domingo, 26 de diciembre de 2021

UNA CONVULSA Y TRISTE NOCHEVIEJA

 


Si en la actualidad asociamos las campanadas con la Nochevieja, el 31 de diciembre de 1838 las campanas de la iglesia de Madrigalejo debieron llamar a la población de una forma frenética y para nada festiva. Hasta hace algunas décadas, las campanas eran el medio habitual para avisar y comunicar a los vecinos cualquier evento o eventualidad, con un código previamente establecido. Con su toque habitual, se llamaba a los fieles a los actos litúrgicos y a la oración, o el escuchar su doble lastimero era señal del fallecimiento de algún vecino, lo mismo que hoy. Pero antiguamente, además, al son de campana tañida, se convocaba a los lugareños para asistir a la Junta de Concejo, donde se trataban las cosas “tocantes y pertenecientes” al bien común del lugar. Y si había un sonido que nadie quería escuchar y que ponía los pelos de punta, era cuando se tocaba a “rebato”, es decir, cuando se avisaba a la población de un peligro inminente y del que tenían que salir a defenderse. El más habitual de los peligros con los que se enfrentaron durante siglos era cuando ardían los campos y los vecinos acudían rápidamente a la llamada para apagar el fuego.

Aquel último día del año de 1838 las campanas de la torre tocaron a rebato con especial desenfreno, porque sobre la población se cernía un gran peligro: se acercaba la temible partida manchega de los “Palillos”, una banda de guerrillas de las que combatían en la primera Guerra Carlista. Este hecho está recogido en el capítulo 32 del libro Crónicas Lugareñas. Madrigalejo, de L. Rodríguez Amores (pp. 441-445)[1].

 Las guerras carlistas

Fernando VII firmó, en su lecho de muerte, el restablecimiento de la “Pragmática Sanción”, por la cual se derogaba la “Ley Sálica” implantada por Felipe V en 1713, ley que no permitía el acceso al trono de las mujeres siempre que hubiera un varón en una línea sucesoria colateral. Al morir el monarca en 1833, heredó el trono su hija Isabel, de tres años, y que, por ser menor de edad, asumió la regencia su madre, la reina Mª Cristina de Borbón Dos Sicilias. La derogación de la Ley Sálica fue la excusa para que se levantara una buena parte de la sociedad española contra el régimen constituido, en lo que se llamarían las Guerras Carlistas.  Aunque, en realidad, el enfrentamiento de dos concepciones políticas opuestas fue la esencia de todo el conflicto. Por una parte, estaban los seguidores del infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, que defendían una monarquía tradicional, según los valores del Antiguo Régimen, cuyo lema era “Dios, Patria y Rey”. Era el bando carlista. Y, por otro lado, estaban los isabelinos o cristinos, partidarios de Isabel II y de la regente Mª Cristina, que se apoyaron en los liberales moderados para mantenerse en el trono, que promovían seguir llevando a cabo una serie de reformas políticas a través de un gobierno constitucional y parlamentario.   

 

El conflicto se enquistó a lo largo del siglo XIX, llegando a sucederse hasta tres guerras carlistas: la primera entre 1833-1840, la segunda entre 1846-1849 y la tercera entre1872-1876. Los carlistas no tenían una estructura militar bien organizada, frente al ejército gubernamental que sí lo estaba; por ello, la lucha de los rebeldes se desarrollaba en forma de guerra de guerrillas a través de una serie de “partidas” distribuidas por distintos territorios, que se movían con rapidez. Estas partidas guerrilleras crearon un gran clima de inquietud en la población rural, pues, con la excusa de hacerse con recursos para su causa, saqueaban los pueblos, arrasaban cosechas y se llevaban todo lo que encontraban a su paso.

 

La banda de los Palillos

Al frente de la llamada banda de los “Palillos” estaban los hermanos Vicente y Francisco Rujero, naturales de Almagro y antiguos militares que habían sido degradados en las reformas de la milicia que había practicado el gobierno en el reinado de Fernando VII. Esta partida, con 200 hombres a caballo, venían de hacer sendas incursiones en Almagro y en Talarrubias, sin encontrar apenas oposición.

Ante la amenaza de que se aproximaba a Madrigalejo la temible partida de los Palillos, los vecinos, avisados por el toque de las campanas, salieron con sus viejas armas a defenderse. Y los carlistas, que venían de victoria en victoria, se encontraron con los paisanos haciéndoles frente. Entraron los guerrilleros y cayó en sus manos aproximadamente una tercera parte de la población; mientras tanto, algunos vecinos se habían encerrado en la iglesia para aguantar el ataque hasta las últimas consecuencias.

Como venganza por la resistencia encontrada, y antes de emprender la retirada, la partida de los Palillos dejó una gran desolación: doce personas fallecidas, numerosas casas quemadas -26 según algunas fuentes o 40 según otras-, saquearon todas aquellas a las que pudieron acceder y quemaron numerosos enseres del Ayuntamiento, entre ellos, una parte del archivo municipal.

El día después

Fray Crispín Aynat, franciscano del convento de Puebla de Alcocer que era entonces párroco en Madrigalejo, dejó recogido en el libro de difuntos del archivo parroquial el entierro colectivo de la mayor parte de las víctimas, que tuvo lugar el 1 de enero de 1839. Sus nombres eran los siguientes:

 

-José Rodríguez, viudo de Librana Puerto.

-Juan Fernández, marido de Mª Jerónima Liviano.

-Francisco González, conjunta persona de Catalina Moreno.

-Luisa Arroba, mujer de Andrés Romero.

-María Fernández, conjunta persona de Francisco Sojo.

-Gregorio Arnaz, conjunta persona de Mª Bera, natural de Caravaca de la Cruz, reino de Murcia y vecino de Llerena.

-Andrés Moreno, marido de Francisca Canchalejo, natural y vecino de Orellana la Vieja.

-Mª Jimeno, viuda de Juan Francisco, natural y vecina de Navalvillar de Pela.

-Vicente Canal, marido de Josefa, y natural y vecino de Orellanita.

-Antonio Tapias, natural y vecino de Villanueva de la Serena.

 

Informa fray Crispín que todos resultaron muertos en la desgracia que sufrió este pueblo ayer 31 de diciembre, día de San Silvestre, por la facción titulada de “Palillo”. Se hizo Oficio General de Difuntos, gratis, con Misa Cantada. Fueron enterrados en el Camposanto del lugar, el que hoy conocemos como cementerio viejo, que estaba situado entre las actuales calles Pizarro y Avda. de Villanueva de la Serena.

