sábado, 23 de agosto de 2025

CUANDO LAS CAMPANAS TOCABAN A FUEGO

 

Este verano está siendo especialmente duro y crítico en cuanto a los incendios forestales en Extremadura y en otras zonas de España, a pesar de los medios y de los recursos que hoy en día existen para combatirlos. Durante estos días, que hemos vivido con angustia por las personas que se están enfrentando a los fuegos descontrolados y por toda la gente y los pueblos que sufren las consecuencias de todo ello, nuestra mirada también ha sido al recuerdo y a otros tiempos, cuando los incendios se combatían de forma diferente y con otros medios mucho más precarios. Hoy, como ayer, en la lucha contra el fuego, va la vida, porque en un momento puede irse al traste, no solo la cosecha de un año, sino que, con frecuencia, se pierde el fruto de toda una vida y hasta la misma vida.

Por las terribles consecuencias que puede acarrear, nuestros mayores tuvieron siempre mucho respeto al fuego: trataban de prevenirlo; estaban vigilantes en los tórridos veranos; cuando se producía algún incendio, el aviso era generalizado y una avalancha de gente salía, con los recursos que tenían a mano para apagar el fuego.

La prevención

La prevención se hacía de forma natural, con el uso y disfrute de los recursos que da el monte. El ganado, en régimen extensivo, se alimenta del pasto y de los brotes de matorral. Hasta no hace mucho tiempo, las fincas solían tener todo tipo de ganado, pues lo que no se comen la vacas, lo consumen las ovejas y, donde no llegan éstas, las cabras lo alcanzan, siendo, de esta forma, todas ellas complementarias para mantener el monte limpio de material de combustión.  Aparte, la leña, el picón y el carbón eran productos de primera necesidad para el hogar, pues eran la energía con la que calentaban sus viviendas y con la que cocinaban los alimentos. Estos productos se obtenían de la poda de las encinas, pero también limpiando el monte de la leña seca que se generaba de forma natural y, si aún había exceso de materia vegetal seca, se amontonaba y se quemaba cuando las condiciones climáticas eran propicias para no crear problemas. Además, una práctica muy común, y que llega a nuestros días, es hacer contrafuegos con los que, en caso de incendio, se pudiera atajar y controlarlo mejor.

 

Los contrafuegos o “arrayos” se siguen haciendo hoy con mejores medios que antaño, con cultivadores y gradas de las que tiran grandes tractores, levantando la tierra con poco esfuerzo y en poco tiempo. En épocas pasadas, la fuerza motriz para mover la tierra eran las bestias, por lo que los contrafuegos se realizaban de una forma mucho más costosa.

Existe constancia documental de la práctica de hacer contrafuegos en nuestra localidad. Vamos a ver un ejemplo de hace cuatro siglos, a través de un acuerdo del Concejo, celebrado el 18 de agosto de 1624, por el que se decide hacer unos “matafuegos” en la Dehesa comunal:

…dixeron que por quanto el concejo deste dicho lugar tiene echada la raya a las dehessas y concexil del concexo deste dicho lugar, y respeto de los grandes pastos que ay y los fuegos que cada día se levantan en vnas y otras partes, conviene echar un matafuego a la dicha raya y, que para que el dicho fuego no se suelte y ni haga daño y para la guarda y conservación de los montes y de los pastos de las dichas dehessas, conviene que todo el lugar y sus vecinos acudan a ello…

 Parece ser que, en aquel verano, se habían producido sucesivos fuegos, a pesar de estar hechos sus correspondientes “arrayos”, por lo que convenía reforzar los ya existentes en los terrenos comunales (Dehesa del Monte, Dehesa de la Quebrada y Concejil). Al ser propiedad del común, a estas tareas estaban llamados a colaborar todos los vecinos, así:

…para ello, acordaron e mandaron que el dicho matafuego se eche mañana lunes diez y nueve deste dicho presente mes (19 de agosto de 1624) e, para ello, acuda, de cada casa, una persona, pena de dos reales (si no se hiciera)

