lunes, 23 de enero de 2023

EL DILEMA DEL REY


Los últimos tres años de vida del monarca no fueron fáciles, la enfermedad se había apoderado de su cuerpo y su estado de salud era cada vez más precario. Desde Flandes, el Príncipe Carlos estaba al tanto de todo lo que ocurría en la Corte de su abuelo Fernando. Sabía que el monarca tenía ya la salud muy quebrantada, aunque, lo que más le preocupaba eran las noticias que le llegaban acerca del testamento que había firmado en Burgos. Intuyendo que a su abuelo le quedaba poco tiempo de vida, y para velar por sus intereses, envió como embajador, con plenos poderes, a Adriano de Utrech, el que había sido su maestro y que, con el tiempo, sería el Papa Adriano VI.

El encuentro entre Fernando el Católico y Adriano de Utrech se produjo en diciembre de 1515, cuando el monarca se encontraba en Plasencia y sus alrededores. Dice Galíndez de Carvajal que Adriano de Utrech venía “para que, en caso de que el Rey fallesciese, tomase posesión de los reinos por el Príncipe; para lo cual y para todas las cosas de la gobernación, traía secretamente poderes bastantes”.

Y, concretamente cuando el monarca se trasladó a Abadía, en las propiedades del duque de Alba, ambos tuvieron una importante reunión, en la que trataron asuntos concernientes a la gobernación de los reinos y a su futuro. Llegaron a acuerdos importantes, que ya concretarían más adelante.

A finales de diciembre, la comitiva del Rey se separa al salir de Plasencia, y comienza el viaje hacia el sur. Una parte importante del séquito se dirige directamente a Guadalupe, mientras que el monarca, con los más cercanos a él, toma un camino más cómodo y llevadero para un enfermo, a un ritmo mucho más pausado y con varias jornadas de descanso en el itinerario. Fernando el Católico llevaba muchas cuestiones para reflexionar en aquel dilatado viaje, pero uno, especialmente, debía ser recurrente en sus cavilaciones. En sus alforjas llevaba el testamento firmado en Burgos en 1512, y también el que había redactado unos meses antes en Aranda de Duero y que estaba sin protocolizar. En ambos documentos, había decidido que su nieto, el Infante Fernando de Aragón, asumiese la regencia cuando él falleciera y mientras el Príncipe Carlos estuviese ausente -¿Sería esta la mejor opción para el futuro de los reinos?- La llegada de Adriano de Utrech y la reunión en Abadía le estaban haciendo replantearse algunas cuestiones, unas cuestiones muy dolorosas que las iba dilatando en el tiempo…

Casa de Santa María. Foto de María García Ciudad.

 Si durante el camino se fue evidenciando que la enfermedad estaba haciendo mella en el monarca, cuando llegó a Madrigalejo, fue necesario parar en la Casa de Santa María. En las condiciones en las que iba el rey, no podría continuar el camino y, ¿quién sabe?, si la vida. Adriano de Utrech se enteró, en Guadalupe, del agravamiento del monarca e, inmediatamente, se presentó en Madrigalejo para pedir audiencia al Rey, porque temía que falleciera antes de cambiar asuntos de vital importancia para el futuro político de su señor. El monarca, que no era consciente del estado tan crítico en el que se encontraba, no quiso recibirle: No viene sino a ver si muero. Decidle que se vaya, que no me puede ver[1], les dijo. Quizás el monarca se sintió presionado para tomar una decisión, decisión que estaba dando largas y que le suponía un gran pesar. Y aunque acabó recibiéndole, le mandó de vuelta a Guadalupe, donde mantendrían otra reunión para rematar los acuerdos que habían comenzado en Abadía.

Pero el mal del rey, en lugar de mejorar, se iba agravando, y cuando fue consciente de ello, llamó a sus consejeros -el doctor Galíndez de Carvajal y los licenciados Zapata y Vargas-, pues comprendió que había llegado la hora de poner en orden las cuestiones que le preocupaban desde el primer encuentro con el de Utrech. En confidencia, explicó a sus consejeros las razones por las que, en su testamento, dejaba en la gobernación de los reinos de Castilla y de Aragón a su nieto el Infante D. Fernando, que no eran otras que haberle tenido bajo su tutela desde su nacimiento, educándole él mismo y preparándole en los asuntos de Estado, por lo que sentía un gran cariño hacia él.