 

Y terminamos

Los testigos recordarían toda su vida aquel acontecimiento tan aciago. Entre los más afortunados, estarían quienes perdieron por el fuego o el saqueo bienes materiales. También nos dolemos por el menoscabo de una parte de nuestro patrimonio común, como fueron los legajos del archivo municipal quemados, de los que ya nunca conoceremos lo que allí estaba escrito. Pero, entre las familias que perdieron algún miembro en aquel desdichado día, su recuerdo pasó de generación en generación. Y así ha llegado hasta hoy lo sucedido a María Fernández -mujer de Francisco Sojo-, tatarabuela de mi padre, quien fue abordada por los carlistas con una serie de preguntas, a las cuales no respondió. Esta actitud de no colaboración le costó la vida, aunque no fue por un acto de heroísmo, sino porque la pobre era más sorda que una tapia.

Guadalupe Rodríguez Cerezo.



[1]Las noticias están tomadas de las siguientes fuentes:

-ANTONIO PILARA, Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, hasta le regencia de Espartero. 2ª Edición. Imprenta y Librería Universal. Madrid. 1869.

- JUAN PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO, “Crónica de la Provincia de Cáceres”. Crónica General de España o sea Ilustrada y Descriptiva de las provincias…Tomo X.  Madrid. 1870.

-Diccionario Madoz.

-Archivo Parroquial de la Iglesia de San Juan Bautista de Madrigalejo.

-Tradición oral familiar.


lunes, 1 de noviembre de 2021

UN DÍA DE 1720 EN MADRIGALEJO

 


Como en otras ocasiones en las que había algún asunto que afectaba a la comunidad, el 29 de enero de 1720, se celebró reunión del Concejo de Madrigalejo, en las casas de ayuntamiento –de “ajuntamiento”, donde se juntaban-, que había sido convocada a “son de campana tañida”, como era el uso y la costumbre. El cabildo o reunión de Concejo lo convocaban “las justicias” para que acudieran los vecinos de la localidad, pues era una reunión abierta. “Las justicias” –o lo que es lo mismo, las autoridades que regían el Concejo- estaban compuestas por dos alcaldes ordinarios, dos regidores y el procurador síndico del común, cargos que se renovaban cada año en el día de San Juan Bautista.

Los Alcaldes Ordinarios ejercían la función de jueces municipales. Eran dos porque uno de ellos era el representante del estamento nobiliario, mientras que el otro se encargaba de las causas del pueblo llano. En enero de 1720, los alcaldes de Madrigalejo eran Bartolomé García Arias y Juan Sánchez Loro. Los Regidores eran los concejales y sus nombres eran Juan Cortés y Melchor Olalla. Por último, Alonso Gil Jiménez era el Procurador Síndico del Común, cuya función era promover los intereses de los vecinos y defender los derechos del pueblo.

A la llamada del Concejo acudieron los siguientes vecinos:

Gregorio Benito

Juan Jiménez Díaz

Alonso Gil Jiménez el viejo –para diferenciarlo del procurador síndico que se llamaba igual-

Miguel Fernández Cortés

Francisco Moreno

Bartolomé Fitara

Juan Orejudo

Juan García Iglesias

Felipe Benito

Juan García Moreno

Antón Falaya

Francisco Martín Moreno

Blas González

Miguel Fernández Moreno

Juan Sánchez Caballero

Francisco Solís

Bartolomé Sánchez Malpartida

Juan Rodríguez David

Domingo López

Diego Pizarro

Juan de Madrid

Diego Largo

Juan Cano

Martín Sierra

Andrés Bermejo y

Andrés Palmerín.

Motivo de la reunión

Cuando dio comienzo la reunión del Concejo, las justicias informaron de la visita que el Corregidor de la ciudad de Trujillo había efectuado a la localidad en los días precedentes. Los corregidores eran funcionarios reales; eran los representantes del Rey en una circunscripción determinada, formada por varios municipios, a la que se llamaba corregimiento. Residían en la ciudad principal del territorio, que era la cabeza del corregimiento, donde ejercían de alcaldes. Tenían la función de controlar a los regidores, fiscalizar las haciendas locales y la calidad de los abastecimientos, y ser jueces de justicia en lo civil y en lo criminal. Sus mandatos solían durar tres años. 

El lugar de Madrigalejo pertenecía al corregimiento de Trujillo, porque formaba parte de la jurisdicción de esta ciudad. Ostentaba el cargo de Corregidor de Trujillo en el trienio de 1717 a 1720 D. Matías Crespo Suárez, una persona muy celosa de sus funciones. Y la visita que realizó a Madrigalejo no fue precisamente de cortesía; al contrario, correspondía a lo que se llamaba “visita y residencia”, mecanismo por el que se inspeccionaba, in situ, la administración del Concejo.

Una vez que los vecinos fueron informados de la “visita y residencia” que había efectuado el Corregidor, se les comunicó las disposiciones que había establecido para que fueran cumplidas por el Concejo. Fueron las siguientes:

Control y gestión de impuestos

La gestión de los impuestos de los concejos corría a cargo de sus justicias y regidores, que debían ser ayudados y presididos por los corregidores. La recaudación de los tributos en los municipios estaba basada en el sistema de “encabezamientos”, a través del cual, a cada concejo se le asignaba un nivel de riqueza por el que debía contribuir. Y esta contribución se cobraba a los vecinos por el método de “repartimientos”, es decir, por derrama entre los vecinos pecheros de la cantidad con la que debía contribuir cada localidad. Recordemos que ni el estamento nobiliario ni el clero pagaban impuestos, solo el estado llano, los pecheros –es decir, los que pechaban, los que pagaban tributos-.

El Corregidor revisó los libros del Concejo, como era su cometido. Después mandó que se incluyera el 6 % en la derrama para pagar los gastos ocasionados por la gestión del cobro de los tributos y que, una vez que se hubiesen hecho efectivos esos gastos, llevasen la recaudación a las arcas reales en la ciudad de Trujillo, donde se centraba la recaudación. Todo ello debía hacerse conforme a la Ley, unas leyes que, desde la subida al trono de Felipe V, estaban siendo reformadas con vistas a una mayor centralización.

