Detalle de la escultura del Rey Fernando orante.
Obra de Felipe de Vigarny.
Capilla Real de Granada.
(Estas líneas ya fueron divulgadas a través de las redes sociales en
enero de 2016, cuando iban a comenzar las celebraciones del V Centenario del fallecimiento
del rey Fernando el Católico. Ahora recogemos en Luz de candil este artículo, con ligeros variantes.)
“Mediaba
el mes de enero de 1516 y el rey Fernando el Católico, con una parte de su
séquito, viajaba hacia Guadalupe procedente de Plasencia. El monarca, que
sufría una grave dolencia desde hacía unos tres años, sufrió un empeoramiento
en su enfermedad en las cercanías de Madrigalejo, por lo que fue conducido a la
Casa de Santa María, un conjunto de edificios que eran propiedad del Monasterio
de Guadalupe. Desde el principio, sus acompañantes se percataron de la
gravedad de la situación; sin embargo, a
don Fernando, le costó aceptar las recomendaciones que le hicieron: “que si
tenía asuntos pendientes que arreglar en el cielo y en la tierra era el momento
de enmendarlos”. No debía tener su conciencia muy tranquila cuando, al darse
cuenta de que se le acababan los días en este mundo, mandó llamar a su
confesor, Fray Tomás de Matienzo, con quien confesó largamente, y a sus consejeros,
a quienes pidió parecer acerca de las disposiciones de sus testamentos
anteriores y, advirtiendo los peligros que podían acarrear aquellas mandas,
decidió otorgar un testamento que fuera nuevo de principio a fin. Pero,
volvamos atrás…
Casa de Santa María en Madrigalejo.
Es
un hecho constatado que, con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de
Aragón (Valladolid, 1469), comenzó a gestarse la Unión de los Reinos que
conformaban las Coronas de Castilla y de Aragón. Ya desde el inicio de su
gobierno, en las disposiciones de la Concordia
de Segovia (15-enero-1475), es notorio el gran objetivo que llevaban en
mente Isabel y Fernando al adoptar un mismo escudo para ambos y la distribución
de los cuarteles en el mismo: se trataba de la representación gráfica de la
Unión de los Reinos. Además, todas las directrices de su política interior
llevaban hacia ese mismo fin: la nueva forma de gobernar desde la
centralización de una monarquía autoritaria, basándose en el respeto a las
leyes y a los fueros; el sometimiento de la nobleza y del clero; la creación
tanto de un ejército permanente y moderno como de una serie de instituciones,
estableciendo un cuerpo de funcionarios procedentes de la baja nobleza y de la
burguesía que hicieran posible la llegada de la soberanía de los reyes a todos
sus territorios; la reorganización de la hacienda y de los impuestos generales;
el fin de la Reconquista con la toma de Granada; la unidad religiosa con la
expulsión de los judíos y de los musulmanes del Reino de Granada….
Fernando el Católico.
Obra de Zubbita.
Casa de Santa María en Madrigalejo.
Todo parecía ir transcurriendo según lo previsto
hasta que el destino comenzó a jugar en su contra. Uno tras otro iban
falleciendo los príncipes herederos. Primero fue Juan, en 1497, a los seis
meses de su matrimonio con Margarita de Austria, quien llevaba ya en su seno
una criatura que nació sin vida. La siguiente en el orden sucesorio era Isabel,
Reina de Portugal, casada con Manuel I, que también falleció en 1498 al dar a
luz a su hijo Miguel. Y este príncipe, que estaba llamado ceñir las coronas de
Portugal, Castilla y Aragón, también murió antes de cumplir los dos años de
vida. La sucesión recaía entonces en la tercera hija de los Reyes Católico,
Juana, casada con Felipe, Archiduque de Austria; pero tampoco venían buenas
noticias de Flandes… la princesa Juana empezaba a dar muestras de su
enajenación mental y no ayudaban en absoluto las intrigas de su esposo. Con
este panorama, la reina Isabel la Católica, en su testamento (1504), nombraba
regente de Castilla al Rey Fernando, consciente de que la enfermedad
imposibilitaba a su hija Juana para gobernar y de que las intrigas de su yerno
podían perjudicar más que favorecer los intereses de Castilla. Aun así, y
obviando dicho testamento, Felipe el Hermoso hizo valer, con la ayuda de los
nobles castellanos, sus derechos como esposo de la Reina Juana y asumió el
poder efectivo, rodeándose y colocando en los altos cargos a gente foránea. Al
Rey Fernando no le quedó otra alternativa que retirarse a la Corona de Aragón.
