Aparte de su sentido
estético, todo arte es un poderoso medio de expresión, a través del cual el
artista transmite mensajes. En artes como la pintura, escultura, danza,
fotografía o cine, la comunicación directa se establece a través de la imagen,
que tiene sus propios códigos de lenguaje y que, con frecuencia, se apoya en la
“iconografía”. El poder comunicador del arte a través de las imágenes lo tuvo
muy presente la Iglesia para catequizar a los fieles, fundamentalmente en unos
siglos en los que la mayor parte de la población no sabía leer ni escribir. Por
esta razón, los templos suelen ser libros abiertos a través de las obras de arte
que contienen.
Recién construida la
iglesia de San Juan Bautista de Madrigalejo, sus muros estaban desnudos y, en
sus frontales, tanto en el presbiterio como en los dos altares laterales, se
plasmaron unas representaciones figurativas en esgrafiado. La técnica del
esgrafiado consiste en superponer varias capas de revoque de distinto color con una
lechada de cal o yeso al final, al que se ha trasladado un dibujo, que, una vez
raspadas las parte ajenas al dibujo, queda este en resalte y, a la vista, los
colores de las distintas capas. Sobre estos esgrafiados ya se ha tratado
ampliamente en Luz de Candil, que puede verse en el siguiente enlace https://luzdecandilmadrigalejo.blogspot.com/2019/02/esgrafiados-de-la-iglesia-san-juan.html
En uno de aquellos
esgrafiados del siglo XVI, concretamente en el que se encontraba en al altar
del lado de la epístola, se representaba la Adoración
de los Pastores, una escena que nos acerca a la Navidad. En las
representaciones iconográficas de la Natividad, de la Adoración de los Pastores
o de la Adoración de los Magos se desarrolla una auténtica catequesis en torno
a la Navidad. Y con esta intención catequética, se plasmó aquella escena de la
que hablamos a continuación.
La base de la representación iconográfica de la Natividad está tomada del Evangelio de Lucas, en el que se proclama que, “por aquellos días, salió un decreto de César Augusto para que se empadronara todo el mundo. Todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad. También José, por ser descendiente de David, fue desde la ciudad de Nazaret de Galilea a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para empadronarse con María, su mujer, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se cumplió el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada”. (Lc 2, 1. 3-7)
La
escena representada en el esgrafiado estaba enmarcada en una especie de
templete con columnas de orden corintio. El Niño Jesús, tendido y envuelto en
pañales, ocupa el centro de la zona inferior, flanqueado por la Virgen María y
San José. Son las tres figuras que aparecen nimbadas y que, por ser las
principales, aparecen en primer plano. Detrás de la Virgen, asoman las
cabezas de la mula y el buey.
La mula y el buey no podían faltar, a pesar de que no figuran en los evangelios, pero que, ya desde épocas muy tempranas, fueron incorporadas por la iconografía cristiana. El pesebre, donde fue colocado el Niño, es el recipiente donde comen animales domésticos y, por tanto, es lógico que, donde hay pesebres se puedan encontrar semovientes como un buey o una mula. Pero, además, tiene una simbología más profunda. En el Antiguo Testamento, concretamente en Isaías (1,3), puede leerse: “El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”. Con esta cita, junto con otras del profeta Habacuc (3,2) y del Éxodo (25, 18-20) relacionadas entre sí y con el pesebre, llevan a que, en estos dos animales, se simbolice a la humanidad, compuesta por judíos y gentiles, desprovista de entendimiento pero que, ante la presencia del Niño, les llega el conocimiento. (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, La infancia de Jesús, (Barcelona: Planeta, 2012), 76).
Y junto a la Sagrada Familia, ocupando todo el espacio restante sin dejar espacio vacío (horror vacui), se distribuyen los demás motivos que llevan al espectador a la Adoración de los Pastores:
“Había en la misma región unos pastores acampados al raso, guardando por turnos sus rebaños. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor les envolvió con su luz. Ellos se asustaron. El ángel les dijo: ‘No tengáis miedo, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. En la ciudad de David os ha nacido un salvador, el mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre’.
Y enseguida se unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ‘Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama’.
Cuando
los ángeles los dejaron y se fueron al cielo, los pastores se decían unos a
otros: ‘Vamos a Belén y veamos ese acontecimiento que el Señor nos ha
anunciado’
Fueron
deprisa y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre. Al
verlo, manifestaron lo que les habían dicho acerca del niño. Todos los que lo
oían se admiraban de lo que decían los pastores. María, por su parte, guardaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores volvieron glorificando
y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído.” (Lc 2, 8-20)
Así,
una serie de cabezas de ángeles alados entre nubes pululan alrededor del
“misterio”, quienes alaban a Dios diciendo “Gloria a Dios en el cielo y paz en
la tierra a los hombres que él ama”. Uno de aquellos ángeles había dado la
noticia del nacimiento del Salvador a los pastores, que ocupan la parte
superior de la representación, junto a las ovejas que guardan. La alegría del
momento se manifiesta en la dulzaina que toca uno de los pastores.
Los primeros testigos del gran acontecimiento fueron los pastores que velaban sus ganados. Jesús nació fuera de la ciudad, en un paraje rodeado de pastos a los que los pastores llevaban sus rebaños. Era natural que ellos, al estar más cerca, fueran los primeros llamados a la gruta. Además, desde el punto de vista catequético, también los pastores fueron los primeros destinatarios de la gran noticia, en cuanto que representan a la gente sencilla, a los humildes, a los predilectos del amor de Dios. Más aún, enlazando con el Antiguo Testamento, David, antes de ser señalado por Dios para ser rey de Israel, estaba pastoreando el rebaño y fue constituido pastor de Israel. Jesús nace en la ciudad de David, entre pastores; Él que será el Pastor de los hombres. (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, La infancia de Jesús…, 78, 79 y 80).
Lamentablemente, los
esgrafiados de los altares laterales desparecieron en la última restauración
importante que se realizó en la iglesia de San Juan Bautista de Madrigalejo. Y
con su recuerdo, concretamente con la Adoración
de los Pastores, que sirvió de ilustración para nuestros antepasados, deseo
felicitar la Navidad, un tiempo de gracia, esencial en nuestra cultura.
Guadalupe Rodríguez
Cerezo.