Enterrar a los muertos…
Todas las civilizaciones han tenido su peculiar concepción sobre la muerte y lo han manifestado en sus ritos funerarios. En la civilización occidental, de
raíces cristianas, enterrar a los muertos es una obra de caridad y, siguiendo
la tradición bíblica, los cadáveres se inhumaban, se enterraban, esperando la
resurrección de la carne.
El lugar destinado a enterrar a los difuntos es
el “cementerio”, término que nos llega del latín, que, a su vez, procede del
griego y que significa “lugar donde dormir”. La tradición cristiana optó por la
palabra cementerio frente al vocablo necrópolis, también de origen griego y cuyo
significado es “ciudad de los muertos”. Se optó por el término cementerio porque, para el
cristianismo, la muerte es un estado transitorio -de dormición- a la espera de
la resurrección. El terreno destinado a enterrar a los muertos era
bendecido y considerado lugar sagrado, por eso también son llamados camposantos.
Enterramientos
en la iglesia
Hasta hace algo más de
doscientos años, existía la tradición de inhumar a los difuntos en el interior
de los templos y en sus atrios, porque se creía que, de esta forma, estaban más
cerca de Dios. Así ocurría también en la iglesia de Madrigalejo. Era una
costumbre que, hoy en día, nos parece inconcebible y que, sin embargo, costó
mucho esfuerzo cambiar.
En el siglo XVIII, los
pensadores ilustrados –como Jovellanos, Floridablanca y el mismo rey Carlos
III-, preocupados por la salud pública y por mejorar la vida de los ciudadanos,
abordaron y debatieron la cuestión de los problemas sanitarios que acarreaba la
práctica de enterrar a los muertos en los recintos cerrados, poco ventilados y
abiertos al culto. Esta práctica era especialmente preocupante en los meses de
calor, cuando eran insoportables los olores que exhalaban los cuerpos en
descomposición, pero, sobre todo, era devastadora en tiempos de pandemia. Y, además de debatirlo, también propusieron, como solución, la construcción de
cementerios.
Después de un amplio
estudio y una larga polémica que duró varios años –entre 1781 y 1786-, el Rey
Carlos III, a iniciativa del Conde de Floridablanca, firmaba La Real Cédula sobre el restablecimiento de
los cementerios el 10 de marzo de 1787. Los cementerios, según esta ley,
tenían que estar “fuera de las poblaciones (…), en sitios ventilados e
inmediatos a las parroquias y distantes de las casas de los vecinos”.
La promulgación de la ley
no tuvo un efecto inmediato y se fue aplicando siguiendo criterios de urgencia,
necesidad y financiación. Parece ser que, en Madrigalejo, ni se plantearon su
construcción, según se desprende de las respuestas a la "Visita de la Real
Audiencia de Extremadura", en 1791, tan solo cuatro años después de su promulgación. A la pregunta de “si hay cementerios o
necesidad de ellos y lugar donde cómodamente se puedan hacer”, responden las
autoridades que “no hay cementerio ni necesidad de él”, y el cura rector dice:
“aquí no hay cementerios ni se advierte necesidad de ellos, por ser bastante
capaz la iglesia para su vecindario”. Vemos, por tanto, que los difuntos se
seguían enterrando en el templo por tener el edificio capacidad suficiente para el número de vecinos.
Cementerio
viejo
No fue hasta bien entrado
el siglo XIX, concretamente en 1820, cuando se procede a la construcción de un
cementerio. Ya hemos visto que, para las autoridades civiles y religiosas del
municipio, no era un asunto de necesidad, a lo que habría de añadir que España
estuvo sumida en la guerra de la Independencia entre los años 1808 y 1813. Solo se comenzó a gestionar la construcción de un cementerio en Madrigalejo cuando la autoridad política de la
Provincia de Extremadura –con sede en Badajoz- mandó una notificación oficial, en
agosto de 1820, prohibiendo las inhumaciones en el interior de las iglesias
bajo ningún pretexto, amparándose en la legalidad vigente, es decir, la que
había promulgado Carlos III en 1787.
Se construyó un
camposanto en terrenos de la iglesia, en el entorno donde anteriormente estuvo
situada la ermita de San Gregorio, en la actual Calle Pizarro. Su
edificación estuvo financiada con dinero de la parroquia, pues era quien corría
con los estipendios de los entierros y con su gestión. Nos estamos refiriendo al llamado
“cementerio viejo”, que estuvo en activo hasta la construcción, en 1912, del “cementerio
del Sur” –el actual-. Y es que, a principios del S. XX, fue necesaria la construcción de un
nuevo cementerio debido a problemas de espacio -se hizo pequeño- y al crecimiento de la
población, ya que se estimaba que, a no mucho tardar, las edificaciones rebasarían su recinto. El antiguo
camposanto quedó totalmente clausurado en 1932, después de ser limpiado y de que no
quedara ninguno de los restos.
