El
encuentro entre Fernando el Católico y Adriano de Utrech se produjo en
diciembre de 1515, cuando el monarca se encontraba en Plasencia y sus
alrededores. Dice Galíndez de Carvajal que Adriano de Utrech venía “para que,
en caso de que el Rey fallesciese, tomase posesión de los reinos por el
Príncipe; para lo cual y para todas las cosas de la gobernación, traía
secretamente poderes bastantes”.
Y,
concretamente cuando el monarca se trasladó a Abadía, en las propiedades del
duque de Alba, ambos tuvieron una importante reunión, en la que trataron
asuntos concernientes a la gobernación de los reinos y a su futuro. Llegaron a
acuerdos importantes, que ya concretarían más adelante.
A
finales de diciembre, la comitiva del Rey se separa al salir de Plasencia, y
comienza el viaje hacia el sur. Una parte importante del séquito se dirige
directamente a Guadalupe, mientras que el monarca, con los más cercanos a él,
toma un camino más cómodo y llevadero para un enfermo, a un ritmo mucho más
pausado y con varias jornadas de descanso en el itinerario. Fernando el
Católico llevaba muchas cuestiones para reflexionar en aquel dilatado viaje,
pero uno, especialmente, debía ser recurrente en sus cavilaciones. En sus
alforjas llevaba el testamento firmado en Burgos en 1512, y también el que
había redactado unos meses antes en Aranda de Duero y que estaba sin
protocolizar. En ambos documentos, había decidido que su nieto, el Infante
Fernando de Aragón, asumiese la regencia cuando él falleciera y mientras el
Príncipe Carlos estuviese ausente -¿Sería esta la mejor opción para el futuro
de los reinos?- La llegada de Adriano de Utrech y la reunión en Abadía le
estaban haciendo replantearse algunas cuestiones, unas cuestiones muy dolorosas
que las iba dilatando en el tiempo…
Si durante el camino se fue evidenciando que
la enfermedad estaba haciendo mella en el monarca, cuando llegó a Madrigalejo,
fue necesario parar en la Casa de Santa María. En las condiciones en las que
iba el rey, no podría continuar el camino y, ¿quién sabe?, si la vida. Adriano
de Utrech se enteró, en Guadalupe, del agravamiento del monarca e,
inmediatamente, se presentó en Madrigalejo para pedir audiencia al Rey, porque
temía que falleciera antes de cambiar asuntos de vital importancia para el
futuro político de su señor. El monarca, que no era consciente del estado tan
crítico en el que se encontraba, no quiso recibirle: No viene sino a ver si muero. Decidle que se vaya, que no me puede ver[1],
les dijo. Quizás el monarca se sintió presionado para tomar una decisión,
decisión que estaba dando largas y que le suponía un gran pesar. Y aunque acabó
recibiéndole, le mandó de vuelta a Guadalupe, donde mantendrían otra reunión
para rematar los acuerdos que habían comenzado en Abadía.
Pero
el mal del rey, en lugar de mejorar, se iba agravando, y cuando fue consciente
de ello, llamó a sus consejeros -el doctor Galíndez de Carvajal y los licenciados Zapata y Vargas-, pues comprendió que había llegado la hora de poner en
orden las cuestiones que le preocupaban desde el primer encuentro con el de
Utrech. En confidencia, explicó a sus consejeros las razones por las que, en su
testamento, dejaba en la gobernación de los reinos de Castilla y de Aragón a su
nieto el Infante D. Fernando, que no eran otras que haberle tenido bajo su
tutela desde su nacimiento, educándole él mismo y preparándole en los asuntos
de Estado, por lo que sentía un gran cariño hacia él.
También
expuso las reticencias hacia su nieto primogénito, el Príncipe Carlos:
-Pensaba que el Príncipe
nunca se trasladaría a estos reinos para regirlos y gobernarlos.
-Que, en su ausencia,
estos reinos serían gobernados por otras personas, que no querrían que el
Príncipe viniese hasta aquí a regirlos.
-Que se rodearía de
asesores extranjeros, que no mirarían por estos territorios.
-Además, que el Príncipe
había sido educado y formado en otras costumbres y maneras distintas de las de
aquí, nunca había pisado los territorios hispanos ni conocía sus lenguas, lo
que le alejaba de quienes serían sus súbditos.
Los consejeros recordaron
al rey los afanes con los que él y la reina Isabel habían llevado la paz y la
justicia a estos reinos y el peligro que suponía enfrentar a los dos hermanos
por el poder, pues los hijos de los Reyes todos nacen con codicia de ser
Reyes[2],
lo que sería aprovechado por los nobles para hacer banderías, según sus conveniencias,
y amenazaría la paz y la unión de los reinos. Por todo ello, opinaban que, al
único que debería dejar como gobernador en ambas coronas era a quien, por
derecho, le correspondía, es decir, al Príncipe Carlos. Al mismo tiempo acordaron
en aquella reunión de Madrigalejo que, como Adriano de Utrech había prometido
que Carlos se trasladaría hasta estas tierras lo antes posible, en el ínterin a
su llegada, ocuparían la regencia dos personas que no pudieran disputarle el
poder. Serían el cardenal Cisneros, en Castilla, y Alonso de Aragón, Arzobispo
de Zaragoza, en la Corona de Aragón.
Viendo
ya el Rey Fernando que dejaba muy desprotegido a su nieto Fernando, por quien
sentía especial cariño, lloró. Inmediatamente, mandó que se hiciera un nuevo
testamento, que se escribiera de principio a fin, para que no quedara rastro
del anterior ni posibles malinterpretaciones. Todo ello se hizo muy en secreto;
no se enteró el Infante D. Fernando ni quienes le rodeaban, y también se hizo a
espaldas de Adriano de Utrech.
Toda
la sucesión quedaba bien reflejada en el testamento de Madrigalejo y, además,
expuso las cuestiones que le preocupaban sobre el asunto. Así, tras nombrar
Gobernador General al Príncipe Carlos, aparecen una serie de recomendaciones:
que viniera cuanto antes a hacerse cargo de la gobernación de estos reinos, que
no hiciera mudanza en su gobierno, que se apoyara en los naturales para
gobernarlos, que mantuviera los reinos en paz y justicia y que mirara mucho por
el bien de sus súbditos.
Al
mismo tiempo que se redactaba el testamento, se dio curso a otros dos
documentos firmados por Fernando el Católico, en Madrigalejo, el 21 de enero.
Uno, en nombre de la reina Juana, iba destinado al reino de Castilla para que,
tras el fallecimiento, fueran efectivas las disposiciones que dejaba en su
testamento y evitara que Adriano de Utrech ocupase el cargo de regente de la
Corona castellana. El segundo documento es una carta destinada a su nieto
Carlos, despidiéndose de él; le encargaba que cumpliese su testamento, que atendiese
a la reina Germana, su viuda, y le transmitía sabios consejos para el gobierno
en la Corona de Aragón.
Con
todo lo dicho, hay una conclusión notoria y es que, con el testamento de
Madrigalejo, se hace patente que, a pesar de sus dudas y de sus sentimientos
personales, prevaleció el deber de Estado y el respeto por la institución
dinástica.
Guadalupe
Rodríguez Cerezo
BIBLIOGRAFÍA:
- Cayetano ROSELL: Crónicas
de los Reyes de Castilla desde Don Alfonso
el Sabio, hasta los Católicos don Fernando y Doña Isabel. En BIBLIOTECA de AUTORES ESPAÑOLES, desde la
formación del lenguaje hasta nuestros días. TOMO III. Editor, M. Rivadeneyra.
Madrid, 1878.
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