También expuso las reticencias hacia su nieto primogénito, el Príncipe Carlos:

-Pensaba que el Príncipe nunca se trasladaría a estos reinos para regirlos y gobernarlos.

-Que, en su ausencia, estos reinos serían gobernados por otras personas, que no querrían que el Príncipe viniese hasta aquí a regirlos.

-Que se rodearía de asesores extranjeros, que no mirarían por estos territorios.

-Además, que el Príncipe había sido educado y formado en otras costumbres y maneras distintas de las de aquí, nunca había pisado los territorios hispanos ni conocía sus lenguas, lo que le alejaba de quienes serían sus súbditos.

 

Los consejeros recordaron al rey los afanes con los que él y la reina Isabel habían llevado la paz y la justicia a estos reinos y el peligro que suponía enfrentar a los dos hermanos por el poder, pues los hijos de los Reyes todos nacen con codicia de ser Reyes[2], lo que sería aprovechado por los nobles para hacer banderías, según sus conveniencias, y amenazaría la paz y la unión de los reinos. Por todo ello, opinaban que, al único que debería dejar como gobernador en ambas coronas era a quien, por derecho, le correspondía, es decir, al Príncipe Carlos. Al mismo tiempo acordaron en aquella reunión de Madrigalejo que, como Adriano de Utrech había prometido que Carlos se trasladaría hasta estas tierras lo antes posible, en el ínterin a su llegada, ocuparían la regencia dos personas que no pudieran disputarle el poder. Serían el cardenal Cisneros, en Castilla, y Alonso de Aragón, Arzobispo de Zaragoza, en la Corona de Aragón. 

 

Viendo ya el Rey Fernando que dejaba muy desprotegido a su nieto Fernando, por quien sentía especial cariño, lloró. Inmediatamente, mandó que se hiciera un nuevo testamento, que se escribiera de principio a fin, para que no quedara rastro del anterior ni posibles malinterpretaciones. Todo ello se hizo muy en secreto; no se enteró el Infante D. Fernando ni quienes le rodeaban, y también se hizo a espaldas de Adriano de Utrech.

Toda la sucesión quedaba bien reflejada en el testamento de Madrigalejo y, además, expuso las cuestiones que le preocupaban sobre el asunto. Así, tras nombrar Gobernador General al Príncipe Carlos, aparecen una serie de recomendaciones: que viniera cuanto antes a hacerse cargo de la gobernación de estos reinos, que no hiciera mudanza en su gobierno, que se apoyara en los naturales para gobernarlos, que mantuviera los reinos en paz y justicia y que mirara mucho por el bien de sus súbditos.

Al mismo tiempo que se redactaba el testamento, se dio curso a otros dos documentos firmados por Fernando el Católico, en Madrigalejo, el 21 de enero. Uno, en nombre de la reina Juana, iba destinado al reino de Castilla para que, tras el fallecimiento, fueran efectivas las disposiciones que dejaba en su testamento y evitara que Adriano de Utrech ocupase el cargo de regente de la Corona castellana. El segundo documento es una carta destinada a su nieto Carlos, despidiéndose de él; le encargaba que cumpliese su testamento, que atendiese a la reina Germana, su viuda, y le transmitía sabios consejos para el gobierno en la Corona de Aragón.

Facsímil del testamento de Fernando el Católico

En el atardecer del día 22 de enero, estuvo listo el testamento, que fue firmado por el monarca en presencia de siete testigos y rubricado por el protonotario, Miguel Velázquez Climente y su lugarteniente. Poco después entró en agonía y falleció en la madrugada del día 23 de enero.

Con todo lo dicho, hay una conclusión notoria y es que, con el testamento de Madrigalejo, se hace patente que, a pesar de sus dudas y de sus sentimientos personales, prevaleció el deber de Estado y el respeto por la institución dinástica.


Guadalupe Rodríguez Cerezo

 

BIBLIOGRAFÍA:

- Cayetano ROSELL: Crónicas de los Reyes de Castilla desde Don Alfonso el Sabio, hasta los Católicos don Fernando y Doña Isabel. En BIBLIOTECA de AUTORES ESPAÑOLES, desde la formación del lenguaje hasta nuestros días. TOMO III. Editor, M. Rivadeneyra. Madrid, 1878.

-Lorenzo RODRÍGUEZ AMORES. Crónicas Lugareñas. Madrigalejo. Tecnigraf S.A. Badajoz, 2008.


[1] Ibidem.

[2] Ibidem.


 

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