Muy
tocado debieron dejarle al Católico los tejemanejes del Hermoso cuando, en una
de sus jugadas diplomáticas, se casó con Germana de Foix, sobrina del Rey de
Francia, en 1505. Con ello, no sólo pretendía afianzar su poder en sus
territorios en Italia, y de paso fastidiar a Felipe y a su abuelo Maximiliano,
sino que también estuvo buscando un heredero para sus reinos patrimoniales y,
con ello, evitar que sus súbditos fuesen regidos por los Habsburgo. En
definitiva, el Rey Fernando abandonaba el gran objetivo por el que tanto habían
luchado la Reina Isabel y él. Y a pesar de que asume de nuevo la regencia de
Castilla por la repentina muerte de su yerno en 1506, Fernando el Católico
siguió intentando que la Reina Germana le diese un hijo varón que heredara los
reinos de la Corona de Aragón.
Fernando el Católico.
Obra de Adrián Moreno.
En el Centro de Interpretación de Madrigalejo.
Pero
viendo que el sucesor no llegaba y notando ya su salud bastante minada a causa
de unos brebajes vigorizantes, decidió, como un mal menor, testar, hasta en dos
ocasiones (en Burgos y en Aranda de Duero,) en favor de su querido nieto
Fernando, para que asumiera las regencias de Castilla y de Aragón, hasta que su
hermano Carlos, el legítimo heredero, viniese a hacerse cargo de su gobierno. Desde
Flandes, el príncipe Carlos no perdía detalle de lo que ocurría en Castilla,
por lo que, a finales de 1515, envió a Adriano de Utrech a la corte de su
abuelo (que por entonces se hallaba en Plasencia y en Abadía) para que velara
por sus derechos sucesorios…
Retomemos de nuevo el tema en la Casa de Santa
María de Madrigalejo, cuando el Rey, moribundo, con el asesoramiento de sus
consejeros Galíndez de Carvajal, Vargas y Zapata, reflexiona y decide otorgar
un nuevo testamento. Y es que, aunque la heredera universal de todos sus bienes
era su hija, la Reina Juana, su incapacidad para gobernar hacía necesario nombrar
un regente que asumiera el poder efectivo. Para el rey Fernando, su nieto
Carlos era un desconocido, porque se había criado en Flandes, y había sido
educado por el emperador Maximiliano. Además, pensaba que su lejanía y su nulo
apego a las tierras hispanas le impedirían ejercer sus funciones de gobierno y
pondría el poder en manos extranjeras, que mirarían más por su propio interés
que por los del Príncipe y sus Reinos. Por el contrario, su hermano, el infante
don Fernando, a quien él mismo había criado en las costumbres y maneras de
aquí, le parecía más idóneo para asumir la regencia, y por ello le había
nombrado regente en sus últimos testamentos.
Facsímil del Testamento del Rey Fernando el Católico.
Primera página.
El documento original está custodiado por la Casa de Alba.
Sin embargo, los consejeros recordaron al Rey
todo lo que les había costado reducir estos Reinos a la buena gobernación y le
advirtieron sobre los peligros que supondría dejar tanto poder al infante,
quien, por ser hijo de reyes, podría sentir el deseo de disputar la Corona a su
hermano, para lo que, sin duda, sería ayudado por los nobles de Castilla, que
verían una gran oportunidad para recuperar el poder perdido, aprovechando la
corta edad del infante. Por todo ello, los consejeros le hicieron ver que, para
evitar posibles conflictos, lo más acertado era dejar la gobernación a quien
por derecho de primogenitura le pertenecía, es decir, al príncipe Carlos. En
ese momento, llorando amargamente, el Rey Fernando decidió otorgar un nuevo
testamento… Pero aún quedaba por decidir quién ejercería el poder hasta la
llegada del Príncipe a nuestras tierras. En Aragón, se nombraba al arzobispo de
Zaragoza, don Alonso de Aragón, hijo natural del Rey, y, en Castilla, el
cardenal Cisneros fue el elegido.
Facsímil del Testamento del Rey Fernando el Católico.
Firmas del Rey y de los testigos.
Firmas del Rey y de los testigos.
El documento original está custodiado por la Casa de Alba.
Tras
mucha urgencia, el testamento estuvo listo y fue firmado en el atardecer del 22
de enero de 1516 y, a las pocas horas, en la madrugada del 23, el Rey Fernando
falleció.”
Por
tanto, la firma de este importante documento resultó ser una pieza clave en la
cimentación de lo que hoy es el Estado Español. Es un hecho que debemos conocer
para así valorarlo en su justa medida.
Guadalupe Rodríguez
Cerezo
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