Sin embargo, los vecinos de Madrigalejo no estaban de acuerdo con los cambios que se exigían, preferían que la recaudación se ejecutara como se había hecho hasta entonces y expresaron su desconformidad a los mandatos de su señoría en el Concejo.

Control de gastos y petición de cuentas

Una vez fiscalizados los gastos del Concejo, el Corregidor mandaba regular los honorarios que debían percibir las personas que, por su cargo, tuvieran que realizar algún viaje –generalmente a Trujillo- o algún desplazamiento dentro del término –para controlar lindes o cualquier otro problema-. Se planteaba el control de lo que hoy llamaríamos “cobro de dietas”. En este sentido, el Corregidor ordenaba recortar los gastos de esas dietas, de tal forma, que no se abonara más de 80 reales a cada alcalde y que las demás autoridades y oficiales no deberían recibir nada.

También mostraron su desacuerdo los vecinos en este asunto; pedían que las cosas se quedaran como estaban y daban sus razones, pues el Corregidor no parecía tener en cuenta posibles circunstancias que pudieran acontecer en el día a día, como recorrer el término ante las incidencias que pudieran surgir, y ponían el ejemplo del “ojeo de lobos”. En aquel tiempo, la lucha contra los lobos para defender los rebaños de sus ataques era una de las eventualidades que surgían con frecuencia, por lo que, de vez en cuando, se realizaban batidas de lobos por esta zona. Aquellos ojeos llevaban consigo una serie de gastos, tanto de jornales en las batidas como para compensar a quienes presentaran ejemplares de lobos vivos o muertos.

Indicios de corrupción

Por último, el Corregidor, al investigar el libro de cuentas, encontró algunas anomalías en dineros malgastados y no justificados. Por ello, ordenó que quienes eran responsables de manejar el dinero del Concejo pagasen cuanto antes, de sus propias haciendas, lo que faltara para cuadrar las cuentas. En concreto, tres personas estaban bajo sospecha.

En esta cuestión, los vecinos también pusieron objeciones al Corregidor y, antes de exigir la devolución de la cantidad alcanzada, acordaron crear lo que hoy llamaríamos una “comisión de investigación”. La comisión estaría formada por el Sr. Cura –entonces D. Alonso Sánchez Gil-, el Procurador Síndico del Común –Alonso Gil Jiménez el mozo- y seis u ocho hombres que no fueran ninguno de los comprometidos en la investigación; para ello fueron nombrados Juan Sánchez Monzón, Domingo López y Andrés Palmerín, quienes, a su vez, deberían nombrar a otros tantos para formar dicha comisión. El Concejo acordó que se ejecutase lo que a comisión determinase una vez investigado el asunto y que se penalizase con rigor si se probaba el delito.

De todo esto tenemos noticia porque fue escrito en el libro de actas del Concejo. Lo firmaron quienes sabían firmar, tanto de las justicias como de los presentes, y un testigo, por quienes no sabían. Firmaron como testigos Francisco Cabanillas, Francisco Blázquez y Bartolomé Granjo. Dio fe de todo el documento el escribano público, Cristóbal Blázquez. 

En definitiva

Vemos cómo, hace 300 años, el Concejo de Madrigalejo no quedó bien parado en la “visita y residencia” que hizo el Corregidor, en lo que hoy llamaríamos una “auditoría”. Ante los desajustes, la máxima autoridad del sesmo trujillano estableció unas disposiciones para gestionar los impuestos, controlar los gastos y sancionar a quienes podrían haber metido mano en la caja. Sin embargo, los vecinos reunidos en Concejo expusieron sus opiniones para cada uno de los asuntos tratados e, incluso, crearon una comisión de investigación.

Me hubiera gustado saber si se llevaron a cabo cada una de las disposiciones, pero lamentablemente, el libro que contiene las actas de los años siguientes no se ha conservado, por lo que no he podido hacer su seguimiento. Por otra parte, el Corregidor D. Matías Crespo Suárez terminaba su mandato en Trujillo en 1720 y le sustituiría otra persona que, probablemente, no sería tan escrupuloso en sus encomiendas como él.

Terminamos

Esta pequeña entrada de “Luz de candil” es una síntesis de un trabajo titulado “Visita del Corregidor de Trujillo al lugar de Madrigalejo en 1720”, que presenté en los COLOQUIOS HISTÓRICOS DE EXTREMADURA que, por causa de la pandemia, se celebraron telemáticamente el 27 de noviembre de 2020. 


El trabajo está publicado en las actas de los XLIX Coloquios Históricos de Extremadura, págs. 457-468. El trabajo completo está disponible en el siguiente enlace: https://chdetrujillo.com/visita-del-corregidor-de-trujillo-al-lugar-de-madrigalejo-en-1720/

 

Guadalupe Rodríguez Cerezo.

 

FUENTES

Archivo Municipal de Madrigalejo, Sig. 15.

RODRÍGUEZ CEREZO, G. “Visita del Corregidor de Trujillo al lugar de Madrigalejo en 1720”. XLIX Coloquios Históricos de Extremadura. 2020, págs. 457-468.


domingo, 5 de septiembre de 2021

EL TORO PERREQUE

 

El texto que a continuación se va compartir en “Luz de Candil” es obra original de Lorenzo Rodríguez Amores. Lo escribió dentro de uno de los capítulos de su libro Crónicas Lugareñas Madrigalejo, aunque finalmente decidió no incluirlo –como otros varios textos- para que no fuera excesivamente extensa la obra. Se reproduce aquí tal y como él lo escribió, excepto algunas posibles aclaraciones, que irán entre paréntesis.

El Toro Perreque:

Era un 20 de agosto de 1925, cuando el pueblo hierve en fiestas. ¡Es su Feria! En aquella ocasión, la gente rebulle nerviosa porque se anuncia que va a haber toros. Espectáculo que, muy de tarde en tarde, forma parte de las diversiones feriales y, por eso, conmocionaba al personal su celebración, además de que las diversiones no eran ni abundantes ni variadas, sino, por regla general, bastante simples.