Lo recaudado con la sanción impuesta a quienes no acudieran a hacer el “arrayo” se destinaría para los gastos del dicho matafuego y para el Concejo. El acuerdo debía ser de dominio público y, para que lo supieran todos los vecinos, también se mandó que se echara un pregón.[1]

La vigilancia

Los veranos, cuando las temperaturas alcanzan valores elevados y la vegetación está muy seca, son especialmente temporada proclive para la proliferación y propagación de incendios. Actuar sobre ellos en los primeros momentos es esencial para poder ser controlados. En este sentido, la vigilancia era- y es- uno de los factores que ayudaban -y ayudan- a controlar los fuegos. Las personas de campo, en los calurosos estíos, se convertían en verdaderos centinelas con ojo avizor para descubrir cualquier humeón que apareciera en el horizonte. Algunas viviendas de grandes propietarios, en lo más alto de sus tejados, tenían una especie de pequeñas azoteas desde donde controlar algún posible conato de incendio que se produjera en sus tierras o en los alrededores. Ante cualquier humeón que se descubriera, se daba la voz de alarma para que empezaran a tocar las campanas de la iglesia.


Señalada con un círculo la azotea de vigilancia de la casa de los "Gallego".

Llamados a apagar fuego 

En nuestro recuerdo está el toque frenético de las campanas a fuego… unas campanas que seguían sonando mientras el fuego estuviera activo…tocadas de forma manual, sólo interrumpidas para poder saciar la sed, desentumedecerse o para cambiar de campanero, porque, al toque de campanas, se unían varias personas, tanto para hacerlas sonar, como para asistir a quienes lo hacían. Al oír las campanas, el pueblo se ponía en movimiento, porque el fuego no entiende de lindes: cuando empieza en un lugar, si no se ataja, puede devorarlo todo.

Había quienes preguntaban dónde era el fuego y quienes directamente voceaban el paraje que estaba ardiendo. Los agricultores sacaban sus tractores -en tiempos más antiguos, los labradores llevaban sus bestias de trabajo-, los demás acudían con cubos, escobas de espino y agua para beber y refrescarse. La experiencia acumulada por generación y generación de antepasados era la sabiduría con la que se enfrentaban a los incendios. Con las escobas de espino, se atacaba directamente a la base de las llamas, lo mismo que, si hubiera agua cerca, se empleaban cubos llenos de agua. Sin embargo, la forma más eficaz de controlarlo era adelantarse al fuego. En los lugares hacia donde se dirigían las llamas, se hacían contrafuegos o se reforzaban los ya existentes. Pero, además, se practicaban “quemas controladas”, prendiendo y apagando algunas zonas hacia las que se dirigía el monstruo, para que muriera allí, donde ya no tuviera vegetación para alimentarse.

Una vez apagado, cesaban de tocar las campanas. Los hombres llegaban agotados y, si eran sus tierras las que se habían quemado, con la angustia de sufrir sus consecuencias…

En la actualidad

Hoy, en Madrigalejo, los fuegos los vivimos de otra manera desde que buena parte de nuestro término municipal está rodeado de cultivos de regadío y desde que la gestión de los incendios está en manos de los servicios públicos del INFOEX. Se siguen produciendo incendios, pero éstos son de escasa entidad y, de ellos, sólo se entera el doliente y algunos vecinos a los que les pudiera afectar. Sin embargo, nos dolemos con quienes sufren sus graves consecuencias, con los pueblos que padecen los devastadores incendios que estamos viendo a través de los medios de comunicación y redes sociales, y con el medio ambiente; estamos con ellos y nos solidarizamos, porque se está quemando nuestro patrimonio y el medio de vida de tantos compatriotas. Nuestro agradecimiento a quienes están trabajando para sofocarlos y en socorrer a los afectados, de la forma que sea. Y de una forma muy especial, nos unimos al dolor por las personas que han perdido la vida. 


Guadalupe Rodríguez Cerezo.



[1] Archivo Parroquial. Libro de Acuerdos, Poderes y Protocolos del concejo de Madrigalejo. 18 de agosto de 2024.


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