Cementerio
del Sur
El nuevo cementerio se
construyó con arreglo a las leyes vigentes a principios del siglo XX, en un
espacioso campo en el sitio llamado la Sangría, al Suroeste del pueblo, en dirección del camino de Villanueva de la Serena y a más de quinientos metros de
la población. Tenía, además del terreno destinado a sepulturas, un apartado
civil –pues el cementerio era de confesión católica-, donde se enterrarían los
apóstatas y suicidas; un depósito de cadáveres; una capilla; un osario y un apartado
para niños muertos sin bautizar. El espacio destinado a sepulturas estaba
dividido en cuatro cuarteles, separados por cipreses alineados en forma de
cruz.
Este cementerio se
edificó en terreno adquirido por el
municipio, fue costeado por el mismo
Ayuntamiento, por lo que el mismo era quien fijaba y cobraba los derechos de sepulturas, concedía permisos, nombraba
empleados y, en general, llevaba toda la
administración y conservación del cementerio. El alcalde, D. Sebastián
Rubio Calzado, después de aclarar estos términos al párroco, D. Fernando Marcos,
mediante una notificación del 6 de mayo de 1912, le pide que se digne a bendecir el cementerio; bendición
que autorizó el Obispo de Plasencia el 20 de junio.
La bendición del nuevo
cementerio fue un acto social de primer orden. Tuvo lugar el 17 de octubre de
1912. Para la celebración, fueron convocados la Corporación municipal, el
Juzgado municipal, el Comandante del puesto de la Guardia Civil y los Señores
Maestros de las Escuelas Nacionales. Comenzó el acto con una misa de Réquiem en
la iglesia parroquial y, seguidamente, en procesión, los asistentes se
dirigieron al nuevo cementerio. La procesión se organizó de la siguiente
manera: la Cruz para la bendición abría el cortejo; después iba la manga parroquial –que es un adorno de
tela, generalmente bordada, en forma cilíndrica y acabada en cono, que cubre
parte de la vara de la cruz de la parroquia-; a continuación, iban los niños y
niñas de las escuelas; después, el pueblo, un ataúd con restos del osario del
viejo cementerio, una escolta de cuatro números de la Guardia Civil, el clero
con ornamentos litúrgicos negros y las autoridades civiles y judiciales.
Durante el trayecto, el clero cantaba el oficio de sepultura.
Una vez en el cementerio y terminado el oficio de sepultura, el cura párroco, revestido con ornamentos
blancos, bendijo el espacio destinado a sepulturas según el ritual romano:
oración, letanías, aspersión por todo el campo de las cuatro zonas y bendición
de la cruz.
En la actualidad, el cementerio ha
sobrepasado el siglo de existencia. Lógicamente, con el paso de los años, se ha
ido adecuando a las nuevas necesidades y a los nuevos tiempos. Ha aumentado su
tamaño y ha cambiado la forma de enterramiento. Si la mayor parte de las sepulturas, entonces,
se realizaban en tierra, hoy las calles de nichos van ocupando paulatinamente
el terreno que anteriormente se destinaba a las sepulturas en tierra. También
desaparecieron, tras el Concilio Vaticano II, el apartado civil y el destinado
a niños no bautizados. Las demás dependencias, así como la distribución de los
espacios de enterramientos, han ido variando desde su inauguración. Y con la aprobación de la Constitución, el
cementerio pasó a ser aconfesional.
La celebración de los
Santos el día 1 de noviembre y de los Fieles Difuntos, el día 2, hace que
tengamos presentes a nuestros seres queridos difuntos, de una forma especial,
alrededor de estos días. Por eso acudimos a los cementerios a visitar sus
tumbas, las adornamos con flores y encendemos velas, porque siguen viviendo en
nosotros, rezamos por ellos y para que intercedan por nosotros; en definitiva,
honramos su memoria. Por ello, los cementerios son lugares muy especiales.
Guadalupe Rodríguez Cerezo.
BIBLIOGRAFÍA
Y FUENTES:
- G. JORI. “La política de la salud en el
pensamiento ilustrado español. Principales aportaciones teóricas”. XII Coloquio Internacional de Geocrítica.
Bogotá, mayo de 2012.
- M. GRANJEL y A. CARRERAS PANCHÓN.
“Extremadura y el debate sobre la creación de cementerios: un problema de salud
pública en la Ilustración”. Norba,
Revista de Historia. ISSN 0213-375X, Vol. 17, 2004, 69-91.
- L. RODRÍGUEZ AMORES. Crónica Lugareñas Madrigalejo. Tecnigraf
S.A. Badajoz, 2008.
-Archivo Municipal de Madrigalejo.
-Archivo Parroquial de la iglesia de San Juan Bautista de Madrigalejo.