El escenario de la corrida fue la mismísima Plaza de la localidad, sin faltarle la clásica estampa de los festejos de antaño con las pintorescas empalizadas y los carros entrelazados. La Plaza era entonces de tierra, estaba sin enrollar (y mucho menos sin asfaltar). El edificio que destacaba algo, y no mucho, era el Ayuntamiento (se refiere al edificio antiguo, que estaba situado donde hoy se encuentra una parte de los “pisos tutelados”, la que da a la calle Cisneros y donde antes estaba el “hogar rural”, al que se accedía a través de unas gradas para salvar el desnivel de la plaza). Aquí (en el edificio del Ayuntamiento) se instala el botiquín, bien provisto de tintura de yodo y atendido por los médicos D. Antonio Fraile y D. Francisco Sánchez, con la ayuda del practicante D. Manuel Collado, sin que faltasen otros allegados por allí que elegían el sitio por más seguro.

Aquí se encontraba situado el Ayuntamiento en 1925, cuando ocurrieron el hecho que se relata.

Tres reses de tres años, y los tres negros como una mora, se trajeron de los campos de Miajadas para el festejo taurino. No traen divisa ni señal en orejas y, por supuesto, tampoco hierro de fama, pero, a pesar de esa procedencia cunera demuestran una casta, como ganado bravo, que para sí la quisieran vacadas de abolengo. Un maletilla de pelo en pecho, que le dicen “Bocanegra”, se va a enfrentar a los tres toritos como único espada, luciendo con majeza un traje de luces desvaído por el uso y en donde palidecen manchas de sangre de anteriores actuaciones; manchas que prueban ser lidiador de cierto cartel y, sobre todo, de valentía, a lo que hay que añadir los numerosos zurcidos del terno, muchos de ellos calcados en la propia carne del torero.

Sirvió de toril la calleja del Coso, una callejita al “coso”, es decir, a la Plaza grande del pueblo (no se refiere a la vía que actualmente lleva el nombre del Coso, pues esta ni parte ni sale de la Plaza). El propio Ayuntamiento se habilitó de portón para hacer el paseíllo, lo que indica que su puerta no se hallase demasiado protegida, quizás por la confianza puesta en la relativa pendiente que existía entre el acceso y el terreno exterior.

El gentío rugía de entusiasmo durante la corrida ante el airoso comportamiento de “Bocanegra” y la extraordinaria bravura de los utreros. Pero si bien cumplieron todos, uno de ellos destacó sobre los otros dos, por la impetuosidad de las embestidas y por la saña de su acoso. Este toro, en el momento álgido del espectáculo, sin duda observa algo que le llama la atención en la portada del Ayuntamiento. Y hacia allá se dirige sin titubeos en su manía persecutoria, sin tener en cuenta, por supuesto, el derecho de asilo que pudiera representar la institución municipal.

Nada más advertir las intenciones del animal los que allí se encontraban, naturalmente, despejan el sitio en un santiamén sin que, en la pavorosa huida, nadie se pare a cerrar la puerta, ni a hacer concesiones a la cortesía del “pase usted primero”. ¡El toro se mete en la Casa de los Consistorios con la furia de un vendaval!

El público del exterior se estremece de pánico porque sabe que los encerrados no tienen escape por otra puerta, pues nadie tuvo la precaución de abrir una trasera pequeña que había en un corralillo. Aquello no podía terminar si no en una descomunal tragedia. Los del interior buscaron refugio como pudieron, protegiéndose con los más inverosímiles enseres que había depositados en un cuartucho del Ayuntamiento. Como aquel humilde servicio funerario que se utilizaba, en común, para llevar al camposanto a los fallecidos, y que, nunca con más propiedad que en ese momento, se podría decir aquello de “no tener donde caerse muertos”, del cual, después de pasado el susto, más muerto que vivo, fue extraído aquel magnífico barbero y buena persona que era el maestro Rafael Capilla. De una tina, costó trabajo sacar al tío Manuel Manzanedo. Mientras que otros salvaron la vida debajo de aquella barquichuela que el Concejo guardaba para el salvamento de náufragos y que prestó valiosos servicios cuando el río crecía deprisa e inesperadamente pillando desprevenidos a los ribereños. Hasta una enorme esfera del reloj de la torre –la primera que hubo y mucho más grande que las posteriores- sirvió de frágil parapeto o mejor escondite. Los primeros en abandonar su puesto habían sido los facultativos, que salieron a la tira y lograron subir al cuchitril en el que se atendía el servicio telegráfico; allí se los encontraron encaramados en la mesita y en el par de sillas que había por todo mobiliario, como si esos enseres pudieran constituir un salvavidas para ellos.

Milagrosamente no ocurrió otra cosa que las consabidas escenas de pánico, escenas que no se manifestaron en el momento del apuro y que sería la causa de la salvación, pues, con la gente que había dentro del edificio, el toro no percibió nada más que un silencio sepulcral, como si en aquel interior no hubiera un vivo. Sin embargo, uno de los hombres que se hallaban en aquella pavorosa situación salió antes de tiempo de su escondrijo, creyendo que el animal había terminado de poner en regla los papeles municipales y ya estaría en su sitio, en la plaza. A este señor le conocían en el pueblo por el mote del tío “Perreque”, y gran sorpresa se llevó cuando, al llegar al umbral, se dio cuenta de que el toro no había salido al exterior. El tío Perreque no sabía si tirar hacia adelante o hacia atrás y, sin darle tiempo a tomar una decisión, el toro viene por la espalda, le pilla por los sobacos sin causarle ninguna lesión, lo zarandea como un pelele y lo saca en volandas al redondel hasta que lo arroja al santo suelo. El resultado no pasó de unas leves magulladuras sin que pasara la cosa a mayores.

Solo por algún hecho excepcional se le cambia el nombre a una res vacuna, pues la costumbre es bautizar en los primeros periodos de la vida, casi siempre por un derivativo de la madre o alguna particularidad de su capa, sin despreciar tampoco ciertas características de su temperamento. Pues bien, desde este hecho en adelante, a aquel gallardo torito se le empezó a llamar el toro “Perreque”, en honor a la persona que había paseado en sus cuernos.

La existencia de aquel bravo animal no acabó aquella tarde, como sí ocurrió con la de sus compañeros. ¡El Perreque fue indultado! El perdón fue recibido por el público con verdadero clamor, máxime cuando se enteraron de que se iba a quedar en una ganadería del pueblo. Se lo llevan a padrear a la finca “El Saltillo”, para echar salsa picante a las vacas del gran aficionado, que en vida fue, Fermín Sánchez Cerezo, y no lo decimos por su exuberante humanidad, motivadora de que en Madrigalejo se le llamase cariñosamente “Ferminote”, pues era un hombre que, a su lado, no había penas y que siempre estaba presente allí donde hubiese quehaceres taurinos, lo mismo si se tratase de organizar festejos populares que en las faenas camperas, en las que uno se tenía que guardar muy bien de sus habituales bromas.

