe, en el V Centenario de su muerte
(1516-2016)”. Revista de Estudios
Extremeños. Tomo LXXII. Número III- Septiembre/diciembre. 2016.
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