(Vicente Amores del Barco y Mª Antonia Pizarroso Sojo)
En estos días de confinamiento, quiero
compartir una historia familiar, una historia que ocurría frecuentemente y que,
seguro, en muchas familias puede haber otra muy parecida. Es una historia que
nada tiene que ver con los libros de Historia, pero, sin duda, es una más de
las muchas que tejieron la convivencia de nuestros pueblos y ciudades, que nos
dejaron uno de esos grandes valores que no podemos perder y que en estos
momentos nos hacen tanta falta: la cohesión familiar.
Hasta Madrigalejo llegó Vicente Amores
del Barco, natural de Ceclavín, para ejercer su profesión de maestro de escuela.
Sería entre 1865 y 1870 aproximadamente. Aquí conoció a Mª Antonia Pizarroso
Sojo, que había nacido en Madrigalejo en 1845. Se casaron y tuvieron tres
hijas: Isidora, Florentina y María Amores Pizarroso.
(Mª Antonia Pizarroso Sojo)
Eran las niñas pequeñas cuando murió
Vicente Amores. Estamos hablando de los tiempos en los que era una realidad el
dicho “pasas más hambre que un maestro escuela” y cuando no existía pensión de
viudedad ni de orfandad. En estas circunstancias, era la familia más cercana
quienes ayudaban a remediar en lo posible las necesidades de la falta del padre
de familia. Mª Antonia se quedó viuda y con tres hijas a las que sacar
adelante. La familia de Vicente Amores se ofreció a llevarse con ellos a
Ceclavín a alguna de aquellas tres niñas. Pero Mª Antonia, a pesar de la
situación en la que quedaba, se negó a separarse de ninguna de sus hijas ni a
separar a las hermanas. Desde entonces, se rompieron todos los vínculos con la
familia ceclavinera.
Mª Antonia salió adelante con la ayuda
de su familia carnal en un principio y, después, volviéndose a casar. Esta era
una de las salidas, tanto viudos como viudas; los primeros, para que una mujer
atendiera a sus hijos huérfanos, y las viudas, para tener una seguridad
económica. Mª Antonia se casó con otro maestro de escuela, Lorenzo Fraile
Moreno, cinco años más joven que ella. Con él no fundó otra familia, porque fue
la misma, a la que se añadieron dos hijos más. Fruto de este segundo matrimonio nacieron Antonio y Marciana Fraile Pizarroso. Lorenzo Fraile cuidó de aquellas
tres niñas como si fueran hijas suyas de carne, del mismo modo que cuidó a sus
hijos Antonio y Marciana.
(Isidora Amores Pizarroso con su marido -Sebastián Rubio- y sus hijos Andrea, Vicente y José Rubio Amores)
(Antonio Fraile Pizarroso)
Mi abuela, María Amores Pizarroso se
casó con Domingo Rodríguez Silva, natural de Acedera. Tuvieron tres hijos
varones. Al mayor le pusieron de nombre Antonio, como su abuelo paterno; al
segundo le llamaron Vicente, como su abuelo materno, y al pequeño, le pusieron
Lorenzo, por su abuelastro. Este hecho demuestra la estima en que tuvo María
Amores a su padrastro, Lorenzo Fraile.
(Domingo Rodríguez Silva y María Amores Pizarroso -en su viaje de bodas-)
Aunque Antonio Fraile Pizarroso –el hijo
varón de Lorenzo y Mª Antonia- fue médico y ejerció en Madrigalejo, el Magisterio
tuvo un papel muy destacado en la siguiente generación y en la posterior. Tres de
los nietos de Mª Antonia fueron maestros nacionales: José y Mª Antonia Rubio
Amores ejercieron su magisterio en Madrigalejo, y Vicente Rodríguez Amores lo
hizo en Orellana la Vieja y en Mérida. Tras su jubilación, fue condecorado con
la Medalla de Alfonso X el Sabio-. Y entre sus bisnietos maestros pueden
contarse a Sebastián Rubio Llerena –quien fue Inspector de Enseñanza en Badajoz-
y su hermano Manuel, Mª Reyes y Mª Ángeles Rodríguez Gómez y Josefa Rodríguez
Cerezo.
Tanto Lorenzo como Mª Antonia murieron
ya mayores –para la esperanza de vida de entonces-. Lorenzo tenía 70 años cuando
falleció en 1920. Y Mª Antonia le sobrevivió hasta 1926, cuando contaba con 81
años.
(Lápida del enterramiento de Lorenzo Fraile y Mª Antonia Pizarroso)
Soy bisnieta de Mª Antonia Pizarroso
Sojo y he traído esta sencilla historia por el legado que nos ha dejado y que
continúa hasta nuestros días. Porque el apego que sintió esta mujer por su familia
lo transmitió a sus hijos, entre los que se encontraba mi abuela María Amores.
Y esta lo transmitió a sus hijos –mis tíos y mi padre-, quienes, a su vez, nos
lo han legado de una manera especial a todos nosotros –mis primos y mis
hermanos-.
(Esta historia va dedicada
especialmente a los descendientes de la familia Rodríguez Amores, de Antonio,
de Vicente y de Lorenzo)
Guadalupe Rodríguez Cerezo.
QUERIDA UPE:EL CARIÑO QUE TIENES POR TUS PRIMOS Y DEMAS FAMILIA, ES IDENTICO AL QUE LA MIA OS TIENE A TODA LA TUYA.SOBRE TODO A !!!TIA ANITA!!!,QUIERA DIOS LA TENGA MUCHOS AÑOS ENTRE NOSOTROS, PARA SEGUIR QUERIENDOLA, SI CABE MAS. MUCHOS BESOS Y ABRAZOS.
ResponderEliminarEn la distancia, sabes que estamos unidos por el cariño. Un fuerte abrazo para todos. Y cuidaos mucho.
EliminarAl margen de lo bonito de la historia, yo puedo refrendar, por mi experiencia personal, la bondad de tu familia. Puedo recordar perfectamente a tu abuela María, ya muy mayor, y las horas que pasé en su casa de entonces, la primera de la calle El Peral, con aquel pasillo larguísimo y el patio al fondo, cuando, frecuentemente, me llevaban mis tías Josefa y Casimira. Pero recuerdo, sobre todo, el cariño con el que siempre me trataba, igual que luego lo hicieron sus hijos y todos los nietos con los que me he relacionado. Un homenaje merecido.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ángel, por tus palabras, por esos recuerdos y, sobre todo, por el cariño que nos profesamos.
ResponderEliminarUn abrazo.