Repetidas veces hablé del toro Perreque con nuestro amigo y convecino Diego Durán, a quien todo el mundo llama Diego el Vaquero, pues cuando era zagalillo imberbe, ayudaba en la custodia de la vacada en la que fue recogido el animal. Diego, siempre, nos ha contado que el “Perreque” se comportó con tal nobleza en la pastoría y fuera de ella que jamás se observó una peligrosa acción ni creó problema alguno a sus guardianes. Dándose a la vida padre, nunca con más propiedad dicho, se tiró en esa vacada, entre las vegas del Cubilar y el Gargáligas, cuatro años.

Transcurrido ese tiempo, con increíble temeridad, se decidió volver a lidiarle, en otro día de feria. El pueblo se estremece de miedo ante el anuncio de que vuelve el “Perreque”. Todo era recomendaciones a la chiquillería de que no saliéramos a la calle, pero ¿quién nos sujetaba estando la Plaza pletórica de atracciones?

En esta ocasión, con criterio muy razonable, la corrida se celebra fuera del casco urbano, ya que la clásica plaza de carros se hizo en la “Carrizosa”. ¿Se encontraría a algún torerillo templado que fuera capaz de enfrentarse a aquella fiera de siete años y con el agravante de ser conocedora del oficio? Ya lo creo, ¡vuelve el “Bocanegra”! ¿Estaría en su juicio el mozo? ¿Por qué arriesgarse así en una actuación que, por muy airoso que saliese, no podría darle mucho cartel? Ya se necesitaba derroche de valor salir a vérselas con el “Perreque” el mismísimo “Bocanegra”, conociéndose uno y otro cuando cuatros años atrás se enfrentaron en la otra plaza de Madrigalejo.  

Ocurrió lo que era de esperar… El Perreque no concede la más mínima oportunidad al torero. El Perreque no consiente que aquel capote le burle una sola vez. Al primer intento, todo lo resuelve el toro bravo por expedita vía de una gran cornada, de la cual, si bien salva la vida el pundonoroso “Bocanegra”, le impide seguir la función.

¡Ya está el Perreque arrogante y esperando el desafío, hecho el dueño absoluto del redondel! Aunque no hay cuidado, nadie se atreve a llamarle la atención. La situación se hizo tan embarazosa que las autoridades solicitan y ordenan que, con las armas, hagan desaparecer el peligro en ciernes que supone ya aquel enfurecido animal. Allí mismo cae redondo ante los disparos de los civiles.

¡Así murió aquel toro de romance! Ciertamente no fue una muerte bella, pero bien pudo ser la más lógica.

Con toda la tarde por delante y sin disponer de más toros y más toreros, ¿qué hacer con el respetable? Como allí estaban las vacas que habían servido para conducir por los caminos al “Perreque”, se recurre a las capeas con ellas. Se suelta la primera vaca, llamada la “Morena”, y nada más salir, zarandea violentamente al vecino apodado el “Choncho”. Desde ese momento se empezará a llamar a la vaca la “Choncha”. Acto seguido, un compañero de cantina del “Choncho” avanza decidido hacia el animal, que hasta ese momento se sorprende del atrevimiento. A corta distancia le increpa airado por su desconsiderada conducta con su amigo, dirigiéndose a ella en alta voz:

-“Mala jembra. ¡Eso no se jace con los jombres!”

Y la “Choncha”, por respuesta, le mandó a contar las estrellas.     



lunes, 30 de agosto de 2021

CREDENCIAL DEL PEREGRINO A GUADALUPE

 


A finales del siglo XIII, el vaquero Gil Cordero encontró enterrada la imagen de la Virgen de Guadalupe de forma milagrosa. A partir de ese momento, comenzaron a acudir peregrinos hasta el lugar, que iban siendo más numerosos conforme crecía su fama. Desde el romero más humilde, hasta aristócratas y reyes, a lo largo de la historia, multitud de peregrinos fueron a postrarse ante Nuestra Señora a través de numerosos caminos, convirtiéndose el Monasterio de Guadalupe en uno de los grandes centros de peregrinación de la Península Ibérica.


Para fomentar esos antiguos caminos de peregrinación, el arzobispado de Toledo y el monasterio de Santa María de Guadalupe están promoviendo su recuperación. Se está trabajando en 23 itinerarios que, desde distintos puntos de la geografía española, llegan hasta el santuario mariano. Las 23 rutas son las siguientes: Camino de San Antonio de El Tiemblo, Camino Real de Madrid a Guadalupe, Camino de Segovia-San Lorenzo de El Escorial, Camino de Santa Teresa y de los pastores (Ávila), Camino Real de Toledo a Guadalupe, Camino Real de Madrid a Guadalupe hasta las Ventas de Retamosa (con variante de conexión de Camino Real de Madrid con Camino Real de Toledo por cañada real), Camino de Santa María de la Cruz (Cubas de la Sagra), Camino de la Fundación Jerónima (San Bartolomé de Lupiana-Guadalajara), Camino nuevo jareño (desde Talavera de la Reina), Camino de los Montes de Toledo, Vía verde de la Jara y Villuercas (Calera y Chozas), Camino Viejo de Talavera, Camino de Cabañeros (Alcoba de los Montes), Camino de Levante o de la Orden del Sácer (Saceruela), Camino Mineros (Almadén), Camino Descubridores (Cáceres), Camino Visigodo (Alcuéscar), Camino Romano y Portugués (Lisboa-Mérida), Camino Vía de la Plata, Camino Mozárabe (Monterrubio de la Serena), Camino Real de Sevilla, Camino del Monasterio de Yuste y los Ibores, y Camino de Monfragüe y Evangelizadores (Plasencia).


El 19 de julio de 2021, en el Real Monasterio de Guadalupe, fue presentado un interesante documento destinado a potenciar el camino a través de los distintos itinerarios. Se trata de la “Credencial del Peregrino a Guadalupe”, preparada conjuntamente por la archidiócesis de Toledo y el Monasterio de Guadalupe. La presentación tuvo lugar en un acto presidido por el arzobispo de Toledo, D. Francisco Cerro, y contó con la intervención del guardián del Monasterio, Guillermo Cerrato, OFM; la delegada diocesana de Fe y Cultura, Pilar Gordillo, y el delegado para el Cuidado de la Creación, Javier Gómez-Elvira.


La credencial es un documento que certifica el camino recorrido, mediante la estampación de un sello en cada etapa del itinerario andado, hasta llegar ante la presencia de la imagen de la Virgen Morenita. Además, el documento recoge información de las 23 rutas históricas propuestas. La credencial podrá ser sellada en cada una de las parroquias y en otras instituciones por donde pasen los distintos itinerarios. Se podrá adquirir en el Monasterio de Guadalupe, en las sedes de los obispados de Toledo, de Mérida-Badajoz, de Coria- Cáceres, de Plasencia y en la Basílica de Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina. También se puede descargar de la Web del Jubileo www.guadalupejubileo.com

Cuatro de esos caminos históricos atraviesan Madrigalejo: el Camino Romano y Portugués (Lisboa-Mérida), el Camino Vía de la Plata, el Camino Mozárabe (Monterrubio de la Serena) y el Camino Real de Sevilla. La presencia de la Iglesia de Guadalupe en nuestra localidad desde tiempos muy tempranos, con su importante hacienda y la Casa de Santa María, así como el paso constante de peregrinos, hicieron de Madrigalejo un enclave histórico en el camino a Guadalupe. Y en la historia de España por la puerta grande entramos gracias a uno de esos viajeros más ilustres, el rey Fernando el Católico, que en su último peregrinar se quedó en el camino, pues falleció en la Casa de Santa María de Madrigalejo el 23 de enero de 1516.


Por esta razón, Madrigalejo no podía faltar en el acto de presentación de la “Credencial del Peregrino a Guadalupe”. Y allí estuvo representado por su Alcalde, D. Sergio Rey Galán, y la Asociación Cultural Fernando el Católico, que ha participado en la documentación e información de la etapa que corresponde a nuestra localidad. 




lunes, 9 de agosto de 2021

CENTRO DE INICIATIVAS TURÍSTICAS DE MADRIGALEJO. 1975.


Entre los papeles que celosamente guardaba mi padre, he encontrado el acta fundacional y el proyecto de reglamento del Centro de Iniciativa y Turismo de Madrigalejo, con fecha de 12 de abril de 1975. Los Centros de Iniciativas Turísticas (CIT) son asociaciones sin ánimo de lucro destinadas a la promoción y desarrollo de las actividades turísticas y a la defensa del patrimonio cultural, con ámbito generalmente local o comarcal. Sin duda, la iniciativa de crearlo en Madrigalejo tenía como referente el CIT de Trujillo.

El CIT de Trujillo se creó el 28 de octubre de 1968 y fue el antecedente de la actual “Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura”, pues la actividad central del CIT trujillano fueron los “Coloquios Históricos”, que nacieron en 1971[1]. Por tanto, se cumplen ahora 50 años de su creación. Y desde los primeros “Coloquios Históricos de Extremadura”, Madrigalejo estuvo presente en ellos con el trabajo presentado n 1971 por mi padre, Lorenzo Rodríguez Amores, titulado “La Casa de Fernando el Católico en Madrigalejo”, un trabajo reivindicativo del estado ruinoso en el que se encontraba entonces la Casa de Santa María.

Acta fundacional del CIT de Madrigalejo

Precisamente, entre sus fundadores, tenían muy presente el lamentable estado en el que se encontraba la histórica casa y, además, querían potenciar el hecho de la muerte de Fernando el Católico en nuestra localidad.

Así lo dice en su acta fundacional: “...Considerando que esta población puede y tiene posibilidades de ser núcleo o zona para la promoción del turismo en ella y su zona de influencia por haber fallecido en ella el Rey Fernando el Católico, porque está situada geográficamente en ruta de la provincia de Cáceres para el acceso a los pantanos de Orellana, García Sola y Cijara, en los que abunda toda clase de pesca y además se practican ya muchos deportes náuticos y porque también en la comarca, debido a la transformación de terrenos de secano en regadío, prolifera mucho la codorniz y otras aves para la práctica de la caza (…) acordaron por unanimidad la creación o fundación del CENTRO DE INICIATIVAS TURÍSTICAS DE MADRIGALEJO (…)

La relación de socios fundadores fue la siguiente: Pilar Carrero Gutiérrez, Simón García Carranza, Luis Rodríguez García, Julián Arroyo Carranza, Andrés Rodríguez García, Manuel Fernández, Magdalena Sánchez Rodilla, Eulogio Recuero Cerezo, Carmen Álvarez, Magdalena Viñuelas Soto, Inés Mª Serrano, Virilo Naharro Moreno, Josefa Recuero Cerezo, Gonzalo Gómez Lozano de Sosa, Ana Mª Cerezo, Josefa Sojo Cano, Manuel Pérez, Josefa Rodríguez Cerezo, Lorenzo Rodríguez Amores, Francisco Roldán Cuesta, Francisco Flores y Francisco Cabrera.

La primera junta directiva del CIT de Madrigalejo fue:

PRESIDENTE: Lorenzo Rodríguez Amores.

SECRETARIO: Josefa Sojo Cano.

VICEPRESIDENTE: Magdalena Sánchez Rodilla.

TESORERO: Julián Arroyo Carranza.

CONTADOR: Francisco Flores.

VOCAL 1º: Magdalena Viñuelas Soto.

VOCAL 2º: Andrés Rodríguez García.

VOCAL 3º: Inés Serrano.

VOCAL 4º: Manuel Pérez.

VOCAL 5º: Manuel Fernández.

Proyecto de reglamento para el CIT de Madrigalejo

El proyecto de reglamento era lo que hoy llamamos estatutos. Constaba de 6 capítulos:

El capítulo I trata de la denominación y sus fines; el capítulo II es sobre los socios; el capítulo III aborda la reglamentación del régimen interno; el capítulo IV atiende a la reglamentación de los cargos; el capítulo V incluye los acuerdos del CIT (cuotas, financiación, presupuestos, fondos sociales…), y, en el capítulo VI, se encuentran las disposiciones generales.

Me ha parecido interesante que nos detengamos en los fines del CIT de Madrigalejo. Así, en el artículo II del capítulo I, aparecen especificados de esta manera:

-La atracción de forasteros, procurando, a estos, toda clase de facilidades, a fin de que su estancia les resulte grata.

-Proporcionar a los turistas que visiten Madrigalejo los datos que puedan serles de utilidad para el mejor conocimiento de su jurisdicción.

-Fomentar el excursionismo.

-Difundir el conocimiento de sus características en arte, arqueología, bellezas naturales, manifestaciones folklóricas, etc. por los medios de propaganda que estime conveniente. La propaganda gráfica o escrita que se proyecte, deberá someterse a la aprobación de la Dirección General de Promoción del Turismo.

-Cooperar a la organización de fiestas, excursiones y demás certámenes.

-Formular iniciativas cerca de entidades públicas y privadas para acrecentar las bellezas de todo orden de su jurisdicción y proponer las mejoras necesarias o convenientes en servicios públicos que el turista haya de utilizar, sobre los cuales ejercerá una acción vigilante y continua.

-Establecer relaciones con organismos análogos.

-Asesorar al organismo turístico estatal en cuantos asuntos le sean sometidos por el mismo.

En definitiva, se trataba de promocionar turísticamente la localidad de Madrigalejo y, con ello, incentivar el conocimiento de nuestro patrimonio, ya fuera artístico, arqueológico, cultural, histórico, su naturaleza o su folklore. Llama la atención que cualquier tipo de propaganda debía estar sometida a la aprobación de la Dirección General de Promoción del Turismo. No olvidemos que estamos en 1975, todavía en tiempos de la Dictadura, y los organismos oficiales controlaban todo tipo de asociacionismo.

Programa de actuación

Con los documentos anteriores, también se encuentra un guion base sobre las actividades que se iban a desarrollar inicialmente y su programa de actuación futura, que estaba basado en seis pilares: actividades culturales, actividades deportivas, espectáculos, promoción de zona turística, relación con organismos y actividades religiosas.

Los objetivos de las actividades culturales eran la organización de la biblioteca, del coro de la iglesia, de una rondalla y de un grupo de teatro, además de potenciar los coros y danzas y una cátedra de la sección femenina. Las actividades deportivas estarían encaminadas a la organización del equipo de futbol, el control y organización de la piscina, de campeonatos de natación, de tenis, tenis de mesa, etc., así como crear un club de vela y otro para realizar excursiones. En la sección de espectáculos, estaría realizar un programa de teatro, la programación de fiestas y un baile semanal en la piscina. La promoción de zona turística se enriquecería con la excavación de Lacipea, la restauración de la casa de la Casa de Santa María (entrando en contacto de la Institución Fernando el Católico, perteneciente a la Diputación de Zaragoza) y apoyar la Ruta de la Hispanidad (Camino a Guadalupe). Y, por último, en las actividades religiosas, entraría la promoción de nuestro patrón.

Exterior de la Casa de Santa María antes de su restauración.

Interior de la Casa de Santa María antes de su restauración.

Toda esta documentación fue enviada a la delegación Provincial del Ministerio de Información y Turismo, concretamente a la Dirección General de Ordenación del Turismo.

Lástima que no prosperara la iniciativa

Como se ha podido ver, era un proyecto ambicioso y con gran visión de futuro.

En los Coloquios Históricos de Extremadura celebrados ese mismo año -1975-, dos socias fundadoras del CIT de Madrigalejo presentaron un trabajo en colaboración titulado “Mujeres de las crónicas trujillanas”, firmado por Josefa Rodríguez Cerezo y Magdalena Sánchez Rodilla. Y en esos años en los que se estaba peleando para dar soluciones para el lamentable estado en el que se encontraba la Casa de Santa María, el CIT fue otra fuerza de apoyo para intentar que fuese declarada Monumento Nacional y para procurar tan necesaria restauración.

Fueron 22 los socios fundadores, entre los que se encontraba el alcalde, D. Francisco Roldán Cuesta. Mujeres y jóvenes estuvieron muy presentes tanto en su fundación como en los cargos de su junta directiva. Algunos de aquellos jóvenes pronto abandonarían Madrigalejo para seguir en otros lugares su vida profesional y familiar. Además, el CIT se creó en un momento en el que se iban a iniciar importantes cambios políticos en nuestro país y esta asociación aún no estaba lo suficientemente asentada para asimilar las profundas transformaciones que se iban a producir.

Sin embargo, a pesar de su corta existencia, el CIT de Madrigalejo ejerció una gran labor dinamizadora de la vida socio-cultural de Madrigalejo.

 

Guadalupe Rodríguez Cerezo


 

martes, 22 de junio de 2021

EL DÍA DEL SEÑOR SAN JUAN

 

San Juan Bautista es el Santo Patrón de Madrigalejo. Cuando decidieron sus vecinos ponerse bajo la protección de un intercesor ante Dios, eligieron uno de los más grandes santos de la Iglesia, aquel de quien el mismo Jesús dijo que “entre los nacidos de mujer, no surgió nadie mayor que Juan el Bautista” (Mt 11, 11). Otros santos también gozaron de la devoción de los madrigalejeños y, para darles culto, se levantaron ermitas dedicadas a los Benditos Mártires, a Santiago, a San Sebastián, a San Gregorio y a la Virgen de las Angustias. Y a San Juan Bautista, como su Santo Patrón, está dedicado el templo mayor de Madrigalejo, su iglesia parroquial, cuyo edificio actual acumula ya cinco siglos de antigüedad.  

Iglesia parroquial de San Juan Bautista

No es difícil imaginar por qué los antiguos pobladores de Madrigalejo eligieron a San Juan Bautista como patrón. Hay que pensar en su tradición agrícola y ganadera, en sus tierras fértiles para el cereal, cuyo ciclo termina en torno a la celebración de San Juan y, por tanto, es el tiempo de la recogida de la cosecha. Y también en su parte ganadera, fundamentalmente en los rebaños de ganado lanar; podemos ver en la imagen del Bautista, que va acompañado del Cordero de Dios. 

Campo de cebada.

Y por ser el Santo Patrón de la comunidad, el 24 de junio era la fecha que marcaba el inicio y el final de la actividad concejil. Así aparece constatado en los documentos. 

Nombramientos del Concejo

Era costumbre desde “tiempo inmemorial” que, cada 24 de junio, “el día del señor San Juan”, se eligiera a las personas que deberían desempeñar los cargos del Concejo durante un año. Ese día, al son de campana tañida, se convocaba a los vecinos a juntarse en “aiuntamiento”, en la ermita de los Benditos Mártires.

La ermita de los Benditos Mártires debía ser la más antigua de Madrigalejo. No se conoce su localización exacta, aunque por algunos indicios se sospecha que pudo estar situada entre el Llanejo y la calle Hondonada. La última noticia que tenemos de esta ermita data de 1813, cuando una vecina, Mª Asunción Fernández, fue enterrada en su interior, por expreso deseo suyo, reflejado en su testamento. (L. RODRÍGUEZ AMORES. Crónicas Lugareñas. Madrigalejo. Badajoz, 2008, pp. 307, 308 y 309).

Plaza del Llanejo

Las personas que en esa fecha estaban ejerciendo los cargos de alcaldes, regidores y demás oficios concejiles debían nombrar a los vecinos que consideraban idóneos para que les sustituyeran en el Concejo. La elección debía realizarse según unas pautas determinadas que estaban consolidadas por “el uso y la costumbre”.

Por ello, para que la elección tuviera un mejor efecto cumplido, los cargos salientes debían comunicar los nombramientos a los “electores”. Cada uno de los cargos debía proponer a la persona que debía sucederle para desempeñar el cargo, no pudiendo nombrar a nadie que tuviera con él lazos de parentesco. Los “electores” eran un grupo de vecinos y naturales del lugar, que debían dar su parecer a esos nombramientos: si estaba bien hecha la elección “por ser toda gente honrada” o manifestar su contrario, si así les parecía.

Los cargos que se renovaban

Los cargos que debían renovarse eran los siguientes:

-Dos alcaldes ordinarios. Uno de ellos representaba a los hijosdalgo y el otro, a los pecheros.

-Dos alcaldes de la Santa Hermandad. Su misión era la vigilancia de los campos, especialmente velar por la seguridad en los caminos. Para acompañarles en esa vigilancia y para guardar la cárcel si hubiera algún delincuente preso, necesitaban unos cuadrilleros, personas que estos alcaldes consideraban ser idóneas para ejercer el oficio.

-Dos regidores o diputados del común, que se encargaban del cuidado y celo del gobierno político y económico del concejo.

-Un procurador síndico del común, que era el encargado de promover y defender los intereses de la población y de velar porque no se produjeran agravios. Era una función eminentemente reivindicativa.

-Un mayordomo, que llevaba las cuentas del concejo.

-Un depositario del pósito. El pósito era un almacén municipal de cereales destinado a tener reservas de grano ante los años de malas cosechas.

-Un alguacil mayor. Oficial subalterno de la justicia local.

-Un receptor de bulas. El receptor de bulas de la Santa Cruzada era un recaudador, encargado de recoger el dinero de las limosnas que generaba el reparto de bulas.

-Un padre de menores. Encargado en el municipio de velar por los niños huérfanos.

Después de la elección

Una vez que los electores dieran por buena la elección, era necesario que, ese mismo día 24, el resultado fuera pregonado en la plaza pública, por si hubiera alguna persona que pudiera decir algo en contra de dicha elección. El escribano tenía que dar fe de que el pregonero lo hubiera voceado públicamente, pues debía estar presente en la plaza, concurrida de gente, mientras se echaba el pregón.

Para que los nombramientos tuvieran validez, los cargos electos debían ser ratificados por el corregidor de la ciudad de Trujillo y, mientras tanto, no podían ejercer el oficio. Por ello, pocos días después –el 27 o 28 de junio-, uno de los alcaldes recién elegidos debía personarse en Trujillo y presentar la elección de los nuevos cargos ante el corregidor de la ciudad.

Si la autoridad trujillana daba por buenos los nombramientos, seguidamente tomaba la aceptación y el juramento del alcalde personado, de “usar y ejercer bien y fielmente cumplir en todo con la obligación del dicho oficio”. Para concluir, debía decir: “Sí, juro. Amén”. El corregidor, entonces, le daba poder y comisión para poder usar y ejercer el oficio de alcalde ordinario en el lugar de Madrigalejo el tiempo para el que hubiese sido nombrado, igual que lo habían hecho y ejercido sus antecesores. También le advertía de que no podía tomar del concejo más jurisdicción del poder que se le otorgara, con pena de ser castigado con todo rigor si se sobrepasaba. Y una vez juramentado el alcalde, el corregidor le comisionaba para que tomase aceptación y juramento a los demás cargos electos.

Con este poder, al día siguiente, y ya en Madrigalejo, las personas que habían sido nombradas para ejercer los distintos cargos comparecían ante el alcalde juramentado, dando fe del acto el escribano público. Así, cada uno de los cargos electos aceptaban y juraban ante él los oficios para los que habían sido nombrados, con penas de prisión y de ser mandados ante la autoridad de la ciudad de Trujillo si eran “omisos y morosos”, es decir, si se negaban a ejercer su cargo. El juramento se hacía por Dios y ante la Cruz, comenzando por el otro alcalde ordinario y continuando por todos los demás.

Todo el proceso de elección era recogido en su correspondiente acta por el escribano, y, por tanto, también el juramento de cada uno de los oficiales, que debía ser firmado por quien juraba, a no ser que no supiera firmar –que era muy frecuente-; en este caso lo haría, por ellos, el alcalde que recibía el juramento.

Desde ese momento, los nuevos componentes del concejo debían ejercer el oficio para el que habían sido nombrados hasta el 24 de junio, “día del señor San Juan”, del año siguiente.

 

Para terminar

Con el tiempo, ya en el siglo XVIII, los vecinos eran convocados para la elección en las “casas de ayuntamiento”, en lugar de la ermita de los Benditos Mártires, y, a partir de 1721, el día de San Juan dejó de ser la fecha de las elecciones, para comenzar a celebrarse cada primer día de enero.

Como vemos, desde antiguo, San Juan Bautista estaba muy presente en la actividad del concejo de Madrigalejo. ¿Puede venir de aquellos tiempos la tradición de que el Alcalde entregue el bastón de mando a San Juan en su día?

San Juan con el bastón de mando del Alcalde

Guadalupe Rodríguez Cerezo.

 

BIBLIOGRAFÍ Y FUENTES:

- L. RODRÍGUEZ AMORES. Crónicas Lugareñas. Madrigalejo. Badajoz, 2008.

-Archivo Municipal de Madrigalejo. Sig. 656-3